El quinto domingo de la pascua

(Blanco)

Tema del día: La fe siempre cree las promesas de Dios y siempre produce fruto para agradecer a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros.

La Colecta: Oh Dios, que haces que los corazones de tus fieles sean de una misma voluntad: Concede a tu pueblo que ame lo que mandas y desee lo que prometes, para que en medio de los numerosos cambios de este mundo, nuestros corazones estén fijos en ti que eres la fuente de los verdaderos goces; por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

La Primera Lectura: Hechos 8:26-40 Felipe, como fruto de su fe, compartió las buenas nuevas de la salvación con un etíope; y el etíope, por su parte, pidió el bautismo, dando evidencia de su fe en Dios.

26Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. 27Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, 28volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. 29Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. 30Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? 31El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. 32El pasaje de la Escritura que leía era este:

Como oveja a la muerte fue llevado;

Y como cordero mudo delante del que lo trasquila,

Así no abrió su boca.

  33 En su humillación no se le hizo justicia;

Mas su generación, ¿quién la contará?

Porque fue quitada de la tierra su vida.

34Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? 35Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. 36Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? 37Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. 38Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. 39Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. 40Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.

La Segunda Lectura: 1 Juan 3:18-24 Dios quiere que creamos en su Hijo Jesucristo y que amémonos los unos a los otros.  El Espíritu Santo, al capacitarnos a hacer las dos cosas, nos da la aseguranza de nuestro estado con Dios.

18Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

19Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; 20pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. 21Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; 22y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. 23Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. 24Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

El Evangelio: Juan 15:1-8 Cristo, en su parábola de la vid verdadera, enseña a sus discípulos que solamente conectado a él se puede tener vida y salvación.  El que está conectado a Cristo por medio de su Palabra siempre producirá fruto como evidencia de su fe.

1Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. 2Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. 3Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. 4Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. 6El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. 7Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. 8En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.

El Versículo: ¡Aleluya! ¡Aleluya! Cristo habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene dominio sobre él.  Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. ¡Aleluya!

Texto Sermón Salmo 67

Al músico principal; en Neginot. Salmo. Cántico.

1 Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga;

Haga resplandecer su rostro sobre nosotros;

Selah

2 Para que sea conocido en la tierra tu camino,

En todas las naciones tu salvación.

3 Te alaben los pueblos, oh Dios;

Todos los pueblos te alaben.

4 Alégrense y gócense las naciones,

Porque juzgarás los pueblos con equidad,

Y pastorearás las naciones en la tierra.

Selah

5 Te alaben los pueblos, oh Dios;

Todos los pueblos te alaben.

6 La tierra dará su fruto;

Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.

7 Bendíganos Dios,

Y témanlo todos los términos de la tierra.

Te alaben los pueblos, oh Dios; Todos los pueblos te alaben.

¿Qué fue lo último por lo que oraste? Cuando tuviste tu último momento de tranquilidad con Dios, con los ojos cerrados, la cabeza inclinada y las manos juntas, ¿qué le pediste? ¿Oraste por tu salud? ¿Oraste para que Dios eliminara algún gran estrés u obstáculo de tu vida? ¿Oraste por alguien de tu familia, un amigo o un compañero de trabajo? ¿O siquiera te acuerdas? La última vez que hablaste con Dios, ¿qué le pediste?

Muchos de los Salmos, como el que tenemos hoy ante nosotros, son, esencialmente, oraciones. Son peticiones a Dios por una variedad de cosas diferentes: por rescate de los enemigos o por ayuda en apuros o por el perdón del pecado. Y este Salmo parece ser una oración muy sencilla. Te alaben los pueblos, oh Dios; Todos los pueblos te alaben. Es decir, el salmista lo repite dos veces en sólo siete versículos.

Y no me malinterpretes, es una buena oración. Queremos que la gente alabe a Dios. Pero parece muy básico, ¿verdad? Es algo que queremos que suceda, seguro. Sin embargo, cuando hay cosas en este mundo que nos causan daño, o preocupación o tristeza, queremos más que nada asegurarnos de que Dios escuche y responda nuestras oraciones sobre esas cosas. Pero en el texto de nuestro sermón de hoy, Dios nos recuerda a través de esta sencilla oración que, cuando oramos a él, siempre tenemos en mente su mayor propósito. Los cristianos oran por las bendiciones de Dios para ellos mismos, a fin de que otros puedan alabarlo.

Espero que las primeras palabras del Salmo te hayan sonado familiares. Son palabras que el pueblo de Dios ha escuchado durante tres mil quinientos años y las decimos al final de cada servicio. El salmista usa un lenguaje similar a la bendición que Dios le dijo a Aarón que otorgara a Israel mientras viajaban por el desierto. El Señor te bendiga y te guarde. Haga el Señor resplandecer Su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia. Vuelva el Señor Su rostro a ti y te conceda la paz. Con estas palabras, los creyentes han hablado durante mucho tiempo de la protección, la misericordia y la paz de Dios sobre su pueblo. Y en este Salmo, le pedimos a Dios que nos dé las mismas cosas. Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; Haz resplandecer su rostro sobre nosotros.

Pero cuando decimos esas palabras, cuando oramos este Salmo, ¿estamos seguros de que esas cosas son lo que estamos pidiendo? Creo que es obvio por qué querríamos la protección de Dios, su misericordia y su paz; son tremendamente valiosos y él es el único que puede dárselos. Pero al presentar nuestras peticiones ante Dios, es importante preguntarnos, ¿cuáles son mis intenciones cuando pido estas bendiciones? ¿Por qué quiero estas cosas por las que oro a Dios?

Porque conozco mi corazón pecaminoso y yo sé con qué rapidez mis intenciones honestas pueden convertirse en egoístas. Cuando le pido a Dios que me bendiga, ¿es porque confío en que él me proporcionará lo que necesito, o porque no me gustan mucho las cosas que tengo ahora y quiero algo mejor? Cuando le pido a Dios que me rescate de una situación difícil en mi vida, ¿es porque confío en él como mi defensor y protector, o porque prefiero no afrontar las consecuencias de mis acciones pecaminosas? Cuando yo oro, ¿es porque creo en las palabras que digo o porque sé que es simplemente algo que hace la gente?

A veces tratamos a Dios como a Google, ¿no? Pedimos algo y esperamos recibirlo de inmediato. Si no sucede, podemos desanimarnos o enojarnos y preguntarnos si Dios siquiera escucha lo que le pedimos. Si esto sucede, nuestro agradecimiento y elogios hacia él faltan notablemente. Podemos pedir, suplicar y negociar con Dios para que nos suceda algo bueno, pero tan pronto como obtenemos lo que queríamos, simplemente pasamos a nuestra siguiente petición.

Muy a menudo, cuando oramos a Dios por algo, olvidamos todo lo que Él ya nos ha dado y nos preocupamos exclusivamente por lo que Él puede proporcionarnos. Olvidamos que el Dios al que oramos, como escribe el salmista, juzga los pueblos con equidad, y pastorea las naciones en la tierra. Él es un Dios digno de respeto, digno de honor y gloria. Pero cuando las intenciones de nuestras oraciones giran en torno a cómo Dios debería darme lo que quiero en este instante, le faltamos el respeto. Lo despreciamos. Quebrantamos el segundo mandamiento. Y si así es como tratamos a Dios, si ese es el propósito que tenemos cuando oramos por sus bendiciones, entonces no las merecemos. No, merecemos estar separados de él, para siempre, en el infierno.

Sin embargo, cuando miramos este Salmo, el escritor tiene un propósito completamente diferente al pedirle a Dios estas bendiciones. Escribe: Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; Haga resplandecer su rostro sobre nosotros; Para que sea conocido en la tierra tu camino, En todas las naciones tu salvación. Cuando el salmista ora pidiendo las bendiciones de Dios, no piensa en absoluto en cómo le beneficiarían. Desea la misericordia, la buena voluntad y la paz de Dios, pero no para su propio bien. Más bien, quiere que Dios lo bendiga a él, para que, a través de estas bendiciones, todos en la tierra puedan conocer el camino de Dios y su salvación.

Ese es un deseo que se encuentra en el centro de cada uno de nuestros corazones, ¿no? Queremos como cristianos que otros sepan acerca de Dios y lo que ha hecho por nosotros. Por eso parecen tan básicas esas palabras del Salmo, Te alaben los pueblos, oh Dios; Todos los pueblos te alaben; ese es un deseo que el Espíritu Santo planta en el corazón de los creyentes. Y el salmista nos dice que eso es algo que podemos pedirle a Dios que haga a través de sus bendiciones para nosotros. Dios puede señalar a otros su verdad salvadora en las bendiciones que nos otorga.

Pero, ¿cómo hace Dios eso? ¿Cómo usa Dios las bendiciones que nos da a nosotros para ayudar a otras personas? Bueno, podemos ver a Dios bendiciéndonos cuando nos sana de enfermedades, cuando nos protege del daño, cuando trae paz a los conflictos o cuando hace que nuestro trabajo prospere. El salmista lo afirma cuando escribe: La tierra dará su fruto; Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro. Todo lo bueno que recibimos en este mundo, viene de la mano del Señor. Todo tu conocimiento, comprensión y habilidades son bendiciones que Dios te ha otorgado en su gracia.

Pero las bendiciones más valiosas que recibimos de Dios son las espirituales, bendiciones que no merecemos. Él nos da su amor, aunque violemos constantemente su voluntad. Él nos da fe, aunque pequemos contra él constantemente. Él nos da seguridad, paz y un hogar para siempre en el cielo, aunque a menudo tratamos de aferrarnos a cosas que satisfacen nuestras necesidades y anhelos terrenales. Y a medida que Dios nos da estas increíbles bendiciones, obra a través de ellas para señalar a otros esta misma salvación, este mismo rescate. Ellos también tienen acceso a estas mismas bendiciones. ¿Pero, como?

Es interesante que, cuando miras esta palabra hebrea para salvación, “Yeshua”, encuentras que está estrechamente relacionada con el nombre hebreo Josué. Y ese nombre, Josué, tiene una contraparte griega, y ese nombre es el nombre a través del cual Dios trae estas maravillosas bendiciones al mundo: el nombre de Jesús.

A través de Jesús, nos hemos convertido en beneficiarios plenos de cada bendición que Dios puede dar. Él nunca dejó de darle a Dios el respeto que merece. Jesús nunca oró a Dios con intenciones egoístas. No, cada oración suya estaba perfectamente alineada con la voluntad de Dios. Jesús tomó sobre sí nuestro egoísmo y descontento por lo que se nos ha dado, y voluntariamente entregó su vida por nosotros. Quería tanto bendecirnos con un hogar celestial que se convirtió en maldición y fue rechazado por Dios. Y ahora, a través de Jesús resucito, hemos sido bendecidos con acceso al infinito amor y misericordia de Dios. Nos ha bendecido con un gozo que nunca morirá.

Entonces, ¿qué significa esto para nuestras oraciones? ¿Cómo usa Dios todas estas bendiciones para nosotros para traer su camino y su salvación al mundo? Bueno, en primer lugar, es importante saber que Dios quiere que acudamos a él en busca de ayuda. Nos dice: Orad sin cesar: orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu. Él dice: Por nada estéis afanosos, sino que sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Tú puedes orar por cualquier cosa. Tu trabajo, tu escuela, tu familia, la enfermedad, la guerra, el gobierno, cualquier cosa que quieras puede incluirse en lo que traes ante tu Señor.

Sin embargo, cuando pedimos, con la ayuda de Dios, pedimos que Dios nos bendiga, no solamente para nuestro beneficio, sino para que otros puedan conocer a Jesús y ser salvos. Cualquier bendición que Dios nos dé es perfecta y es exactamente lo que necesitamos. Pero si Dios puede obrar a través de nosotros y de las cosas que nos da para ganar otro hermano en Cristo, eso es mejor que cualquier cosa que podamos recibir. Le pedimos a Dios que use las bendiciones que nos da, nuestra fe, nuestra confianza, nuestra esperanza cristiana y el amor que el Espíritu Santo obra en nuestros corazones, todas esas cosas, para señalar no sólo a las personas que nos rodean, sino a las personas de todo el mundo, a aquel a través de quien las recibe, Jesús. Incluso si la respuesta de Dios a nuestra oración no es lo que queremos que sea, si Dios me pide que sufra para poder crear fe en el corazón de otro, ¿cómo podrías pedir algo diferente?

Y entonces hermanos, ¿por qué debes orar? En los momentos de tranquilidad que pasas con Dios, con los ojos cerrados, la cabeza inclinada y las manos juntas, ¿qué debes pedirle? Bueno, ora por todo. Ora por tus necesidades, tus deseos, tus dolores y tus tristezas. Ora en acción de gracias por todo lo que el Señor ha hecho y continúa haciendo por ti. Pero con la guía del Espíritu Santo, incluye en tus oraciones una petición pidiéndole a Dios que bendiga a otros como él nos bendice a nosotros, para que ellos también puedan tener la bendición suprema de la fe y la confianza que solo viene a través de él. Ora que Dios use las bendiciones que te da para que nosotros, con todas las naciones de la tierra, lo alabemos juntos. Amén.

Algunos himnos sugeridos:

Cantad al Señor:

38        Tu palabra es mi cántico

47        A nadie amaré como a Cristo

48        Busca primero el reino de Dios

49        Con el buen Jesús andemos

50        Cristiano soy

51        Dios de gracia, Dios de gloria

52        Hermanos cantad

53        Seguidme a mí, dice el Señor

54        Santo Espíritu llena mi vida

Culto Cristiano:

116      Tu Palabra, (oh Padre santo!

164      En todo tiempo, mi buen Salvador

245      Lejos de mi Padre Dios

246      Mi fe descansa en ti

253      A los pies de Jesucristo

254      Firmes y adelante

255      Qué mi vida entera esté

257      Mirad y ved

264      Grato es contar la historia

301      La Palabra hoy sembrada

403      Estad por Cristo firmes

406      Luchad, luchad por Cristo

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