(Verde)
Tema del día: En las lecturas para esta mañana se encuentra un contraste: por un lado vemos al diablo y nuestra naturaleza pecaminosa en toda su maldad y por otro lado vemos a Cristo y su gracia. Nuestros pecados nos han separado de Dios, pero Cristo vino para darnos perdón y para reconciliarnos con Dios.
La Colecta: Oh Dios, fuente y origen de toda bondad: concede a tus humildes siervos que mediante tu santa inspiración meditemos en lo justo, y guiados por ti, lo realicemos; por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
La Primera Lectura: 2 Corintios 4:13-18 La respuesta natural ante el amor de Dios es compartir ese amor con los demás, y lo hacemos sin temor porque tenemos la esperanza segura del cielo en Cristo Jesús. Un entrenador famoso una vez dijo: los obstáculos son lo que ves cuando dejas de ver la meta. Nosotros no nos preocupamos por los problemas de este mundo, porque tenemos la mirada en el cielo y en las promesas de Dios.
13Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos, 14sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros. 15Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios.
16Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
El Salmo del Día: Salmo 51
Al músico principal. Salmo de David, cuando después que se llegó a Betsabé, vino a él Natán el profeta.
1 Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
2 Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
3 Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
4 Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
5 He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
7 Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
8 Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
9 Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
11 No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
12 Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti.
14 Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación;
Cantará mi lengua tu justicia.
15 Señor, abre mis labios,
Y publicará mi boca tu alabanza.
16 Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría;
No quieres holocausto.
17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
18 Haz bien con tu benevolencia a Sion;
Edifica los muros de Jerusalén.
19 Entonces te agradarán los sacrificios de justicia,
El holocausto u ofrenda del todo quemada;
Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.
La Segunda Lectura: Marcos 3:20-35 Jesucristo es el único Salvador del mundo. Muchos en su debilidad e incredulidad no entienden este hecho. En los días en que Cristo andaba en este mundo, su familia no entendió completamente porque había venido y los fariseos buscaban desacreditarlo ante la gente, pero Cristo aquí afirma claramente que vino para traer el perdón de los pecados y para hacernos sus hermanos.
20Y se agolpó de nuevo la gente, de modo que ellos ni aun podían comer pan. 21Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí. 22Pero los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios. 23Y habiéndolos llamado, les decía en parábolas: ¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás? 24Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. 25Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer. 26Y si Satanás se levanta contra sí mismo, y se divide, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin. 27Ninguno puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no le ata, y entonces podrá saquear su casa.
28De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; 29pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. 30Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo.
31Vienen después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle. 32Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan. 33El les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? 34Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. 35Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.
El Versículo: ¡Aleluya! ¡Aleluya! Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones. ¡Aleluya!
Texto Sermón:
Génesis 3:8-15 Como resultado de su pecado, Adán y Eva se escondieron de Dios, mostrando la muerte espiritual que habían experimentado. En ese momento fueron separados de Dios y de su voluntad. Y, ¿cómo respondió Dios al primer pecado, a ese acto de rebelión? Con una promesa. En su amor, Dios iba a enviar a su hijo, el cual destruiría el poder del diablo, la muerte y el pecado para reconciliarnos con Dios.
8Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. 9Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? 10Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. 11Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? 12Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. 13Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí. 14Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. 15Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.
LA SIMIENTE PROMETIDA, NUESTRO SALVADOR
No estoy seguro de que puedas verlo desde aquí, pero tengo un hoyuelo aquí en el costado de mi mejilla. Eso lo recibo de mi papá. Mi hermana también tiene uno. Es uno de esos rasgos que se transmite de padres a hijos, nietos, etc. Me gusta. Hace que mi cara luzca un poco desigual, pero está bien. Tal vez usted y su familia tengan sus propios rasgos familiares que se transmiten de generación en generación. Tal vez sea una marca de nacimiento de tu mamá o tu altura de tu papá o calvicie de quién sabe dónde. Somos una mezcla de dos personas diferentes, que son una mezcla de dos personas diferentes, que son una mezcla de dos personas diferentes, ¿no? Entonces cada
parte de nosotros viene de algún lugar, ¿verdad? Todo lo que somos, lo hemos heredado de alguien más.
Pero eso no siempre es bueno, ¿verdad? No todo lo que recibimos de nuestros padres son calvas y pecas. A veces es mal temperamento, ansiedad, alcoholismo o enfermedad. Cosas que hacen nuestras vidas más difíciles y oscuras. Y todo eso, todas esas cosas difíciles que heredamos, también provienen de nuestros padres. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, y una decisión pecaminosa en un jardín. Pero como escuchamos en el texto de nuestro sermón de hoy, ante la tragedia que sobrevino a nuestros primeros padres después de su encuentro con la serpiente, escuchamos la voz de nuestro Dios. Y en sus palabras a esa pareja pecadora, nos da ahora la luz de la esperanza en las tinieblas del pecado. De labios de nuestro paciente Dios escuchamos: «¿Dónde estás tú?» Un llamado al arrepentimiento y la promesa de perdón.
Retomamos nuestra historia esta mañana en el día más oscuro de la historia de la humanidad. Adán y Eva, poco después de haber sido introducidos el uno al otro en la perfección recién formada del mundo, se han declarado culpables de destruir esa perfección. Una interacción con una astuta serpiente fue suficiente para plantar las semillas de la duda en la mente de Eva, quien quitó el fruto del árbol del que Dios les había advertido que se mantuvieran alejados mientras su esposo, Adán, se mantenía al margen y no hacía nada. Y cuando la fruta llegó a sus labios, todo cambió de repente.
Y podemos ver cuán rápido surtieron efecto los efectos de su pecado. Sólo un versículo antes de nuestra lectura, Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos y una nueva emoción se apoderó de ellos: la vergüenza. No había vergüenza en la creación perfecta de Dios, pero ahora infectaba sus mentes. Y lo que sigue no es mejor. Culpa. Dos actos sucesivos de intentar encubrir lo que acababan de hacer. Delantales de hojas y un pobre intento de esconderse entre los árboles del jardín. Y cuando Dios aparece y les pregunta qué pasa, la cosa empeora. Evitación. Intentan traspasar la responsabilidad de arruinar todo a otra persona. “La mujer que TÚ me diste, Dios”. “Esta serpiente que me engañó”. En cuestión de momentos, el pecado los ha cambiado por completo. No pueden impedir que el diluvio pecaminoso contamine sus mentes y acciones.
Y tú tampoco, ¿verdad? Lo que sucede cuando tú pecas es terriblemente similar a lo que sucedió cuando Adán y Eva pecaron, ¿no? La vergüenza que te invade cuando dijiste algo inapropiado y grosero, pero no puedes retractarte. La culpa que intenta arreglar el jarrón roto para que tu mamá no se entere. La evitación que culpa a tu hermano, a tu hermana, a tu gato, a la sociedad o a Dios cuando te enfrentas a tu pecado. Los efectos del pecado son reales y están presentes en cada una de nuestras vidas.
Y adivina qué. Eso lo heredas de tus padres. Tu propensión a pecar y a sentir vergüenza y culpar a los demás viene como un rasgo heredado de tus padres, quienes lo obtuvieron de sus padres, quienes lo obtuvieron de sus padres, quienes lo obtuvieron de nuestros primeros padres Adán y Eva. Las palabras del rey David lo dicen mejor: He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. Somos concebidos y nacidos en pecado. Y con ese pecado vienen consecuencias.
Lo que Adán y Eva tenían se perdió. Eran las coronas de la creación de Dios. Fueron creados a su imagen. ¿Y eso qué significaba? Significaba que eran perfectos y santos. Su voluntad se conformaba naturalmente a la voluntad de Dios. Pudieron no pecar. Piénsalo. Tenían la capacidad de no pecar. Todas esas cosas que desearías no querer hacer, pensar o sentir, nunca habrían sido parte de tu vida en primer lugar. Y lo desecharon por un conocimiento que Dios ya les dijo que no necesitaban.
Y ahora, no sólo por los pecados que no podemos evitar cometer, sino por la naturaleza pecaminosa que heredamos de Adán y Eva, nosotros, como ellos, no somos aptos para estar con nuestro Dios perfecto y santo. Nuestro pecado nos dirige hacia nosotros mismos. No podemos hacer lo que Dios dice. No podemos amarlo más de lo que nos amamos a nosotros mismos. No podemos cumplir el primer mandamiento y mucho menos el resto. Y todo eso lleva al cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a Adán sobre el árbol del que comieron. Muerte.
La muerte podría haber sido algo que la humanidad aprendió teóricamente mientras caminábamos junto con Dios. Pero en cambio, ahora es un hecho agonizante de toda vida humana, y lo merecemos. ¿Qué más debería dar un padre celestial perfecto a sus hijos desobedientes? Debería darnos exactamente lo que promete. Y con esa muerte que merecemos debería venir otra muerte más eterna en el infierno para siempre. Lo heredamos de nuestros padres, el pecado y todos sus terribles efectos, y le añadimos día tras día. Y no hay nada que tus manos infectadas y pecaminosas puedan hacer para solucionarlo.
No hay nada que TÚ puedas hacer al respecto. Pero, ¿qué puede hacer al respecto nuestro Dios todopoderoso, todo amoroso y misericordioso? Bueno, él nos lo dice aquí mismo en esta historia.
Aunque Adán y Eva se escondían en vergüenza pecaminosa cuando oyeron acercarse los pasos de Dios, ¿qué hace Dios? “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?”
¿Dónde estás tú? Como si él no lo supiera ya. El Señor de los cielos que fijó cada átomo en su lugar sabía dónde estaba Adán. No ignoraba lo que acababa de suceder, su creación perfecta ahora estaba arruinada. Habían hecho exactamente lo que él les había dicho que no hicieran. Pero él lo sabe. Él sabe lo que eso significa. Pero su primera intención es mostrarles a sus hijos caídos lo que eso también significa.
Y así, gentil y metódicamente, Dios muestra a Adán y Eva su pecado. Sus preguntas sacan a la superficie su pecado. Les pregunta dónde están y si hicieron lo que les ordenó que no hicieran para que le confesaran su maldad. Pero incluso cuando Adán se desvía y le echa la culpa a Eva, pacientemente sigue el dedo que señala a su esposa y le pregunta: ¿Qué es lo que ha hecho?
Merecen ser destruidos, ¿no? Ser borrado de la faz del planeta por destruir lo que Dios había hecho sin pensarlo. Y lo mismo ocurre con nosotros también, que también ignoramos cruelmente la advertencia y pisoteamos los mandamientos de nuestro santo y perfecto Dios, sólo para poder obtener las cosas que queremos.
Pero, así como Dios no destruyó a los padres de quienes heredamos nuestro pecado, así tampoco nos destruye a nosotros. Dios también es paciente contigo. Pedro lo escribe en su segunda carta: [El Señor] es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Así es como Dios nos trata. Él no quiere que perezcamos, sino que reconozcamos nuestros caminos pecaminosos y acudamos a él en arrepentimiento. Él quiere que nos veamos para ver cómo nos escondemos de él, cómo el pecado nos hace sentir culpables y cómo tratamos de evitar el castigo por nuestros pecados. Y lo hace con paciencia. Él bondadosamente nos da tiempo, nuestra conciencia y su Palabra como espejo para que golpeemos nuestros corazones y veamos el error de nuestros caminos. Pero Dios no nos deja en ese arrepentimiento, en un estado de inseguridad sobre lo que sucederá después. No como lo hizo con nuestros primeros padres, Dios nos da algo más.
¿No te parece interesante que Dios siga este interesante tren de lógica? Va hacia Adán, quien echa la culpa tanto a su esposa como a Dios mismo, y luego continúa con Incluso, quien señala a la serpiente, y cuando Dios finalmente decide actuar, ¿quién es maldecido primero? ¡La serpiente! Escuchó a estas personas que aprendieron a mentir tal vez minutos antes y primero maldijeron a la serpiente. ¿Por qué?
Porque quiere que estas personas destrozadas escuchen cómo iba a arreglarlas. Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.
Dios no estaba dispuesto a remediar la maldición del pecado imponiendo a la humanidad reglas sobre reglas que nunca podrían esperar seguir. ¡No podemos hacerlo! No hay manera de que podamos apaciguar a Dios, completar aquellas cosas que él nos ordena con nuestra naturaleza pecaminosa. Y entonces, en lugar de eso, Dios les dio la promesa de que él mismo los rescataría derrotando al que los había engañado. Y esa misma promesa, la recibiste también de tu padre celestial.
La pregunta de Dios, ¿Dónde estás tú? No es sólo un llamado al arrepentimiento para ver todo lo que hemos perdido a causa de nuestro pecado. Más bien, es una muestra de cuán profundamente nos ama a pesar de todos nuestros pecados. Después de que Adán y Eva trajeron el pecado al mundo, Dios prometió enviar a alguien para salvarlos de él. Y él hizo de esa promesa un hecho real y verdadero en su Hijo. Él era la simiente prometida que aplastaría la cabeza del diablo. Pudo enfrentar al diablo y todas sus tentaciones de frente y permaneció sin pecado. Y todo ese pecado que cometemos, toda la vergüenza, la culpa y el evitarlo, él se lo llevó consigo a una colina y a Jerusalén y murió para pagar por ello.
Jesús es el cumplimiento total de la promesa que Dios hizo ese día en el huerto. Él es la manifestación completa de la paciencia y el amor que Dios tiene reservado para nosotros. Reparó lo que nuestros primeros padres habían roto y sufrió el infierno que merecemos. Nos ha hecho, una vez más, aptos para estar con nuestro Dios. No por el pueblo que somos, sino por quién fue él en nuestro lugar, nuestro sacrificio y nuestro Salvador. Él ha restaurado nuestro lugar en el jardín celestial del Edén, donde volveremos a vivir con él en perfección. Perfecto, santo e incapaz de pecar, y todo porque Dios fue paciente con nosotros, sus hijos pecadores.
Y una de las bendiciones que nos da es que no tenemos que esperar para ver cómo nos dan esa bendición. Ahora mismo, por obra del Espíritu Santo, él obra en nosotros la capacidad de servirle. Pablo escribe en su carta a los Efesios: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestidos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. De este lado del cielo todavía estamos manchados por el pecado y sabemos cuán dura es la lucha contra nuestra naturaleza pecaminosa. Pero el amor misericordioso de Dios hacia nosotros es este: que a través de la fe que creó en nosotros, nos ayuda a luchar contra esa naturaleza pecaminosa y a vivir vidas fieles de acuerdo con su voluntad, escuchando sus pacientes llamados al arrepentimiento y aferrándonos a su promesa. de perdón cuando los niños se aferran a su amoroso padre.
Heredamos muchas cosas de nuestros padres. A veces es algo no tan agradable. Y vemos diariamente toda la herencia desgraciada que recibimos de nuestros primeros padres, pero de nuestro padre celestial hemos recibido una herencia que cubre por encima. Uno que perdure y nos recuerde el gran amor que Dios nos ha mostrado a través de su Hijo y todavía nos muestra todos los días. Que nuestro paciente Dios te llame al arrepentimiento y te consuele con la promesa de vida eterna, Amén.
Los Himnos:
Algunos himnos sugeridos:
Cantad al Señor:
17 De tal manera, Dios amó
26 El buen Jesús es mi pastor
27 ¡Cristo es mi alegría!
28 El profundo amor de Cristo
30 Jesús es la roca
31 Manos cariñosas
32 Oh Verbo humanado
33 Soy el camino
34 Salvador, Jesús amado
88 Sublime gracia
Culto Cristiano:
47 Cristo vida del viviente
129 Castillo fuerte
202 Oí la voz del Salvador
219 Roca de la eternidad
225 Por gracia sola
229 Tal como soy de pecador
240 En Jesucristo se halla la paz
245 Lejos de mi Padre Dios
251 Oh, que amigo nos es Cristo
254 Firmes y adelante (segunda lectura)
246 Mi fe descansa en ti
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