El vigésimo domingo después de pentecostés

(Verde)

Tema del día: Las lecturas para esta mañana enfocan en varios aspectos de la familia cristiana.  En todas nuestras relaciones familiares, el amor de Cristo sirve como nuestra motivación, fuerza y ejemplo.

La Colecta: Oh Dios, que demuestras tu omnipotencia principalmente en manifestar clemencia y piedad: Concédenos misericordiosamente tal medida de tu gracia que se logre en nosotros el cumplimiento de tus benignas promesas, seamos hechos partícipes de tu tesoro celestial y podamos dirigirnos siempre por el camino de tus mandamientos; por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

La Primera Lectura: Génesis 2:18-24 Nota el amor de Dios en la creación de Eva.  Mostró a Adán primeramente que le faltaba compañerismo para aumentar su gozo al recibir a Eva.  Además, al juntar al hombre y mujer en matrimonio, Dios da papeles específicos a cada uno con el propósito de bendecirlos por medio del cumplimiento de esos papeles.

18Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. 19Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. 20Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. 21Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. 22Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. 23Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. 24Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.

El Salmo del Día: Salmo 139

Al músico principal. Salmo de David.

1Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.

2Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;

Has entendido desde lejos mis pensamientos.

3Has escudriñado mi andar y mi reposo,

Y todos mis caminos te son conocidos.

4Pues aún no está la palabra en mi lengua,

Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.

5Detrás y delante me rodeaste,

Y sobre mí pusiste tu mano.

6Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;

Alto es, no lo puedo comprender.

7¿A dónde me iré de tu Espíritu?

¿Y a dónde huiré de tu presencia?

8Si subiere a los cielos, allí estás tú;

Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.

9Si tomare las alas del alba

Y habitare en el extremo del mar,

10Aun allí me guiará tu mano,

Y me asirá tu diestra.

11Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán;

Aun la noche resplandecerá alrededor de mí.

12Aun las tinieblas no encubren de ti,

Y la noche resplandece como el día;

Lo mismo te son las tinieblas que la luz.

13Porque tú formaste mis entrañas;

Tú me hiciste en el vientre de mi madre.

14Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras;

Estoy maravillado,

Y mi alma lo sabe muy bien.

15No fue encubierto de ti mi cuerpo,

Bien que en oculto fui formado,

Y entretejido en lo más profundo de la tierra.

16Mi embrión vieron tus ojos,

Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas

Que fueron luego formadas,

Sin faltar una de ellas.

17¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos!

¡Cuán grande es la suma de ellos!

18Si los enumero, se multiplican más que la arena;

Despierto, y aún estoy contigo.

19De cierto, oh Dios, harás morir al impío;

Apartaos, pues, de mí, hombres sanguinarios.

20Porque blasfemias dicen ellos contra ti;

Tus enemigos toman en vano tu nombre.

21¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen,

Y me enardezco contra tus enemigos?

22Los aborrezco por completo;

Los tengo por enemigos.

23Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;

Pruébame y conoce mis pensamientos;

24Y ve si hay en mí camino de perversidad,

Y guíame en el camino eterno.

La Segunda Lectura: Hebreos 2:9-11 ¡Oh, qué hermano nos es Cristo!  El que es superior a los ángeles, el creador del mundo, mostró su amor por nosotros sus criaturas rebeldes al hacerse hombre, nuestro hermano en la humanidad, y como nuestro hermano sufrió la muerte para darnos la gloria del cielo.  Qué el amor de nuestro Padre celestial y de nuestro hermano Jesucristo nos muestre como amar a nuestra familia aquí en este mundo.

9Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.

10Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. 11Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos.

El Versículo: ¡Aleluya! ¡Aleluya! Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te cantaré himnos. ¡Aleluya!

El Evangelio: Marcos 10:2-16 No existe un divorcio sin pecado.  Al menos uno, y generalmente los dos cónyuges pecan en un divorcio y por causa de ese pecado merecen la muerte eterna en el infierno.  Aunque el divorcio hoy en día es algo muy común, no cambia el hecho de que es un pecado.  Dios quiere que un matrimonio dure hasta la muerte los separe.  Y en cuanto a los niños, Cristo nos recuerda que sus almas también le importan, hecho que sirve como exhortación a los padres a criar a sus hijos “en disciplina y amonestación del Señor.”

2Y se acercaron los fariseos y le preguntaron, para tentarle, si era lícito al marido repudiar a su mujer. 3El, respondiendo, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? 4Ellos dijeron: Moisés permitió dar carta de divorcio, y repudiarla. 5Y respondiendo Jesús, les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; 6pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. 7Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, 8y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. 9Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

10En casa volvieron los discípulos a preguntarle de lo mismo, 11y les dijo: Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; 12y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

13Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. 14Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. 15De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. 16Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.

HERMANOS, LA PODEROSA FE CUIDA NUESTRAS FAMILIAS

Todos los que estamos aquí escuchando la Palabra en este día tenemos un tesoro que el mismo Espíritu Santo nos ha dado: la fe. La Biblia nos enseña que este es el medio por el cual cada uno de nosotros confiesa que Jesús es nuestro Señor y Salvador. Esta fe es alimentada y fortalecida por los medios de gracia: el Evangelio y los sacramentos. Esta fe se fortalece y también se debilita. La fortalecemos cuando dejamos que el Espíritu Santo actúe por medio de oír el Evangelio y frecuentar la Santa Cena, nos ayuda en este caminar hacia la vida eterna; y se debilita cuando hacemos lo contrario, es decir, no oír la Palabra y no usar la Santa Cena con frecuencia.

Parece que por estos días el invierno ha vuelto a nuestra región y nuestras ciudades; las lluvias han regresado con mucha más fuerza, y es común por estos días ver goteras en nuestras casas causadas por problemas en el techo. Cuando vemos una gotera, nos reímos y, si tenemos visita, queremos ocultarla porque nos da pena que se vea en la sala de nuestra casa. Esto nos lleva a recordar una frase: «nadie sabe la gotera que cae en cada familia». Usamos esta frase para disfrazar el problema por el cual estamos pasando, ya sea un problema económico o de escasez, el divorcio a las puertas de una relación, o conflictos con los hijos por falta de respeto. Pero antes de ser un pecado contra el tercer, cuarto, quinto y sexto mandamiento, estos problemas siempre muestran nuestra falta de temor al Señor. Pecamos contra el tercer mandamiento porque no estamos fortaleciendo nuestra fe. Los problemas dentro de un hogar suceden por la incredulidad o la decadencia de la fe. Pecamos contra el cuarto mandamiento por la altivez hacia los padres, contra el quinto por perder el respeto a los demás, y contra el sexto porque estamos cambiando el propósito de Dios de estar juntos «hasta que la muerte nos separe».

Todos estos pecados ocurren porque nuestra fe está débil, dudosa o incluso olvidada. Para que podamos entender mejor lo que el Espíritu Santo nos está enseñando hoy, recordemos cómo la familia de Jacob, Israel, creció mucho en Egipto. Dios los liberó de la esclavitud de esa nación, no por su fe, sino por su amor y misericordia. Dios quiso que este pueblo fortaleciera su fe y su confianza en Él celebrando la Pascua cada año, pero vemos que el caminar en el desierto fue para ellos un trauma de vida o muerte. Un ejemplo es que esta familia se rebeló contra Dios porque estaban cansados de comer maná. Quisieron depender de sí mismos y muchas veces olvidaron el cuidado de Dios, quien los protegía de día con una nube y de noche con una antorcha. En varias ocasiones esta familia renegó de la providencia de Dios y confiaron en los dioses cananeos. También vemos ejemplos de hijos de profetas y sacerdotes que no fueron fieles, como los hijos de Elí, quienes aprendieron a sacar carne de los sacrificios que no les correspondía, o el profeta Samuel, que en su vejez puso a sus hijos como jueces en Israel. Pero ellos trajeron problemas al fiel profeta y a su trabajo, pues andaban en avaricia, recibían sobornos y pervirtieron el derecho de los israelitas. También encontramos problemas en las familias de los reyes: Absalón se puso en contra de su padre David y su final fue trágico con su muerte.

Hoy, nosotros somos el reflejo de las familias del Antiguo Testamento. No es difícil entender la actitud de los fariseos y los discípulos de Jesús. Los fariseos no solo tentaban a Jesús, sino que justificaban sus divorcios. Hoy, muchos de nosotros hemos caído en esta falta de fe, queriendo acabar con nuestros matrimonios o haciendo méritos para destruirlos mediante el adulterio y el abandono malicioso. Recordemos que el adulterio no es solo un pecado de hecho; nuestros pensamientos llenos de avaricia y falta de dominio propio nos han hecho pecar contra nuestros matrimonios. Muchos cristianos también han caído en formar familias basadas en el poliamor, olvidando que Dios manda que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer. Han cambiado esto viviendo en homosexualidad y lesbianismo, distorsionando el diseño de Dios y formando matrimonios de varias personas. ¿Cuántas veces hemos sido mal ejemplo para nuestros hijos? Los discípulos de Jesús impedían que los niños llegaran a Él. Nosotros, como padres, cuando no priorizamos que los niños y jóvenes lleguen a tiempo a la escuela dominical o al estudio bíblico, o las veces que hemos decidido como familia no congregarnos porque queremos estar en un lugar que nos digan lo que queremos escuchar, muchas veces las familias entrevistan a la iglesia buscando lo que quieren escuchar o acomodándose a su necesidad temporal y es asi como estamos impidiendo que nuestros hijos lleguen a Jesús. Además, ha crecido el pensamiento de no querer tener hijos por todos los problemas actuales, y muchos han cambiado el tener hijos por mascotas. No es malo cuidar de las mascotas, lo malo es preferir hacer familias con animales y no con seres humanos. Todo esto muestra cómo hemos contribuido a dañar nuestras familias, dejándonos llevar por el diablo y permitiendo que él debilite nuestra fe.

La carta a los Hebreos, en la lectura del Nuevo Testamento, nos dice que Jesús se hizo inferior a los ángeles, y lo hizo viviendo a este mundo para que usted y yo no fuéramos al infierno a causa de nuestro pecado contra Dios y nuestra familia. Jesús creció en una familia hostil, pues sus hermanos no creían en Él. Los evangelios no ocultan la «gotera de agua» que caía en la casa de Jesús, porque sus hermanos lo consideraban loco y en algunas oportunidades querían asesinarlo. Pero Jesús no cayó en el juego del diablo. Él siguió predicando la Palabra y ayudando a las familias y, lo más importante cumpliendo la voluntad perfecta del Padre. Pensemos en una niña de doce años que murió, cuyo padre, Jairo, principal de la sinagoga, fue a buscar a Jesús porque su familia estaba sufriendo por la enfermedad y luego la muerte de su hija. O recordemos a la madre viuda de Naín, cuyo hijo había muerto y su familia estaba al borde del fin. También, pensemos en Jesús en la cruz, preocupado por la vida espiritual de su madre. Nuestro Señor mostró siempre fidelidad al Padre por amor a nosotros y dijo: «Talita cumi», «niña, levántate». Resucitó al hijo de la viuda y dejó que Juan cuidara de su madre espiritualmente. Todo esto lo hizo para que usted y yo fuéramos perdonados. Sabemos que los ángeles no mueren, pero Jesús demostró que era inferior a los ángeles al dejarse llevar al sufrimiento y a la muerte, para que nosotros hoy formemos parte de una familia mucho más grande: la familia de Dios. Es por esto que la carta a los Hebreos muestra el resultado de la obra de Jesús en la cruz: 19Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, 20por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, 21y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. (Hebreos 10:19-22)

Jesús, en su respuesta a los fariseos, cuidó y puso en alta estima el matrimonio. Dejó que los niños fueran a Él, porque el reino de los cielos es de ellos, y los bendijo. Esto muestra que para Jesús la familia es importante, por eso tocó el tema desde la creación, cuando Adán y Eva fueron creados, y Dios mandó que no dañaran su relación «hasta que la muerte los separe». Si esto es importante para Jesús, por la fe, también es importante para nosotros. Para usted y para mí, tenemos dos bendiciones que Dios nos ha dado en nuestras vidas: la iglesia, porque en ella fortalecemos y hacemos crecer nuestra fe, y la familia, porque en ella practicamos el amor, la benignidad, la paciencia, el perdón y la fe. La carta a los Hebreos nos dice un poco más: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (Hebreos 10:23-25). Esto es lo que necesitamos hacer por la obra del Espíritu Santo para cuidar nuestros matrimonios y nuestras familias: la importancia de congregarnos, porque así alimentamos y fortalecemos nuestra fe; la importancia de exhortarnos, para que el diablo no gane nuestras almas y destruya nuestros hogares; la importancia de mantenernos firmes en la Palabra de Dios, porque una fe firme y sólida no solo nos cuida para ir al cielo, sino que también, al estar fortalecida, siempre nos hará pensar y actuar en hacer buenas obras, cumpliendo la promesa de estar juntos como matrimonios hasta que la muerte nos separe, trayendo a nuestros hijos a la iglesia para que escuchen del verdadero amor en Jesús, y ayudando a otros predicándoles la Palabra para que hablen de Jesús en sus casas. Así, formaremos familias para Cristo, familias centradas en el estudio de la Palabra y la oración, familias donde la ira ha sido cambiada por el amor, la discusión por la armonía, y familias que, unidas, piden perdón al Señor y siempre están bajo la cruz. Amados de Dios, ¡qué bendición es nuestra familia! Sigamos juntos cuidándola y nutriéndola espiritualmente hasta que partamos de este mundo. Amén.

Los Himnos:

Algunos himnos sugeridos:

Cantad al Señor:

91        Bendito hogar donde el Señor

92        En tu templo, Padre Dios

93        Mi casa y yo, ¡oh buen Jesús!

94        Te rogamos, Padre eterno

Culto Cristiano:

255      Qué mi vida entera esté

272      Me guía Cristo

280      Bendita casa

283      ¡Oh Dios de amor perfecto!

× ¿Cómo podemos ayudarte?