Domingo de Ramos

Su humildad, nuestra esperanza.

Tema del Día

Jesús vino para ser el tipo de Rey que el mundo nunca entenderá: uno que conquista a sus enemigos rindiéndose a ellos, uno que aplasta a su oposición dejando que le aplasten a él, uno cuyo camino hacia la exaltación real incluye la humillación voluntaria. Este es el tipo de Rey que esta semana marcha a la batalla como uno de nosotros y por todos nosotros. Como resultado, nos sentimos atraídos hacia él por la fe, en lugar de alejarnos por el miedo. Este Rey humilde es nuestra única esperanza.

Oración del día

Te alabamos, oh Dios, por los grandes actos de amor con que nos has redimido por medio de tu Hijo Jesucristo. Así como él fue aclamado por los que esparcían sus vestidos y ramos de palma a su paso, que nosotros lo aclamemos siempre como nuestro Rey y lo sigamos con perfecta confianza; que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre.

Primera lectura: Filipenses 2:5-11

Cuando escribió a los cristianos de la colonia romana de Filipos, Pablo introdujera el himno cristiano primitivo que tan bien resume el mensaje de la humildad con esta instrucción: «Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús» (versículo 5). En lugar de tener una mentalidad que nos hiciera ver la humildad como algo que había que rechazar, Jesús demostró que la humildad era algo que había que abrazar.

5Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Salmo 24

La Iglesia canta el Salmo 24 en los oficios del Primer Domingo de Adviento y del Domingo de Ramos, ambos anticipando la llegada de Cristo el Señor. El salmo es una liturgia procesional para la entrada del Rey de gloria en Sión. Martín Lutero dijo: «El Salmo 24 es una profecía del reino de Cristo en todo el mundo. Hace un llamamiento a las “puertas” del mundo, es decir, a los reyes y príncipes, para que dejen sitio al reino de Cristo; porque ellos son los que habitualmente se ensañan contra él (Salmos 1 y 2), y dicen: “¿Quién es este Rey de gloria?”

Salmo de David.

1De Jehová es la tierra y su plenitud;

El mundo, y los que en él habitan.

2Porque él la fundó sobre los mares,

Y la afirmó sobre los ríos.

3¿Quién subirá al monte de Jehová?

¿Y quién estará en su lugar santo?

4El limpio de manos y puro de corazón;

El que no ha elevado su alma a cosas vanas,

Ni jurado con engaño.

5El recibirá bendición de Jehová,

Y justicia del Dios de salvación.

6Tal es la generación de los que le buscan,

De los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob.

Selah

7Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,

Y alzaos vosotras, puertas eternas,

Y entrará el Rey de gloria.

8¿Quién es este Rey de gloria?

Jehová el fuerte y valiente,

Jehová el poderoso en batalla.

9Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,

Y alzaos vosotras, puertas eternas,

Y entrará el Rey de gloria.

10¿Quién es este Rey de gloria?

Jehová de los ejércitos,

El es el Rey de la gloria.

Selah

Segunda Lectura: Evangelio Lucas 19:28-40

Jesús, elige un asno antes de derrotar a sus enemigos. Entra en Jerusalén indefenso, sabiendo lo que los que se le oponen han resuelto hacerle. Para Jesús, el asno no era sólo un símbolo de realeza. Era un símbolo de humildad.

28Dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén. 29Y aconteció que llegando cerca de Betfagé y de Betania, al monte que se llama de los Olivos, envió dos de sus discípulos, 30diciendo: Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo, y traedlo. 31Y si alguien os preguntare: ¿Por qué lo desatáis? le responderéis así: Porque el Señor lo necesita. 32Fueron los que habían sido enviados, y hallaron como les dijo. 33Y cuando desataban el pollino, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino? 34Ellos dijeron: Porque el Señor lo necesita. 35Y lo trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el pollino, subieron a Jesús encima. 36Y a su paso tendían sus mantos por el camino. 37Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, 38diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! 39Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. 40Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían.

Texto Sermón: Isaías 42:1-4

Estos versículos presentan a los lectores de Isaías al Siervo del Señor. En la segunda mitad de Isaías, esta designación se utiliza de tres maneras diferentes: Puede referirse a toda la nación de Israel, puede referirse a los fieles de esa nación y puede referirse, como aquí, al Mesías elegido por Dios. Al final de la profecía de Isaías, habrá cuatro «Cantos del Siervo». Culminan con las palabras que oiremos el Viernes Santo, que representan al Siervo sufriente del Señor.

1He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. 2No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. 3No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. 4No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley.

¿Quién es este Rey de la gloria?

Hermanos en Cristo, imagínese esto: usted está en medio de una gran multitud. La gente los empuja por todos lados, tratando de encontrar un mejor lugar para mirar. Apenas pueden escuchar a su amigo por el ruido. Ramas de palmas vuelan por el aire. Y de repente lo ve: ¡El rey David! Ha regresado victorioso, tras derrotar a los enemigos de Israel. Todos están llenos de emoción: el rey poderoso ha traído la paz a su pueblo.  

            En aquellos tiempos, era común celebrar el regreso triunfante de un rey. Muchas veces se usaban ramas de palmas como un símbolo de la victoria. Era una fiesta grandísima. 1 Samuel 18 nos cuenta que, cuando David volvió de matar a Goliat, la gente salió para recibirlo con canticos e instrumentos. Cantaron, “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles” (v. 7).

Durante su reinado, David fue alabado muchas veces por sus victorias. Era un gran rey, poderoso, y solía recibir alabanza de la gente. El pueblo también recordaba que Dios había prometido que de su descendencia vendría un Rey aún mayor, el prometido Mesías. El profeta Isaías predijo: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrá límite, sobre el trono de David y sobre su reino…desde ahora y para siempre” (Isaías 9:7). Por eso, el pueblo estaba esperando a un Mesías como David: fuerte, victorioso, y glorioso.

            El Salmo 24, que leímos hoy, es un salmo escrito por David para describir una escena como esa. Un rey glorioso está entrando a la ciudad. David hace una pregunta: ¿Quién es este Rey de gloria? (24:8). Es una pregunta muy importante. Aquí en Isaías 42, Dios nos da pistas acerca de quién es este rey de la gloria.

            He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles (v. 1-2).

            Sabemos que este rey es un siervo. De hecho, muchas veces Dios llamó “mi siervo” a David. Y David fue escogido por Dios. Él también recibió el Espíritu del Señor cuando Samuel lo ungió (1 Samuel 16:15). Pero David nunca estableció justicia en la tierra. Era un hombre de guerra, no un hombre de paz, como Dios describe aquí. Además, David pecó muchas veces. Por eso, Dios no podía tener contentamiento perfecto en él.

            A veces en el Antiguo Testamento Dios también llamó “mi siervo” a la nación de Israel. Ellos fueron una nación elegida por Dios en la cual iba a llegar el Mesías. Pero ellos no eran fieles a Dios. Dios no tenía contentamiento en ellos. Todos los reyes de Israel eran pecadores, y muchos eran especialmente malvados. Ellos no trajeron justicia a las naciones.

            Cuando leemos esta descripción del Siervo de Dios, es obvio que sólo puede ser Jesús. Jesús era el perfecto Siervo de Dios. Él era el único Rey humilde, no un rey de guerra, como David. Pablo nos recuerda en la segunda lectura, (Jesús) “despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8). Solo Jesús estableció justicia en la tierra por su muerte. Y solo en él Dios tenía contentamiento. Cuando Jesús recibió el Espíritu Santo en su bautismo, Dios dijo, “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). Jesús es el perfecto Siervo de Dios.

            Entonces, pensemos un momento: ¿Estamos emocionados por este Siervo humilde? ¿O quizás…este Rey nos parece un poco decepcionante? Es verdad que Jesús es un Mesías que no habríamos esperado. Cuando Dios promete que este descendiente del rey David establecerá su reino para siempre, esperamos un rey poderoso, un rey de la gloria, como consideramos la gloria en este mundo. Un rey que viene a la ciudad en triunfo. No un rey humilde. Porque, ¿cómo es posible que un rey humilde nos salve de nuestros enemigos?

            Esto es exactamente lo que los fariseos durante el tiempo de Jesús pensaron. Y la mayoría de los judíos, también. Ellos estaban esperando un rey como el rey David, no un Siervo como Isaías describe. Por eso, los fariseos no creyeron que Jesús fuera el Mesías. Y ellos reprendieron a Jesús por eso (Lucas 19:39). Por sus nociones preconcebidas, ellos no querían creer lo que dice la palabra de Dios acerca del Mesías.

            Pero ellos debían haber creído que el Mesías iba a ser humilde, que él iba a sufrir. Porque más adelante en Isaías, en otra canción de este Siervo de Dios, Isaías profetizó, “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4). Y el profeta Zacarías profetizó que este Mesías iba a hacer una entrada triunfal no con mucho poder como David, pero humildemente: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zacarías 9:9).

            Hermanos en Cristo, la tentación de dudar de Dios y de su palabra (3º mandamiento) no es nueva. Los fariseos dudaron. Y tal vez nosotros no dudamos de que Jesús sea el prometido Mesías, como los fariseos. Pero dudamos de Dios en otras formas. Aunque Dios promete estar siempre con nosotros (Mateo 28:20), muchas veces no lo creemos. Aunque Dios promete obrar todas las cosas para nuestro bien (Romanos 8:28), muchas veces no lo creemos. Aunque Dios promete que nuestros pecados son perdonados por Jesús (1 Juan 1:7), muchas veces no lo creemos.

            Cada uno de estos pensamientos de incredulidad demuestra cuán frágiles somos. Somos cañas cascadas y pábilos que apenas humean (Isaías 42:3). Nuestro pecado y nuestra incredulidad nos han separado de Dios. No tenemos manos limpias. Por lo tanto, como Salmo 24 describe, no somos dignos de subir al monte de Jehová. Lo que merecemos es la muerte en el infierno.

            Pero, hermanos en Cristo, gracias a Dios que Jesús es un Siervo-Rey. Gracias a Dios que Jesús ama a las cañas cascadas y los pábilos que apenas humean, como nosotros. Como ustedes saben, es muy fácil romper una caña cascada y tirar a la basura un pábilo que apenas humean. Habría sido muy fácil para Jesús no ocuparse de nosotros. Pero Jesús tuvo compasión de nosotros. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia (v. 3).

Jesús quería traernos la justicia. Esta palabra es muy importante, se menciona 3 veces en estos 4 versículos. Isaías está describiendo la doctrina de la justificación. La justificación es una palabra que significa que Dios nos ha declarado inocentes de todo pecado por la obra de Jesús. Jesús tomó nuestro lugar bajo la ley de Dios. Solo él tenía las manos limpias. Y por su dedicación a su obra de traernos justicia, tenemos las manos limpias ahora. Podemos subir al monte de Jehová y estar con él para siempre en el cielo.

            Hay algo bien interesante que quiero compartirles en el texto hebreo que no se traduce a otros idiomas. Versículo 4 dice: No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley. La palabra “desmayar” es la misma palabra usada para “caña cascada”, y la palabra “cansar” es la misma palabra usada para “el pábilo que humea”. Isaías está diciendo que nosotros, las cañas cascadas y los pábilos que apenas humean, no vamos a fallecer, porque Jesús, el Siervo de Dios, no se cansó ni se desmayó en su misión de traernos la justicia. Jesús era nuestro perfecto sustituto. No había nada capaz de detener la misión de Jesús. Mientras que somos débiles en nuestros pecados, Jesús es fuerte. Y aunque Jesús le pareció a la gente muy débil y humilde, a través de la humildad de su sufrimiento nos ganó la justicia. Esta es fuerza verdadera. Esta es gloria verdadera.

            Hermanos en Cristo, ésta es la verdad que queremos tener en el corazón esta semana santa. Jesús, el Siervo de Dios, no vino para recibir aplausos como el rey David. Él vino para humillarse y establecer justicia en la tierra.

Por confiar en Jesús como nuestro Salvador, tenemos la esperanza del cielo. Esto es lo que significa v. 4: Las costas esperarán su ley. La palabra “ley” significa la palabra de Dios. Por confiar en lo que dice la palabra de Dios tenemos la salvación. Como el apóstol Juan escribió, “Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).

            Este mensaje es para cada persona, tanto las costas (o sea, los gentiles) como los judíos. Entonces, queremos que otros escuchen este mensaje que nos ha cambiado la vida. Queremos compartir esta palabra con los que nos rodean. Especialmente aquí en Colombia y Latinoamérica donde muchos aún buscan su salvación en sus propias obras, tenemos un mensaje que libera: Jesús ya nos justificó. Tenemos paz.

            En el Salmo 24, David hizo la pregunta, ¿Quién es este Rey de la gloria? En este texto de Isaías, Dios nos da la respuesta. Jesús es este Rey de la gloria. Aunque él no era un rey poderoso como David, él ganó la mejor victoria en la historia del mundo a través de su muerte y resurrección. Él nos salvó, las cañas cascadas y los pábilos que apenas humean. Aunque Jesús no sea el Rey que esperamos, él es el Rey que necesitamos. Entonces, hermanos en Cristo, alabemos a Jesús, el Rey de la gloria. Amén.

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