Cuarto domingo de Pascua
Las obras cumplidas marchan victoriosas sobre las palabras vacías.
Tema del Día
La adoración para este domingo en el que Jesús se describe a sí mismo como nuestro Buen Pastor. ¿Qué le hace merecedor de esa designación? ¿Qué hace que queramos seguirle y que obedezcamos su voz? No son sólo sus palabras. Todo pastor tiene una voz. Todo pastor llama a sus ovejas y les pide que le sigan. Lo que distingue a nuestro Buen Pastor son sus obras.
Oración del día
Señor Jesucristo, tú eres el Buen Pastor, que diste tu vida por las ovejas. Condúcenos ahora a las aguas tranquilas de tu Palabra vivificadora para que podamos permanecer en la casa de tu Padre para siempre; porque tú vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre.
Primera lectura: Hechos 13:15-16,26-39
Cuando Pablo y Bernabé empezaron a llevar la buena nueva sobre Jesús hasta los confines de la tierra, intentaron persuadir a los judíos de las sinagogas de todo el imperio de que no la recibieran como lo habían hecho los judíos de la época de Jesús. El sermón de Pablo en Antioquía de Pisidia es un ejemplo de su poderosa persuasión.
15Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad. 16Entonces Pablo, levantándose, hecha señal de silencio con la mano, dijo:
26Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros teméis a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salvación. 27Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo,* las cumplieron al condenarle. 28Y sin hallar en él causa digna de muerte, pidieron a Pilato que se le matase. 29Y habiendo cumplido todas las cosas que de él estaban escritas, quitándolo del madero, lo pusieron en el sepulcro. 30Mas Dios le levantó de los muertos. 31Y él se apareció durante muchos días a los que habían subido juntamente con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo. 32Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, 33la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. 34Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David.
35Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. 36Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. 37Mas aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción. 38Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, 39y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree.
Salmo 32
La Iglesia canta el Salmo 32 en los servicios que proclaman el perdón para el penitente. Es el segundo de los siete salmos penitenciales. En Romanos 4:6-8, Pablo utiliza los dos primeros versículos del salmo para demostrar que la doctrina de la salvación es la misma tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Martín Lutero dijo: «El Salmo 32 es una manera excepcional de enseñarnos lo que es el pecado, ya que nuestra razón no sabe lo que es el pecado y trata de satisfacerlo por medio de las obras. El salmo describe en cambio cómo una persona es liberada del pecado y declarada justa ante Dios. Aquí el salmista dice que incluso los santos son pecadores, y son santos o bendecidos sólo confesando sus pecados a Dios, sabiendo que son declarados justos a los ojos de Dios sólo por gracia, aparte de cualquier servicio u obra. En resumen, nuestra justicia se llama perdón de los pecados».
Salmo de David. Masquil.
1Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.
2Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad,
Y en cuyo espíritu no hay engaño.
3Mientras callé, se envejecieron mis huesos
En mi gemir todo el día.
4Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;
Se volvió mi verdor en sequedades de verano.
Selah
5Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová;
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
Selah
6Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado;
Ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él.
7Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia;
Con cánticos de liberación me rodearás.
Selah
8Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar;
Sobre ti fijaré mis ojos.
9No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento,
Que han de ser sujetados con cabestro y con freno,
Porque si no, no se acercan a ti.
10Muchos dolores habrá para el impío;
Mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia.
11Alegraos en Jehová y gozaos, justos;
Y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón.
Segunda Lectura: Evangelio de Juan 10:22-30
Habían pasado varios meses desde que Jesús llegó a Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos. Fue en relación con esta visita que Jesús había curado al ciego de nacimiento y luego afirmó ser tanto la puerta para las ovejas como el Buen Pastor de las ovejas. Jesús señaló sus obras como prueba de su afirmación. Daría su vida por las ovejas para luego volver a tomarla.
22Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno, 23y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón. 24Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. 25Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; 26pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. 27Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, 28y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. 29Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. 30Yo y el Padre uno somos.
Texto del Sermón: Apocalipsis 7:9-17
Mientras el rebaño de Cristo en la tierra observaba cómo se hacía realidad la visión de Juan de esta «gran tribulación», se habrían sentido tentados a preguntarse si el Buen Pastor estaba cumpliendo su promesa. ¿Mantendría a salvo a su rebaño? ¿Iban a recibir el don de la vida eterna? Esas preguntas se responden cuando la atención de Juan se aleja de la tierra y vuelve al cielo. Ante el trono de Dios y ante el Cordero había una multitud demasiado grande para ser contada.
9Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; 10y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. 11Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, 12diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.
13Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? 14Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. 15Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. 16Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; 17porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.
JESÚS, EL CORDERO DE DIOS, ES NUESTRO BUEN PASTOR
Hermanos en Cristo: ¡Cristo ha resucitado! ¡De verdad ha resucitado! Tenemos perdón de nuestros pecados. Tenemos paz. El pecado, la muerte y el diablo han sido derrotados. Jesús vive y nosotros también viviremos.
Hoy celebramos el cuarto domingo de Pascua, y en este día nos enfocamos en Jesús, nuestro Buen Pastor. Porque nuestro Buen Pastor es victorioso podemos creer las palabras de Salmo 23: “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará” (v. 1-2).
¿Pero realmente lo creemos? ¿Está cumpliendo Jesús su promesa de ser nuestro Buen Pastor? No sé de ustedes, pero para mí, aunque sé que Jesús vive y que su resurrección me da la esperanza del cielo, todavía siento el dolor de este mundo. Todavía hay problemas. Todavía hay tristeza. Todavía hay muerte.
Este mundo puede ser bien duro, ¿verdad? Hay personas que no tienen suficiente para comer. Hay personas que no tiene agua limpia para beber. El clima, ya sea el calor o la lluvia, puede arruinar nuestros planes y vidas. Si Jesús es nuestro Buen Pastor, ¿por qué hay tantas dificultades en este mundo? Si Jesús es nuestro Buen Pastor, ¿por qué tengo esta enfermedad o por qué mi mamá murió en un accidente?
Y todo eso sin hablar de lo espiritual. Aunque Jesús nos ha salvado de nuestros pecados, en este mundo seguimos sintiendo los efectos del pecado, ya sea la culpa nuestra o el daño de los pecados de otros. Los cristianos son perseguidos en muchas partes del mundo. Frecuentemente parece que nadie quiere escuchar el evangelio.
No parece que nuestro Buen Pastor está cuidando su rebaño. Aunque Jesús sí ha resucitado, mi vida muchas veces no me parece mejor, ¿cierto? Y si no estoy seguro de que puedo confiar en Jesús aquí en esta vida, ¿cómo puedo confiar que él va a cumplir su promesa de llevarme al cielo? En un mundo tan roto, es fácil caer en la desesperanza. También es fácil desesperarnos porque pecamos día tras día. Como Isaías dice, “Todas nuestras justicias (somos) como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6). Es claro que estamos viviendo en una gran tribulación.
Antes de nuestro texto, el apóstol Juan recibió una visión de esta gran tribulación. Juan vio un libro sellado con siete sellos (Apocalipsis 5:1). Nadie era digno de abrir los sellos, excepto un Cordero como inmolado (5:6), quien es Jesús, nuestro Salvador. Cuando el Cordero abrió los primeros seis sellos, Juan vio visiones terribles de la gran tribulación: guerra, hambres, enfermedad, cristianos asesinados por su fe y finalmente el juicio del Cordero en el último día (Apocalipsis 6). Esta gran tribulación no es un tiempo que va a llegar al fin del mundo antes de un “milenio”, o algo así. Es la época del Nuevo Testamento, la época en la cual estamos viviendo ahora.
Reconocemos estas visiones; ya están sucediendo en nuestro mundo. Hemos experimentado la tristeza y el dolor de la gran tribulación. Y por eso puede ser fácil dudar de que Jesús es nuestro Buen Pastor. Aunque Jesús ha resucitado y ha prometido estar siempre con nosotros, pecamos contra el 1º y 3º mandamiento por dudar de que Jesús, el Cordero de Dios, tiene el control. Porque, hay que admitir, los corderos es este mundo no son muy fuertes. Los lobos pueden matarlos. Tal vez eso suena un poco raro que Jesús, nuestro Buen Pastor, se describe como un Cordero.
Pero ¿qué pasaría si ese fuera el punto? Nuestro Buen Pastor es diferente. Hay muchos “pastores” en nuestro mundo que prometen cosas, cosas como prosperidad, salud, y aún una buena relación con Dios, si solo les diéramos dinero o hacen algo para Dios. Pero éstos son falsos pastores. Lo que diferencia a Jesús de cada otro pastor son sus acciones. Jesús no solamente hace promesas. Él las cumple.
Me parece interesante que en este texto Jesús se menciona como un Cordero 4 veces. Sí, es verdad que los corderos de este mundo son muy débiles. Pero Jesús no es cualquier cordero. Y esta verdad cambia todo. ¿Recuerda la Pascua? Cuando los israelitas estaban por salir del Egipto, ellos sacrificaron un cordero inocente para prevenir que el Ángel de la Muerte matara el primogénito.
Y Jesús, miles de años después durante la mismísima fiesta de la Pascua, se sacrificó a sí mismo como el Cordero de Dios por todo el mundo para salvarlos de la muerte eterna. Como Juan el Bautismo proclamó, Jesús es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Jesús es nuestro Buen Pastor porque él no solamente nos promete la vida, él da su vida por sus ovejas (Juan 10:10). Jesús, el Cordero de Dios, es nuestro Buen Pastor.
Y ahora, ya que Jesús se sacrificó y resucitó por nosotros, tenemos esperanza: esperanza del cielo y esperanza de que nuestro Buen Pastor va a cuidar de su rebaño. Esto es lo que el apóstol Juan vio en nuestro texto: Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar (V. 9). ¡Guau! El evangelio realmente da fruto. Con esta visión Jesús quita todas nuestras dudas de él. Dios ha cumplido su promesa a Abraham de darle descendientes numerosos como las estrellas (Génesis 15:5). Y ¿sabe qué? Cuando Juan vio esa multitud, ¡él nos vio a usted y a mí! Somos parte de esta multitud porque creemos en Jesús como nuestro Salvador, tal como Abraham.
Esta multitud es de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas (v. 9). El evangelio es para todos, y aunque nos puede parecer que pocos quieren escuchar el evangelio, esta visión nos muestra que Jesús va a llevar su rebaño al cielo, no importando la nacionalidad ni el idioma.
Juan vio que esta multitud estaba delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas (v. 9). En este mundo nos podemos sentir sucios, ¿cierto? Tal vez nos sentimos tentados de decir palabras groseras. Quizás no podemos dejar de tener pensamientos pecaminosos. Tal vez peleamos con nuestra familia. Queremos ser limpios, pero no podemos lograrlo por nosotros mismos.
Si ustedes se sientan así y reconocemos que merecemos el castigo de Dios por los pecados, hay buenas nuevas: “La sangre de Jesucristo…nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Porque Jesús nunca dijo palabras ofensivas, porque él nunca tuvo un pensamiento pecaminoso, porque él siempre amaba su familia, Jesús nos dio sus ropas limpias a través de su muerte y resurrección. ¡Qué regalo! ¡Qué cambio!
Y ahora, vestidos de estas ropas, podemos alabar a Jesús para siempre. Como la gente en el domingo de ramos que alababa a Jesús como su Salvador, nosotros, en el cielo con palmas en nuestras manos, clamaremos a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero (v. 9-10). Porque sabemos que la salvación pertenece a Jesús 100%, no a nosotros. Jesús ha hecho todo para justificarnos de nuestro pecado. Y por eso queremos darle gracias para siempre.
Y lo mejor es esto: estaremos con Jesús, nuestro Buen Pastor, para siempre. Ya no hay separación entre nosotros y Dios. Jesús extenderá su tabernáculo sobre (nosotros) (v. 15). En el Antiguo Testamento, el tabernáculo representaba la presencia de Dios con su pueblo. Y porque Jesús, Emmanuel—Dios con nosotros, vino a vivir en medio de nosotros, porque él tomó nuestro lugar y nos salvó, tenemos la esperanza de vivir con él para siempre.
Esta visión del cielo es increíble y por la obra del Espíritu Santo en el evangelio nos da fuerza en la gran tribulación en la que vivimos. Cuando nos parezca que nuestro Buen Pastor no nos está cuidando, miremos a esta visión del cielo. No queremos permitir que lo que vemos aquí en esta gran tribulación nos haga dudar de que Jesús nos está cuidando y que él va a cumplir sus promesas. Jesús ganó. Y podemos anticipar esta realidad del cielo mientras estamos en esta gran tribulación.
Porque en el cielo, no hay tristeza. No hay pecado. Solo hay perfección con Jesús: Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque El Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lagrima de los ojos de ellos (v. 16-17).
Jesús, el Cordero de Dios, es nuestro Buen Pastor. Y por eso, podemos confiar en las palabras de Salmo 23 mientras estamos en este mundo: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento…ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días (v. 4, 6).
Hermanos en Cristo, esta gran tribulación puede ser bien dura. El profeta Daniel lo profetizó: “En aquel tiempo…será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces” (Daniel 12:1). Pero él también profetizó esperanza para los creyentes: “En aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro” (Daniel 12:1). Esta visión de Juan nos recuerda de que Jesús, el Cordero de Dios, es nuestro Buen Pastor. Y con nuestro Buen Pastor a nuestro lado, no hay nada que temer, porque nuestro Buen Pastor nos ha dicho esto: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28).
La resurrección de nuestro Buen Pastor nos garantiza esta esperanza del cielo. Esto es lo que Isaías profetizó: “(Jehová) destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros” (Isaías 25:8). Porque Jesús ha vencido la muerte con su resurrección, tenemos la esperanza de la vida eterna y perfecta en el cielo con Jesús, el Cordero de Dios y nuestro Buen Pastor. Con mucha alegría tenemos esta esperanza, porque ¡Cristo ha resucitado, de verdad ha resucitado! ¡Aleluya y Amén!
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