Día de Pentecostés

El Espíritu marcha victorioso a través de la Palabra.

Tema del Día

El día de Pentecostés, Jesús derramó el Espíritu Santo para que fuera nuestro compañero constante durante los últimos días de la Tierra. Cuando Jesús prometió enviar al Espíritu Santo, indicó que su obra estaría vinculada a las palabras (Evangelio). Cuando Jesús cumplió esa promesa y comenzó la obra del Espíritu manifestó su presencia con el sonido del viento violento y la aparición de lenguas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles.

Oración del día

Espíritu Santo, Dios y Señor, ven a nosotros en este día gozoso con tu don séptuple de gracia. Reaviva en nuestros corazones el fuego sagrado de tu amor para que, con una fe viva y verdadera, podamos dar a conocer la gloria de nuestro Salvador, Jesucristo, que vive y reina contigo y con el Padre, un solo Dios, ahora y siempre.

Primera lectura: Génesis 11:1-9

Escribió Lutero: «Por lo tanto, es una gran bendición y un milagro sobresaliente del Nuevo Testamento que, por medio de diversas lenguas, el Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, reuniera a hombres de todas las naciones en el único cuerpo de la única Cabeza, Cristo. Cristo une y congrega a todos en una sola fe por medio del Evangelio, aunque permanezcan las diferentes lenguas. Esta es la bendición de Cristo puesto que es común a todos, las diferencias en la vida exterior no causan ofensa»

1Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. 2Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. 3Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. 4Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra. 5Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. 6Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. 7Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. 8Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. 9Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.

Salmo 104

La Iglesia canta el Salmo 104 en los servicios que hacen hincapié en la obra del Espíritu Santo. Se centra especialmente en la obra de la creación. Martín Lutero dijo: «El Salmo 104 es un salmo de acción de gracias por las cosas, además de los seres humanos, que Dios ha creado en los cielos y en la tierra. El salmista relata lo deliciosa y ordenada que es toda la creación de Dios, evocando placer y alegría. Pero, ¿quién se da cuenta? Sólo la fe y el Espíritu».

1Bendice, alma mía, a Jehová.

Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido;

Te has vestido de gloria y de magnificencia.

2El que se cubre de luz como de vestidura,

Que extiende los cielos como una cortina,

3Que establece sus aposentos entre las aguas,

El que pone las nubes por su carroza,

El que anda sobre las alas del viento;

4El que hace a los vientos sus mensajeros,

Y a las flamas de fuego sus ministros.

5El fundó la tierra sobre sus cimientos;

No será jamás removida.

6Con el abismo, como con vestido, la cubriste;

Sobre los montes estaban las aguas.

7A tu reprensión huyeron;

Al sonido de tu trueno se apresuraron;

8Subieron los montes, descendieron los valles,

Al lugar que tú les fundaste.

9Les pusiste término, el cual no traspasarán,

Ni volverán a cubrir la tierra.

10Tú eres el que envía las fuentes por los arroyos;

Van entre los montes;

11Dan de beber a todas las bestias del campo;

Mitigan su sed los asnos monteses.

12A sus orillas habitan las aves de los cielos;

Cantan entre las ramas.

13El riega los montes desde sus aposentos;

Del fruto de sus obras se sacia la tierra.

14El hace producir el heno para las bestias,

Y la hierba para el servicio del hombre,

Sacando el pan de la tierra,

15Y el vino que alegra el corazón del hombre,

El aceite que hace brillar el rostro,

Y el pan que sustenta la vida del hombre.

Segunda Lectura Evangelio: Juan 14:23-27

Como resultado de la promesa de Jesús, sería necesario que los seguidores de Jesús supieran qué palabras eran de Jesús y cuáles no. Esto también formaba parte de la labor del Espíritu Santo. Él recordaba a los apóstoles todo lo que Jesús les había dicho, dando a todos los que les escuchan la confianza de que sus palabras son las palabras de Jesús.        

23Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. 24El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.

25Os he dicho estas cosas estando con vosotros. 26Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. 27La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.

Texto Sermón: Hechos 2:1-21

El Espíritu Santo quería hacer el trabajo que Jesús había prometido que haría de la manera que Jesús lo había prometido que lo haría. Los judíos que se habían reunido para alabar el nombre del Señor en sus propias lenguas empezaron a oír el nombre del Señor proclamado a ellos en esas lenguas. En lugar de oír lo que el Señor exigía de ellos de la manera que podrían haber esperado, oyeron las maravillas que el Señor había hecho por ellos en su Hijo, Jesucristo.

1Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.

5Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. 12Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto.

14Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. 15Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. 16Mas esto es lo dicho por el profeta Joel:

            17Y en los postreros días, dice Dios,

Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,

Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;

Vuestros jóvenes verán visiones,

Y vuestros ancianos soñarán sueños;

            18Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días

Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.

            19Y daré prodigios arriba en el cielo,

Y señales abajo en la tierra,

Sangre y fuego y vapor de humo;

            20El sol se convertirá en tinieblas,

Y la luna en sangre,

Antes que venga el día del Señor,

Grande y manifiesto;

            21Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

Texto: Hechos 2:1-21
Tema: Reconozcamos el verdadero poder del Espíritu Santo

Captar

Hay confusión sobre la tercera persona de la Trinidad.

Probablemente no es tan difícil entender que el Padre es el Creador del cielo y de la tierra y que envió a su único Hijo.

Y creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, que nació de la virgen María, vivió en este mundo, murió y resucitó. Incluso muchos incrédulos conocen los puntos básicos de esta historia.

Pero el Espíritu Santo puede ser un poco más difícil de entender.

Nosotros confesamos que el Espíritu Santo es quien da la fe, utilizando como herramienta el evangelio en Palabra y sacramento. Pero hay otros que dicen que no tienes el Espíritu si no hay señales milagrosas como el hablar en lenguas, y utilizan la historia que vamos a estudiar hoy para probar su punto.

¿Cómo respondemos? ¿Cómo sabemos que tenemos el Espíritu Santo aun sin hablar en lenguas hoy aquí?

Presten atención a la historia del día de Pentecostés en Hechos 2:1-21 para que reconozcamos hoy el verdadero poder del Espíritu Santo en nosotros.

Considerar

Nuestra historia de hoy comienza diciendo: “todos ellos estaban juntos y en el mismo lugar.”

Y cuando dice “todos”, probablemente pensamos en las 120 personas mencionadas en Hechos 1:15. Eso significa que, después de todos los milagros de Jesús durante tres años (como alimentar a cinco mil personas, entre otros), solamente 120 personas en todo el mundo tenían fe en Cristo Jesús.

Pero este rebaño pequeño no tenía miedo. ¿Por qué? Porque fueron testigos de que él había resucitado de los muertos, y sabían que ese Señor resucitado les había dado el encargo de llevar ese mensaje hasta los confines de la tierra (Hechos 1). Además, Jesús les había prometido que el Espíritu Santo vendría a ellos en Jerusalén de una manera especial.

Y en el texto de hoy, el Espíritu Santo vino. Verdadero Dios y tercera persona de la Trinidad, vino en el momento perfecto: 50 días después de la resurrección de Jesús, 10 días después de su ascensión, durante la celebración judía de Pentecostés, cuando muchas personas que esperaban al Mesías habían venido desde todas partes del mundo a Jerusalén.

Por supuesto, no fue la primera vez que el Espíritu Santo vino a los discípulos. Cada vez que Cristo hablaba con ellos durante esos tres años de instrucción, el Espíritu estaba presente. Pero esta venida fue diferente y especial, porque en ese día Dios iba a comenzar su obra en el mundo: la edificación de su iglesia.

Y para un momento tan importante, y para mostrar que fue Dios mismo quien edificaba su iglesia (y no una obra humana), el Espíritu Santo vino con tres señales que vemos en los versículos 2, 3 y 4:

  1. Un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo (v. 2)
  2. Aparecieron lenguas como de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos (v. 3)
  3. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas (v. 4)

Tres señales milagrosas, pero fue aquella última—el hablar en lenguas—la que más llamó la atención de la multitud. ¿Por qué? No fue por ser más impresionante. Podemos imaginar que ver lenguas de fuego sobre las cabezas de los discípulos fue un milagro visible y espectacular.

Pero después de que “la multitud se juntó al escucharse aquel estruendo”, no comentaban sobre el estruendo ni sobre las lenguas de fuego. Hablaban sobre el hecho de que estos galileos, hombres sencillos, podían hablar en los idiomas nativos de personas de todos los rincones del mundo conocido. Específicamente dijeron: “¡Todos los escuchamos hablar en nuestra lengua acerca de las maravillas de Dios!”

Ese fue el propósito del Espíritu Santo ese día. No fue simplemente hablar en lenguas, sino poder hablar “acerca de las maravillas de Dios”. ¿Cuáles eran estas maravillas? Sin duda compartían que el Mesías ya había venido, que vivió una vida perfecta, murió y resucitó de entre los muertos. También que iba a volver en gloria para juzgar a todos. Y sobre todo, hablaban de la maravilla más grande: que hay una sola manera de salvarse, y es por medio de la fe en Jesús como Salvador del pecado.

Es como dice Pedro a la multitud en el último versículo del texto: “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.”


Consolidar

Y eso, mis hermanos en Cristo, fue el punto del día de Pentecostés. Las lenguas de fuego no fueron lo más importante, ni tampoco el don de lenguas. Lo más importante fue la predicación del mensaje de Jesucristo como Salvador del mundo.

Pero tal vez ustedes saben que hoy en día hay mucha confusión con esta historia. Hay iglesias que se enfocan tanto en el hablar en lenguas que a menudo pierden el mensaje central: lo que hizo Jesús. Qué lástima, porque sabemos que si alguien pone su fe en sus propias obras en vez de en Cristo, no tiene esperanza de ser salvo.

Además, sabemos que el don de lenguas fue una señal especial del Espíritu en ese momento específico para predicar y confirmar que el mensaje era divino. Hoy, si queremos probar que el mensaje es de Dios, usamos la Biblia—ya tenemos el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por eso, el don de lenguas no es necesario ahora. Qué tristeza perder el propósito del Pentecostés, y poner en riesgo la verdadera fe en Cristo.

Pero, antes de pasar nuestro tiempo juzgando a los que no están aquí, también reconozcamos que esta historia nos muestra nuestros propios pecados.

Dijimos que Pentecostés fue el día en que Dios comenzó la obra de edificar su iglesia, y que el fundamento de esa iglesia es Cristo. Cuando él venga de nuevo, lo único que cuenta es tener fe en él como Salvador.

¿Y nosotros, sabiendo esto, qué hacemos? ¿Nos enfocamos en hablar acerca de las maravillas de Dios? ¿Vivimos como personas que saben que Cristo puede venir en cualquier momento?

¿O andamos más enfocados en los afanes diarios, sin mencionar, y a veces ni siquiera pensar, en el que juzgará a todos? A veces somos tan tontos como los que acusaron a los discípulos de estar borrachos, cuando en realidad hablaban con sabiduría.

Jesús sí vendrá de nuevo con fuego y humo. “El sol se oscurecerá, la luna se pondrá roja como sangre.” Y vendrá para juzgar a vivos y muertos.

Esto da miedo, porque conocemos nuestras vidas: lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer. En el versículo 37 dice que “todos sintieron un profundo remordimiento en su corazón.” Y, al considerar nuestro pecado, nosotros también.

Pero también hoy, en esta historia, reconozcan lo que dice Pedro después de hablar del juicio. Dice que, en ese día, “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.”

Recordamos que Jesucristo vino y vivió siempre enfocado en la voluntad de su Padre. Nunca pecó. Murió por nuestros pecados de prioridades confundidas y palabras no sanas. Y resucitó para mostrar su victoria y nuestra victoria. Y porque él vive, también nosotros viviremos.

Y a cada uno de nosotros también nos envió el Espíritu Santo. En tu caso no fue con un viento fuerte ni lenguas de fuego ni el don de lenguas. Pero, en otro sentido, el Espíritu vino a ti como vino a la multitud ese día: por el evangelio—por la predicación de las maravillas de Dios y por las aguas del bautismo—dándote fe en Cristo. Para que, cuando Jesús venga de nuevo, estés ante él vestido con su justicia, y seas salvo junto con todos los creyentes de todos los tiempos. Y pases la eternidad con tu Salvador en gloria.


Hace seis semanas, mi papá tuvo un infarto inesperado. No era muy viejo y nunca había pasado una noche en el hospital. La situación fue grave, y los médicos decidieron que necesitaba una cirugía de corazón abierto, con muchos riesgos. Yo, junto con mi mamá y mis hermanas, estuvimos con él antes de que entrara al quirófano.

Todavía recuerdo sus últimas palabras antes de cerrar los ojos para la cirugía: “No estoy preocupado,” dijo.

17 horas después, el médico principal salió a decirnos que no fue posible reparar el corazón de mi papá, y había fallecido.

Al escuchar sobre la segunda venida de Cristo con fuego y humo, puede dar miedo. Al pensar en nuestra muerte y el juicio, podemos pensar en nuestros muchos pecados. Pero recordamos la promesa: todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Recordamos que el Espíritu Santo vino a nuestras vidas por Palabra y sacramento, para que podamos invocar el nombre del Señor. Por eso decimos hoy, en Pentecostés y siempre, que a pesar de todo, no estamos preocupados.

Porque sabemos que todavía es cierto que “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”, y nosotros sí invocamos ese nombre por medio de la fe, dada por el Espíritu Santo.

Amén.

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