SEGUNDO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Por medio de la Palabra, avanza el reinado del Señor sobre el mal.

Tema del Día

Es una sorpresa ver que las palabras de Jesús tienen el poder de Jesús incluso cuando no salen de su boca. Jesús pone sus palabras en nuestros labios. Nos hace sus testigos. Nos llama a cada uno de nosotros en nuestras diversas vocaciones para que contemos lo mucho que Dios ha hecho por nosotros.

Oración del día

Señor Dios, Padre celestial, que enviaste a tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, a este mundo para destruir las obras del diablo y protegernos a nosotros, pobres hombres, contra tan maligno enemigo. Sostennos en toda aflicción por tu Espíritu Santo para que tengamos paz de tales enemigos y permanezcamos benditos para siempre; por tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre.

Primera Lectura: Evangelio de Lucas 8:26-39

Cuando Jesús desembarcó en el otro extremo del Mar de Galilea, en la región de los gadarenos, entró en un lugar firmemente dominado por las fuerzas del mal. No sólo se trataba de un territorio gentil en el que la Palabra de Dios era un bien escaso, sino que, nada más desembarcar, Jesús se encontró con un hombre poseído por muchos demonios.

26Y arribaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea. 27Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros. 28Este, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes. 29(Porque mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre, pues hacía mucho tiempo que se había apoderado de él; y le ataban con cadenas y grillos, pero rompiendo las cadenas, era impelido por el demonio a los desiertos.) 30Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él. 31Y le rogaban que no los mandase ir al abismo. 32Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso. 33Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó.

34Y los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. 35Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. 36Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado. 37Entonces toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos, pues tenían gran temor. Y Jesús, entrando en la barca, se volvió. 38Y el hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que le dejase estar con él; pero Jesús le despidió, diciendo: 39Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él.

Salmo 66

La Iglesia canta el Salmo 66 en los servicios que incluyen alabanzas gozosas a Dios por su asombrosa actividad salvadora. A veces el salmo se dirige a Dios, y a veces se dirige al pueblo que alaba a Dios. Martín Lutero dijo, «El Salmo 66 es un salmo de acción de gracias por las bendiciones comunes que Dios nos concede a menudo. Cada día libera y protege a su pueblo de sus enemigos, como hizo en el Mar Rojo. Al enumerar estas bendiciones, convoca a todos los hombres a la fe».

Al músico principal. Cántico. Salmo.

1Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra.

2Cantad la gloria de su nombre;

Poned gloria en su alabanza.

3Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras!

Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos.

4Toda la tierra te adorará,

Y cantará a ti;

Cantarán a tu nombre.

Selah

5Venid, y ved las obras de Dios,

Temible en hechos sobre los hijos de los hombres.

6Volvió el mar en seco;

Por el río pasaron a pie;

Allí en él nos alegramos.

7El señorea con su poder para siempre;

Sus ojos atalayan sobre las naciones;

Los rebeldes no serán enaltecidos.

Selah

8Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,

Y haced oír la voz de su alabanza.

9El es quien preservó la vida a nuestra alma,

Y no permitió que nuestros pies resbalasen.

10Porque tú nos probaste, oh Dios;

Nos ensayaste como se afina la plata.

11Nos metiste en la red;

Pusiste sobre nuestros lomos pesada carga.

12Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza;

Pasamos por el fuego y por el agua,

Y nos sacaste a abundancia.

13Entraré en tu casa con holocaustos;

Te pagaré mis votos,

14Que pronunciaron mis labios

Y habló mi boca, cuando estaba angustiado.

15Holocaustos de animales engordados te ofreceré,

Con sahumerio de carneros;

Te ofreceré en sacrificio bueyes y machos cabríos.

Selah

16Venid, oíd todos los que teméis a Dios,

Y contaré lo que ha hecho a mi alma.

17A él clamé con mi boca,

Y fue exaltado con mi lengua.

18Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad,

El Señor no me habría escuchado.

19Mas ciertamente me escuchó Dios;

Atendió a la voz de mi súplica.

20Bendito sea Dios,

Que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia.

Segunda lectura: 2 Timoteo 1:3-10

El testimonio de todo cristiano es el mismo. El Dios al que Pablo servía era el mismo Dios al que servían sus antepasados. La fe sincera que vivía en Timoteo era la misma fe que vivía en su madre y en su abuela. El testimonio sobre Jesús del que Pablo no quería que Timoteo se avergonzara no era su testimonio sobre su Señor, sino el testimonio sobre nuestro Señor.

3Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; 4deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; 5trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. 6Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. 7Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.

8Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, 9quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, 10pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio

Texto Sermón: Isaías 43:8-13

La liberación por el Señor de su pueblo del exilio en Babilonia es el tema central de los capítulos 40-48 de la profecía de Isaías. Dentro de esta gran unidad profética, el Señor también habla a través de su profeta para exponer la insensatez de la adoración de ídolos por parte de su pueblo.

8Sacad al pueblo ciego que tiene ojos, y a los sordos que tienen oídos. 9Congréguense a una todas las naciones, y júntense todos los pueblos. ¿Quién de ellos hay que nos dé nuevas de esto, y que nos haga oír las cosas primeras? Presenten sus testigos, y justifíquense; oigan, y digan: Verdad es. 10Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. 11Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve. 12Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios. 13Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?

SOMOS TESTIGOS DE DIOS

Hermanos en Cristo: ¿Qué significa ser un testigo? ¿Y por qué es tan importante dar testimonio? En EE. UU. hay un rio en Ohio que se llama el rio Cuyahoga. En el siglo XX, la contaminación de ese río llegó a tal punto, debido a las fábricas y plantas industriales, que llegó a incendiarse al menos diez veces. Había mucha gente que observaba la contaminación. No era posible nadar. Y ningún pez deseaba llamar este rio su hogar. Para mejorar la situación, fue necesario que los testigos dieran su testimonio. Pero, aunque había muchos testigos, ninguno tomó acción.

Los israelitas eran testigos. Habían visto cómo Dios cumplía sus promesas, cómo Dios los rescató de la esclavitud en Egipto y cómo Dios los preservó en el desierto durante 40 años. Pero en nuestro texto, vemos que los israelitas eran testigos de algo más. Y no era algo bueno. Aunque ellos habían visto con sus propios ojos que su Dios, Jehová, era el único Dios, ellos habían buscado otros dioses. Y por eso, Dios los disciplinó. Permitió que los babilonios destruyeran Jerusalén y se los llevaran al exilio. Ellos fueron testigos de la ira de Dios contra el pecado.

Si ustedes leen el libro de Lamentaciones se van a enterar de qué tan horrible era la situación cuando los babilonios vinieron para destruir Jerusalén. Imagínese que usted es un israelita en Jerusalén. Los babilonios rodean la ciudad. Nadie entra. Nadie sale. Usted está en la casa con sus padres. No hay comida suficiente. Los vendedores son corruptos. Y es imposible recibir comida de afuera. Ha escuchado de niños muriendo de hambre e incluso madres matando a sus hijos para comerlos por la falta de comida, y porque querían rescatarlos del tanto sufrimiento.

Los profetas y sacerdotes dicen que todo está bien. Que Dios no les va a abandonar. Pero ellos solamente profetizan por dinero. Y ellos se oponen a los profetas verdaderos. Cada día hay noticias de la armada afuera. “¿Es hoy el día que van a entrar en la ciudad?”, piensa usted. Cada noche es difícil dormirse por el miedo que siente.

Y una noche, ellos entran. Usted se despierta y sale para ver lo que está pasando. Los babilonios pasan, yendo al templo. Hay fuego en las calles. De repente algunos soldados entran en su casa, arrestan sus padres y usted apenas logra escapar. Por casualidad encuentra su amigo y juntos ustedes observan la situación. Hay niños muertos en las calles. Una madre está llorando mientras un soldado se la lleva. Su amigo le dice que él ha visto soldados violando a las mujeres y torturando a los jóvenes.

Y cuando ustedes finalmente se dan cuenta de que no hay escape, los capturan. Los ponen en un grupo para llevarlos a Babilonia. Mientras salen de Jerusalén en marcha ven el templo completamente quemado. Y se enteran de que el rey Sedequías intentó escapar con su familia, pero los capturaron, mataron a sus niños le sacaron los ojos.

El próximo día ustedes están en marcha a babilonia a través del desierto. Hace demasiado calor. Cuesta encontrar agua o comida. Usted y su amigo están hablando y están de acuerdo de que lo peor de la situación es que Dios se parece como su enemigo: “El Señor llegó a ser como enemigo, destruyó a Israel; destruyó todos sus palacios, derribó sus fortalezas, y multiplicó en la hija de Judá la tristeza y el lamento” (Lamentaciones 2:5). Y si Dios es su enemigo, entonces es natural tener mucho miedo de lo que les va a pasar en Babilonia. ¿Qué esperanza queda?

Ustedes se dan cuenta de que todo esto les ha pasado por sus pecados. No han puesto a Dios en primer lugar, han pecado contra el 1º mandamiento. Han buscado significado en otros lugares que Dios (incluso, a veces, en falsos dioses). Como Isaías dijo antes de nuestro texto: “¿Quién dio a Jacob en botín, y entregó a Israel a saqueadores? ¿No fue Jehová, contra quien pecamos? No quisieron andar en sus caminos, ni oyeron su ley. Por tanto, derramó sobre él el ardor de su ira, y fuerza de guerra; le puso fuego por todas partes, pero no entendió; y le consumió, mas no hizo caso” (Isaías 42:24-25). Han visto que los otros dioses no pueden ayudar. No pudieron predecir el futuro como Dios. No pudieron salvarlos. Ustedes, los israelitas, eran testigos de la ira del único Dios contra el pecado.

Nosotros, hermanos en Cristo, somos testigos de las consecuencias de pecado también. Hemos pecado contra el 1º mandamiento, aunque en diferentes formas. No hemos buscado el significado en Dios, más sin embargo en otras partes y en las cosas de este mundo. Hemos perseguido el dinero, hemos puesto a la familia sobre Dios en nuestras vidas, nos hemos preocupado sobre el futuro por no haber confiado en Dios.

Tal vez no hemos experimentado lo que los israelitas experimentaron, pero hemos experimentado el pecado y sus consecuencias. Relaciones rotas. El divorcio. La falta de paz. Mucha preocupación. El miedo de Dios. Aunque hemos visto el amor de Dios hacia nosotros, no hemos confiado en él totalmente. Somos sordos y ciegos espiritualmente, tal como Israel (v. 8). Tenemos ojos pero no miramos hacia Dios por ayuda. Tenemos oídos, pero no escuchamos la palabra de Dios. Somos testigos de que Dios odia el pecado y que el pecado nos trae consecuencias.

Pero hermanos en Cristo, los israelitas eran testigos de algo más. Ellos también eran testigos de la gracia inmerecida de Dios. Imagínese que usted y su amigo siguen marchando a través del desierto. Usted está preguntando, “¿Hay esperanza? ¿Dios nos abandonó? Dios todavía no ha enviado el prometido Mesías. Y ya no estamos en la tierra prometida”. Su amigo responde: “Sí, por supuesto que hay esperanza. Escucha estas palabras del profeta Isaías”: Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti…Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve (v. 2,11). Cuando Jehová se identifica a sí mismo, se identifica como un Salvador. Y él es su Salvador de sus pecados.

Incluso antes de que Dios había traído de vuelta a Israel del exilio o enviado el Mesías, él hablaba como esta salvación ya había pasado. Porque para Dios, no hay nadie que puede derrotar sus planes. Cuando los israelitas estaban en el exilio en Babilonia Dios les envió el profeta Ezequiel para profetizar la salvación. Dios le dio una visión de huesos secos y le dijo que él iba a resucitar esos huesos secos. Él les daría nueva vida: “Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestros sepulcros, y os traeré a la tierra de Israel” (Ezequiel 37:12-13).  

Aunque los israelitas eran ciegos y sordos espiritualmente (v. 8), Dios prometió enviarles la salvación. Ellos eran sus testigos, no solamente de su ira contra el pecado sino también de su gracia y misericordia. Ellos sabían y eran testigos de que no había dios afuera del Señor. Como Dios les explica: Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve (v. 10-11).

Hermanos en Cristo, somos testigos de Dios también. No solamente testigos de la ira de Dios contra el pecado y las consecuencias, sino también (y más importante) testigos de la gracia inmerecida de Dios. En la palabra de Dios hemos visto como Dios cumplió su promesa de traer de regreso a Israel a la tierra prometida para que Jesús, el prometido Mesías, pudiera nacer. Hemos visto cómo Jesús cumplió su obra como el Mesías, cómo él obedeció todos los mandamientos perfectamente por nosotros, cómo él siempre ponía a Dios en el primer lugar. Y hemos visto como Dios castigó a Jesús en nuestro lugar. En la cruz Dios trató a Jesús como un enemigo. Dios lo abandonó, aunque él no lo merecía. Y Jesús hizo todo esto para que nosotros no fuéramos perdidos en nuestro exilio espiritual.

También hemos visto como Dios ha obrado la fe en Jesús en nuestros corazones. Como Dios dijo: Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno (v. 12). Por las profetas, Dios anunció su salvación antemano. Después él completó su plan en la obra de Jesús. Y finalmente hizo que nosotros escucháramos el mensaje de la salvación. Cuando fuimos bautizados o escuchamos la palabra, el Espíritu Santo nos hizo oír estas buenas nuevas.  

Ahora, somos testigos de este mensaje: Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿Quién lo estorbará? (v. 12-13). Somos testigos de que Dios es nuestro único Dios y Salvador. Y somos testigos de que su obra permanezca para siempre. Desde la creación hasta la redención en Jesús Dios cumplió sus promesas y mostró su poder. Cuando Jesús dijo en la cruz, “Consumando es” (Juan 19:30), esto significó que no hay nada más que hacer. Somos salvos.  

Hermanos en Cristo, aunque había muchos testigos del mal estado del rio Cuyahoga, ellos no testificaron a lo que habían visto. Pero había un hombre que se llamaba Carl Stokes, el alcalde de la ciudad, que vio qué tan horrible era el rio y que testificó de lo que vio y tomó acción. Sus acciones causaron que el rio fue limpiado y una agencia de conservación del medioambiente se creó. Hoy en día, el rio Cuyahoga es mucho mejor, y en algunas partes la gente puede nadar y hacer actividades acuáticas.

Hermanos en Cristo, ser un testigo es muy importante. Somos testigos de Dios, no solamente de que Dios odia el pecado, sino también que él nos salvó de nuestro pecado. Y queremos compartir este mensaje con los demás para que tengan la paz en el perdón de Jesús en medio del pecado y sus consecuencias. Como el hombre poseído en Galilea, queremos compartir las buenas nuevas de Jesús con otras para que ellos crean. Y como la madre y abuela de Timoteo en la segunda lectura, queremos ser testigos en nuestras familias para que nuestras familiares (y especialmente los niños) sepan que Jesús es su único Salvador. Es una bendición ser un testigo de Dios y compartir con los demás lo que él ha hecho por nosotros, para que todos nosotros confiemos en Jesús y lleguemos al cielo para vivir con nuestro único Salvador para siempre. Amén.

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