Décimo Tercer Domingo de Pentecostés
Deja lo que amas; recoge lo que detestas.
Tema del Día
Seguir a Jesús implica tomar decisiones difíciles. Como todo lo que consideramos importante, nuestra relación con Jesús nos pondrá en situaciones en las que deberemos decidir qué lugar ocupa nuestro amor por Él y por su Palabra frente a nuestro amor por otras personas y cosas. Jesús no se conforma con ser una de las muchas cosas importantes de nuestra vida. Cuando llega el momento de clasificar lo que es importante para nosotros, Jesús quiere ser el primero. Por eso, seguir a Jesús nos obliga a desprendernos de cosas que naturalmente amamos. También nos hace abrazar cosas que naturalmente detestamos.
Oración del día
Señor misericordioso, no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por todos nosotros. Concédenos valor y fuerza para tomar la cruz y seguirle, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre.
Primera lectura: Deuteronomio 30:15-20
El libro del Deuteronomio contiene el discurso de despedida de Moisés al pueblo de Israel cuando se encontraba a las puertas de la Tierra Prometida. En él, Moisés repite gran parte de la ley dada en el monte Sinaí, exhorta al pueblo a seguirla y le invita a comprometerse solemnemente a cumplir el pacto que sus padres habían sellado 40 años antes. Al concluir este discurso, Moisés deja clara la decisión a la que se enfrenta el pueblo de Israel. Ante ellos hay dos caminos sin término medio. Si amaban al Señor y obedecían sus mandatos, prosperarían. Si se apartaban del Señor y desobedecían sus mandatos, serían destruidos. Moisés invoca a los cielos y a la tierra como testigos de los términos del tratado.
15Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; 16porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella. 17Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, 18yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella. 19A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; 20amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.
Salmo 1
La Iglesia canta el Salmo 1 en los cultos que subrayan los beneficios de la meditación de la ley del Señor. La Palabra de Dios nos hace florecer y dar buenos frutos, especialmente el amor a Dios, que desemboca en el amor a los seres humanos. El padre de la Iglesia Jerónimo llamó a este salmo «la entrada principal a la mansión del Salterio». Martín Lutero dijo: «El primer salmo es un salmo de consuelo. Nos exhorta a escuchar y aprender con gusto la Palabra de Dios para nuestro propio consuelo. El Salmo 1 coincide con la segunda y tercera petición del Padrenuestro, pues en él oramos por el reino de Dios y la voluntad de Dios, que son transmitidos por la Palabra. El fundamento y la idea principal de este primer salmo es el Tercer Mandamiento, pues alaba la instrucción en la Palabra de Dios, que debemos oír, aprender y leer con gusto».
1Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
2Sino que en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
3Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
Que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará.
4No así los malos,
Que son como el tamo que arrebata el viento.
5Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio,
Ni los pecadores en la congregación de los justos.
6Porque Jehová conoce el camino de los justos;
Mas la senda de los malos perecerá.
Segunda Lectura Evangelio: Lucas 14:25-35
Amar a alguien significa actuar en su mejor interés a pesar de tus sentimientos hacia esa persona. Del mismo modo, odiar a alguien significa tratarlo de cierta manera a pesar de tus sentimientos hacia él. Significa colocarlos detrás de Jesús en orden de importancia en nuestras vidas, sin importar cuán fuerte sea nuestra afinidad natural hacia ellos.
25Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: 26Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. 28Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? 29No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, 30diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. 31¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? 32Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. 33Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
34Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? 35Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga.
Texto Sermón: Filemón 7-21
El propósito de la carta de Pablo es instar a Filemón a soportar el alto coste de recibir de nuevo a Onésimo como hermano en Cristo. Filemón habría tenido derecho a ejecutar a Onésimo. Ciertamente podría haber esperado que Onésimo le pagara y entrara a su servicio como esclavo una vez más. En cambio, Pablo le insta a perdonar la deuda y liberar a Onésimo.
7Pues tenemos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos.8Por lo cual, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, 9más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo; 10te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, 11el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil, 12el cual vuelvo a enviarte; tú, pues, recíbele como a mí mismo. 13Yo quisiera retenerle conmigo, para que en lugar tuyo me sirviese en mis prisiones por el evangelio; 14pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuese como de necesidad, sino voluntario.
15Porque quizá para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; 16no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor. 17Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo. 18Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. 19Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré; por no decirte que aun tú mismo te me debes también. 20Sí, hermano, tenga yo algún provecho de ti en el Señor; conforta mi corazón en el Señor.
21Te he escrito confiando en tu obediencia, sabiendo que harás aun más de lo que te digo.
HERMANOS SOMOS LOS FILEMONES DE DIOS
Muchas veces hemos lanzado expresiones como: “¡A este yo no le voy a perdonar!”, “Nunca volveré a vivir con esta persona”, “¡Que Dios me castigue si vuelvo a hablar con esta persona o vuelvo a hacer esto o aquello!”. Todos los que estamos aquí hemos usado expresiones como estas, o incluso otras más extravagantes, queriendo mostrar que somos personas que no cambiamos fácilmente después de haber prometido algo. Pero en realidad somos muy emocionales y hemos realizado promesas como estas en medio contiendas y discusiones, esto sucede porque el orgullo pecaminoso nos guía a mantener vivo a nuestro viejo Adán. Este orgullo pecaminoso nos da una falsa seguridad que no vamos a cambiar esta actitud frente a la otra persona que nos llevó decir estas expresiones. Si somos sinceros, los matrimonios se terminan no por cosas malas que han pasado sino por nuestro orgullo pecaminoso, al igual que la relación con nuestros hijos se ha terminado porque en nuestro orgullo no podemos demostrar flaqueza o se ha terminado una relación con un amigo o hermano en la fe porque queremos ser personas de una sola palabra. ¿Pero es bueno que siempre seamos radicales en no querer perdonar o ceder ante los demás?
La carta de Pablo a Filemón nos responde esta pregunta. En los tiempos bíblicos era muy común tener esclavos. Esto sucedía porque había personas que no tenían con qué vivir, y la mejor manera de subsistir era convirtiéndose en esclavos. También ocurría cuando alguien tenía una deuda muy grande y no podía pagarla: terminaba como esclavo de aquel a quien debía. Aunque en nuestros tiempos es difícil aceptar la esclavitud, en tiempos bíblicos era algo normal. Incluso Dios habló de la relación entre esclavo y señor, estableciendo leyes civiles y, en ocasiones, combinándolas con la ley moral. Por ejemplo Moisés dijo: 26Si alguno hiriere el ojo de su siervo, o el ojo de su sierva, y lo dañare, le dará libertad por razón de su ojo. 27Y si hiciere saltar un diente de su siervo, o un diente de su sierva, por su diente le dejará ir libre. (Éxodo 21:26-27) Estos versiculos combinan el quinto mandamiento (porque se trata de un pecado contra el cuerpo del esclavo) con el cumplimiento de la ley civil al dejarlo en libertad. Por lo tanto, no podemos juzgar negativamente la cultura antigua de tener esclavos, porque dentro del pueblo hebreo estos tenían deberes y derechos dados por Dios. Esta carta deja en evidencia que dentro de la congregación de Colosas había un creyente llamado Filemón, quién tenía un esclavo llamado Onésimo. No conocemos todos los detalles, pero este esclavo huyó de su señor y, parece por la forma en que escribe Pablo que posiblemente, al momento de escapar, robó. La ley civil romana era muy clara en este tipo de casos. Recordemos que la ley civil dada por Dios a Israel ya no estaba vigente porque el pueblo dejó de existir como nación. Sin embargo, los romanos castigaban con la muerte al esclavo que huía y robaba a su señor. En este pasaje bíblico podemos entender muy bien lo que la biblia nos dice en Romanos 8:28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. Seguramente había decepción, frustración, tristeza, y hasta rabia en el corazón de Filemón por lo sucedido con su esclavo. Pero lo que no esperaba este creyente era como iba a trabajar Dios en esta situación. Onésimo llegó a Roma, donde Pablo estaba prisionero por dos años, bajo arresto domiciliario, esperando su juicio. Esto permitía a Pablo recibir muchas visitas, como lo registra en sus cartas. Onésimo, huyendo y cargando con su culpa, llegó hasta Pablo.
Pablo atendió la necesidad profunda de Onésimo, 9más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo; 10te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, 11el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil(Filemón 9-11). Pablo evangelizó a Onésimo. Este hombre, en medio de su problema: su pecado y su incredulidad. Pablo le habló de la obra de Cristo y el Espíritu Santo hizo de él un nuevo creyente. Aprendemos que Pablo no convirtió esta situación en una telenovela. Porque, por naturaleza, cuando nos enteramos de un conflicto entre dos personas, lo primero que hacemos es chismear. Queremos saber qué pasó, alimentar nuestra carne pecaminosa. Hacemos un guion de telenovela en medio de los problemas ajenos, pecando contra el octavo mandamiento, porque nos gusta el desorden, el escándalo, y poco ayudamos. Por nuestra falta de amor a Dios, violamos también el primer mandamiento llendo en contra de la Palabra de Dios dañando el nombre de las personas. Por esto, cada uno de nosotros merecemos la muerte eterna.
Sin embargo, no debemos olvidar por qué somos creyentes: por la obra de Cristo, Él hizo mucho más que Pablo. Jesús, nuestro Salvador, estaba un día en el templo cuando los fariseos llevaron una mujer sorprendida en adulterio para apedrearla, Jesús fue el mediador perfecto: 6Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. 7Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. (Juan 8:6-7). A Jesús no le intereso descubrir los pecados de cada uno, sino que cada uno reconociera el suyo. Incluso la mujer acusada de adulterio y los confiados en su santidad abandonaron la escena, soltando sus piedras. Solo quedó la mujer, arrepentida y perdonada por Jesús. Este acto de Jesús nos dio el perdón de nuestro pecado hacia el octavo y primer mandamiento. Pero nuestro Señor no hizo esto solamente, encontramos que también ocupó nuestro lugar al morir, el castigo que nosotros merecemos, Él lo recibió en nuestro lugar yendo a la cruz: 8Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. 9Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven. (Romanos 14:8-9) El resultado de la muerte de Jesús es el perdón de todos nuestros pecados. Por eso, morimos al chisme, a la mala intención de nuestro corazón y, ahora somos del Señor por la obra del Espíritu Santo seremos mediadores cuando tengamos oportunidad de ayudar en conflictos, no solo entre hermanos en la fe, sino también en familias con relaciones matrimoniales o relaciones con los hijos rotas.
Nosotros somos Onésimos, porque fuimos restaurados por el Poder del Evangelio. También somos Filemones, porque el amor de Cristo nos llevar siempre a perdonar. Nunca dejaremos de ser esclavos de nuestras palabras, por causa del viejo hombre que siempre nos acompañará en este mundo, pero el nuevo hombre es guiado por el amor de Cristo llevándonos a vivir en el perdón, incluso perdonar la ofensa que más nos haya dolido: una infidelidad, el daño a nuestro nombre, que hayan puesto nuestra vida en peligro, o que nos hayan quitado todas nuestras posesiones materiales. Daremos el perdón cuando el agresor nos lo pida. Y también pediremos perdón a quienes hemos dañado, recordando que todos merecemos vivir en este perdón que Cristo ganó por toda la humanidad. La petición de Pablo a Filemón era que recibiera a Onésimo, no como a un esclavo, sino como a un hermano en la fe, como si estuviera recibiendo al mismo apóstol. Y lo más importante: Pablo confiaba en que Filemón lo haría por el Poder del Evangelio. Nosotros también, por la obra del Espíritu Santo seremos mediadores y restauradores de conflictos, usando la Ley y el Evangelio. Así mostramos que somos Luz y Sal en este mundo para que perdure la unidad en la iglesia, el amor en los matrimonios y la obediencia en los hijos hasta que sea la voluntad de Dios llamarnos a su presencia. Amén
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