El viernes santo

(Negro)

El Tema del Día: Dios es justo.  Dios es amor.  Parece una paradoja ¿verdad?  Dios en su justicia tiene que castigar el pecado, pero en su amor no quiere que nadie se pierda.  En la cruz se encuentran ambas características de Dios, es decir, su amor y su justicia.  En su justicia Dios castigó el pecado, pero castigó a sí mismo, a su Hijo Jesucristo, en vez de castigar a nosotros mostrando su amor inmenso.  La cruz es una proclamación fuerte de ley y evangelio, de pecado y de gracia.

La Colecta: Te suplicamos, bondadoso Dios, que mires con gracia y misericordia a nosotros tus hijos, por quienes nuestro Señor Jesucristo tuvo a bien ser traicionado y entregado en las manos de hombres pecadores y sufrir la muerte en la cruz; por el mismo Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

La Primera Lectura: Isaías 52:13-53:12 Dios por medio del profeta Isaías describe en gran detalle unos setecientos años antes de Cristo, la agonía que Jesús iba a sufrir en la cruz.  Isaías nos dice también el resultado de su sufrimiento y muerte inocente, “por su llaga fuimos nosotros curados.”

52

13He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto. 14Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, 15así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído.

53

1¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? 2Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. 3Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.

4Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. 5Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

7Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. 8Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. 9Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.

10Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. 11Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. 12Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.

El Salmo del Día: Salmo 22

Al músico principal; sobre Ajelet-sahar. Salmo de David.

1 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?

2 Dios mío, clamo de día, y no respondes;

Y de noche, y no hay para mí reposo.

3 Pero tú eres santo,

Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.

4 En ti esperaron nuestros padres;

Esperaron, y tú los libraste.

5 Clamaron a ti, y fueron librados;

Confiaron en ti, y no fueron avergonzados.

6 Mas yo soy gusano, y no hombre;

Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.

7 Todos los que me ven me escarnecen;

Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo:

8 Se encomendó a Jehová; líbrele él;

Sálvele, puesto que en él se complacía.

9 Pero tú eres el que me sacó del vientre;

El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre.

10 Sobre ti fui echado desde antes de nacer;

Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.

11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;

Porque no hay quien ayude.

12 Me han rodeado muchos toros;

Fuertes toros de Basán me han cercado.

13 Abrieron sobre mí su boca

Como león rapaz y rugiente.

14 He sido derramado como aguas,

Y todos mis huesos se descoyuntaron;

Mi corazón fue como cera,

Derritiéndose en medio de mis entrañas.

15 Como un tiesto se secó mi vigor,

Y mi lengua se pegó a mi paladar,

Y me has puesto en el polvo de la muerte.

16 Porque perros me han rodeado;

Me ha cercado cuadrilla de malignos;

Horadaron mis manos y mis pies.

17 Contar puedo todos mis huesos;

Entre tanto, ellos me miran y me observan.

18 Repartieron entre sí mis vestidos,

Y sobre mi ropa echaron suertes.

19 Mas tú, Jehová, no te alejes;

Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.

20 Libra de la espada mi alma,

Del poder del perro mi vida.

21 Sálvame de la boca del león,

Y líbrame de los cuernos de los búfalos.

22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos;

En medio de la congregación te alabaré.

23 Los que teméis a Jehová, alabadle;

Glorificadle, descendencia toda de Jacob,

Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.

24 Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,

Ni de él escondió su rostro;

Sino que cuando clamó a él, le oyó.

25 De ti será mi alabanza en la gran congregación;

Mis votos pagaré delante de los que le temen.

26 Comerán los humildes, y serán saciados;

Alabarán a Jehová los que le buscan;

Vivirá vuestro corazón para siempre.

27 Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra,

Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti.

28 Porque de Jehová es el reino,

Y él regirá las naciones.

29 Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra;

Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo,

Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma.

30 La posteridad le servirá;

Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación.

31 Vendrán, y anunciarán su justicia;

A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.

La Segunda Lectura: Hebreos 4:14-16; 5:7-9 El escritor a los hebreos se nos revela a Jesucristo como nuestro gran Sumo Sacerdote, el cual compartía en la humanidad, sufriendo las mismas tentaciones como nosotros sin pecar.  Por su obediencia y muerte tenemos uno que a la vez entiende nuestra necesidad y que nos da el remedio.

4

14Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

5

7Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. 8Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; 10y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

El Versículo: Ciertamente él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido.

El Evangelio: Juan 19:17-30 Jesucristo, el Rey de reyes, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz.  Aún sufriendo dolores físicos y la carga de los pecados del mundo, Cristo mostró su amor para con su madre María y cumplió con todas las profecías del Antiguo Testamento.  Al morir, podía verdaderamente decir, “Consumado es.”  La deuda del pecado fue cancelada.  La salvación es un hecho para todos los que creen en él.

17Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; 18y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. 19Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. 20Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. 21Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. 22Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito.

23Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. 24Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice:

Repartieron entre sí mis vestidos,

Y sobre mi ropa echaron suertes.

Y así lo hicieron los soldados. 25Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. 26Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. 27Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

28Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. 29Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. 30Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.

Jesús consumió su obra salvadora.

Probablemente tengas uno en algún lugar de tu casa. E incluso si no lo haces, probablemente puedas verlos por toda tu ciudad. Se elevan hacia el cielo, por encima de las catedrales, y cuelgan de nuestras paredes o alrededor de nuestro cuello. Algunos se los tatúan en la piel o los tallan en madera. Independientemente de dónde aparezcan en tu vida, el hecho es que, si eres cristiano, estás familiarizado con la cruz. Y no sólo están en nuestros hogares, están en todas partes. En todo el mundo, especialmente ahora, hay miles, probablemente millones de cruces por las que la gente pasa todos los días. Pero hoy, en Viernes Santo, nuestro enfoque está en una cruz. Nos centramos en una cruz que se encontraba entre otras dos en las afueras de Jerusalén hace casi dos mil años. La cruz en la que murió nuestro Salvador.

Y mientras meditamos hoy en la cruz de Jesús, es importante que consideremos lo que esta cruz significa para nosotros. Es más que una simple obra de arte, una joyería o un hermoso remate para el campanario de una iglesia. No, es algo mucho más grande que eso. Porque, hermanos, en su cruz, Jesús consumió su obra salvadora.

Al leer este relato, probablemente hayas notado que tenemos muchas perspectivas de personas diferentes. Y esto es bueno, porque todas estas personas miraron la cruz de Jesús desde diferentes ángulos. Estaban los soldados romanos que miraban la cruz de Jesús de la misma manera que nosotros miraríamos la cuerda del verdugo o un pelotón de fusilamiento. La cruz era una forma de ejecutar a alguien, una forma de librar al imperio de rebeldes y criminales. Para María, la madre de Jesús, esta cruz parecía la peor pesadilla de toda madre mientras observa a su hijo luchar por cada aliento. Para los discípulos de Jesús que estaban allí, las mujeres fieles y Juan, el escritor de este relato, la cruz de Jesús fue desgarradora y confusa. Menos de una semana antes había llegado a la ciudad en un asno, acompañado por una gran multitud que alababa su nombre. ¿Cómo se desmoronó tan rápido? Y para los líderes judíos, bueno, la cruz era todo lo que querían que fuera, una forma de silenciar a su enemigo, Jesús, para siempre.

Y si bien tenemos todas estas diferentes perspectivas de lo que fue la cruz de Jesús para la gente en ese momento, el Antiguo Testamento nos deja algo claro. Esta cruz significa “maldito”. Maldito todo el que está colgado en un madero; ese es el mensaje que habría estado en la mente del pueblo judío que vio a Jesús allá arriba en la cruz. Nunca se les habría ocurrido exhibir una cruz en sus casas o usarla como collar. No, la cruz era una señal de alguien que estaba maldito. Era un signo de vergüenza y muerte.

Y al reunirnos en este Viernes Santo, reconocemos ese hecho. Al mirar a Jesús en esa cruz, no podemos evitar agachar la cabeza con vergüenza. Hay algo en un servicio de Viernes Santo que nos hace sentir culpables, porque nos sentimos responsables de ponerlo allí. Fueron nuestros pecados los que clavaron a Jesús en esa cruz.

Y nos hace sentir muy culpables, porque nunca se suponía que fuera así. Hace mucho tiempo, cuando Dios creó los cielos y la tierra, los hizo perfectos. Y coronó esa creación con un hombre y una mujer, y se suponía que vivirían con Dios en perfección y pureza para siempre. Hasta que apareció una serpiente, con un trozo de fruta y mentiras, y engañó al hombre y a la mujer y trajo la ruina al mundo. Cayeron en pecado. Y el pecado es grave. El pecado nos quitó esa promesa de perfección y cambió nuestra pureza por impureza. Vida eterna con muerte eterna. Y no sólo hemos heredado esa culpa, nuestra naturaleza pecaminosa, sino que también hemos añadido a la lista nuestra propia biblioteca de razones por las que no merecemos el regalo que Dios tenía reservado para nuestros primeros padres.

Porque es simple, de verdad. Cuando Juan recibe una visión de cómo será el cielo en el Apocalipsis, escribe: No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira. Y cuando esas palabras salen de la página, suenan como una descripción mía. Porque no soy un participante pasivo en mi propia destrucción, soy el conductor. Porque cuando me comparo con todos los requisitos de la Ley, reconozco que he pecado y estoy destituido de la gloria de Dios. No merezco entrar en la perfección de Dios porque no soy perfecto. Y mis pecados pusieron a Jesús en esa cruz.

Y eso puede ser verdad. Pero hermanos, hoy recordamos que esto fue parte del plan amoroso de Dios. Un plan que tenía para ti y para mí. Un plan para poner todo nuestro pecado, toda nuestra culpa, todo lo que nos impide entrar al cielo, en un sustituto. Un plan para convertir a otra persona en una maldición, para que nosotros no tuviéramos que serlo. Y la única persona que podía hacer eso era su Hijo.

Para cumplir el plan de Dios, Jesús necesitaba restaurar nuestra pureza y perfección. A medida que Dios expuso su Ley a través de los siglos, estableció los requisitos de lo que se necesita para ser recto ante sus ojos. Para lograr la perfección, Jesús tendría que ser la perfección. Decenas de profecías por cumplir. Cientos de detalles minuciosos que deben obedecerse en cada minuto de cada día desde el nacimiento o, de lo contrario, todo no significa nada. Una tarea imposible, es decir, imposible para cualquiera que no sea Jesús.

Durante treinta y tres años Jesús llevó a cabo la obra para la que había venido. Cada mandamiento que transgredimos, él guardó. Cada error que cometemos, él no lo hizo. Todo lo que nos olvidamos de hacer, recordó. Dios requiere perfección, y en todo lo que Jesús hizo, fue perfecto. Desde el pesebre en Belén hasta esa colina en las afueras de Jerusalén, todo fue exactamente como tenía que ser. Todo lo que Dios le pedía que hiciera, él obedecía.

Pero eso era sólo una parte del plan. Porque el pecado todavía tiene un precio, y ese precio hay que pagarlo, y ese precio es la sangre. Como nos dice Pablo, la paga del pecado es muerte. Y así, aunque, como escribe Pedro, no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca, Jesús puso sus ojos en la cruz y obedeció todo lo que Dios le pidió que soportara.

Se dejó traicionar y arrestar injustamente y falsamente acusado. Dejó que los soldados se burlaran de él, lo golpearan y lo escupieran. Les permitió que le pusieran una corona de espinas en la cabeza. No discutió con la multitud que gritaba por su muerte. Aceptó sus azotes. Llevaba el instrumento de su muerte. Permitió que le clavaran clavos en las manos y los pies. Y a pesar de todo, nunca se quejó, nunca buscó una salida, no piensa en sí mismo. Él lo soportó todo fiel y perfectamente.

Y ahí es donde vemos a Jesús en nuestra historia. Sangriento, golpeado, muriendo en la cruz, pero en todo sigue perfecto. E incluso en la cruz, él actúa como nuestro sustituto perfecto. Pide que Dios perdone a las personas que se burlan activamente de él. Dale consuelo y esperanza a un criminal moribundo. Mientras se asfixiaba lentamente, encontró a su madre alguien que la cuidara cuando él no estuviera.

Y finalmente, finalmente, después de años de perfección y la agonía de la cruz, Juan escribe esto: Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es.

El plan que Dios forjó en amor al principio del mundo para salvarnos de nuestro pecado llegó a su fin en esta cruz. Todos los pecados de todas las personas fueron puestos sobre Jesús. Y eso incluye el pecado con el que naciste. Todos tus oscuros deseos pecaminosos que conducen a palabras que conducen a acciones. Incluye la ira que Dios siente por el pecado, la ofensa que Dios siente por el pecado. Toda la culpa, la vergüenza y la preocupación que tenemos. Incluye nuestro temor que causa nuestro pecado, todo nuestro esfuerzo por estar bien con Dios a causa del pecado, toda la desesperación que sentimos a causa de nuestro pecado. La muerte eterna que merecemos por nuestro pecado. Todo eso le fue puesto a Jesús mientras soportó el infierno en nuestro lugar en esta cruz.

Y con esas dos palabras, Consumado es, nunca más tendrás que preocuparte por ser perfecto o puro ante Dios. Jesús ya ha completado todo lo que Dios requiere de ti. Jesús ya murió la muerte que mereces por tu pecado. Jesús ya ha restaurado tu relación con Dios. El trabajo está hecho. La batalla está ganada. Y el premio, cielo, ya es tuyo.

Estas palabras, consumado es, cambian la forma en que miramos la cruz. En primer lugar, la cruz nos recuerda que el pecado no es algo ligero. El mundo quiere que pienses que, si alguien más no resulta perjudicado por mis acciones, siempre y cuando nadie resulte herido, entonces debe estar bien. Díselo al hombre que sangra por estos actos. O en nuestro corazón pensamos: “bueno, todos los demás lo están haciendo y parece que les va bien”. Dígale eso a Jesús mientras le clavan clavos en sus manos y sus pies.

No podemos comenzar a considerar lo que Jesús soportó en la cruz. Nos rescató del infierno, el único lugar en el mundo donde “consumado es” no tiene significado. En el infierno el sufrimiento no tiene fin. No hay posibilidad de alivio. Y merecemos llegar allí. Pero la muerte de Jesús en la cruz elimina por completo esa consecuencia de nuestras vidas. Que nunca tengamos tal pensamiento que suavice lo que vemos cuando miramos la cruz.

Pero, en segundo lugar, la cruz no debería hacernos sentir culpables; Los mandamientos de Dios ya hacen un buen trabajo en eso. La cruz es el decreto divino de Dios de que no eres culpable. Y aunque no bailamos ni cantamos bajo la cruz, sí nos regocijamos. Nos regocijamos en el hecho de que a través de la cruz nuestro pecado ha sido quitado y nuestro castigo ha sido pagado. La cruz que solo significaba maldición ahora desapareció para siempre, porque cayó sobre el hombre en la cruz del medio. Se fue para siempre cuando dijo, consumados es. Y la tumba vacía de Pascua es tu garantía de ello. Todo se ha logrado, no es necesario hacer nada más.

Los verás por todas partes, una cruz en una pared o en un collar o en un campanario. Y para muchos, cuando dejemos atrás Cuaresma, volverán a convertirse en adornos de pared y obras de arte. Pero, hermanos, oro para que cuando veas la cruz de Cristo, nunca olvides lo que él ha hecho por ti. Tus pecados son muchos, y ya sean grandes o pequeños, no intencionados o intencionados, todos merecen la muerte. Pero Jesús te ha redimido de ellos. Ha tomado sobre sí la maldición y te ha dado la vida.

Y entonces, cuando sientas el peso de tu pecado, la ansiedad y el miedo de que tu pecado sea demasiado grande, en lugar de agachar la cabeza con tristeza, levántala. Mira a tu Salvador en la cruz y consuélate al saber que, cuando se trata de salvarte del pecado, de la muerte y del infierno, todo consumado es. Amén.

Los Himnos:

Algunos himnos sugeridos:

Cantad al Señor:

17        De tal manera Dios amó

18        Te saludo, Cristo santo

28        El profundo amor de Cristo

31        Manos cariñosas

33        Soy el camino

88        Sublime gracia

90        ¡Oh Cristo de infinito amor!

105      Acuérdate de Jesucristo

107      El Señor es mi luz

Culto Cristiano:

46        Al contemplar la excelsa cruz

47        Cristo vida del viviente

50        Hay una fuente sin igual

54        ¿Vives triste y angustiado?

58        Afligido y castigado

60        En la cruz mirad

62-68   Los himnos para el Viernes Santo

165      Hay una fuente

202      Oí la voz del Salvador

219      Roca de la eternidad

225      Por gracia sola yo soy salvo

229      Tal como soy

246      Mi fe descansa en ti

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