El decimosexto domingo después de pentecostés
(Verde)
Tema del día: El poder y la misericordia de Dios dan a cada cristiano tranquilidad y confianza en medio de los problemas y tribulaciones de este mundo.
La Colecta: Te suplicamos, misericordioso Señor, que concedas a tus fieles perdón y paz para que sean limpios de todos los pecados y te sirvan con mente tranquila; por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
La Primera Lectura: Isaías 35:4-7a Dios por medio del profeta Isaías prometió que él mismo vendría a este mundo sanando a los ciegos y sordos. Cuando Cristo vino, hizo muchos milagros sanando a la gente, pero aun más importante, abrió los ojos y oídos espirituales de la gente dándoles la fe salvadora.
4Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará.
5Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. 6Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. 7El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas.
El Salmo del Día: Salmo 116
Este salmo parece estar menos relacionado con el tema de la Pascua que el resto de estos salmos. Es una expresión gratitud individual por haber sido liberado de la muerte. Puede estar relacionado con la compasión que Dios tuvo de los primogénitos de los israelitas en Egipto, o la palabra “muerte” también se puede entender como una expresión de la condición de esclavitud en Egipto. El salmo no tiene una progresión distinta de partes, pero va varias veces alrededor del tema.
Aunque en el Nuevo Testamento no se cita este salmo como un salmo mesiánico, como toda la experiencia de la Pascua señala a la obra de Cristo, es apropiado verlo como una reflexión de la confianza que tenía Cristo de que iba a ser liberado de la muerte.
1Amo a Jehová, pues ha oído
Mi voz y mis súplicas;
2Porque ha inclinado a mí su oído;
Por tanto, le invocaré en todos mis días.
3Me rodearon ligaduras de muerte,
Me encontraron las angustias del Seol;
Angustia y dolor había yo hallado.
4Entonces invoqué el nombre de Jehová, diciendo:
Oh Jehová, libra ahora mi alma.
5Clemente es Jehová, y justo;
Sí, misericordioso es nuestro Dios.
6Jehová guarda a los sencillos;
Estaba yo postrado, y me salvó.
7Vuelve, oh alma mía, a tu reposo,
Porque Jehová te ha hecho bien.
8Pues tú has librado mi alma de la muerte,
Mis ojos de lágrimas,
Y mis pies de resbalar.
9Andaré delante de Jehová
En la tierra de los vivientes.
10Creí; por tanto hablé,
Estando afligido en gran manera.
11Y dije en mi apresuramiento:
Todo hombre es mentiroso.
12¿Qué pagaré a Jehová
Por todos sus beneficios para conmigo?
13Tomaré la copa de la salvación,
E invocaré el nombre de Jehová.
14Ahora pagaré mis votos a Jehová
Delante de todo su pueblo.
15Estimada es a los ojos de Jehová
La muerte de sus santos.
16Oh Jehová, ciertamente yo soy tu siervo,
Siervo tuyo soy, hijo de tu sierva;
Tú has roto mis prisiones.
17Te ofreceré sacrificio de alabanza,
E invocaré el nombre de Jehová.
18A Jehová pagaré ahora mis votos
Delante de todo su pueblo,
19En los atrios de la casa de Jehová,
En medio de ti, oh Jerusalén.
Aleluya.
La Segunda Lectura: Marcos 7:31-37 En el evangelio para el día de hoy, Cristo cumple con la profecía de Isaías que sirve como la primera lectura para esta mañana, mostrando su amor y poder al sanar al hombre sordo y tartamudo. Vemos que los oídos que Cristo sanó escucharon sus promesas y que la lengua que Cristo soltó compartió todo lo que Dios había hecho por él.
31Volviendo a salir de la región de Tiro, vino por Sidón al mar de Galilea, pasando por la región de Decápolis. 32Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima. 33Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos en las orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua; 34y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Efata, es decir: Sé abierto. 35Al momento fueron abiertos sus oídos, y se desató la ligadura de su lengua, y hablaba bien. 36Y les mandó que no lo dijesen a nadie; pero cuanto más les mandaba, tanto más y más lo divulgaban. 37Y en gran manera se maravillaban, diciendo: bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar.
El Versículo: ¡Aleluya! ¡Aleluya! Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos! ¡Aleluya!
Texto Sermón: Santiago 1:17-27 Es la naturaleza de Dios dar buenas dádivas (regalos) a sus queridos hijos. Son resultados de su amor, sin ningún mérito por nuestra parte. San Agustín escribió, “Una dádiva, si no es del todo inmerecida, no es dádiva.” Nuestra respuesta ante ese amor es agradecimiento. Damos gracias a Dios al dejar el camino del pecado y al llegar a ser hacedores de su Palabra.
17Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. 18El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.
19Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; 20porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. 21Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.
22Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. 23Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. 24Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. 25Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.
26Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. 27La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
SOMOS HACEDORES DE LA PALABRA DE DIOS SOLO POR EL PODER DE ESTA PALABRA.
Los mundos virtuales no son algo nuevo en nuestra época. Los encontramos en juegos de realidad virtual, donde muchas personas que no pueden caminar o mover sus manos en el mundo real, al ponerse unas gafas, pueden correr e incluso golpear objetos con sus manos. En este mundo virtual se crean avatares, que son representaciones gráficas de la identidad virtual de los usuarios. Todo esto es lo que se llama metaverso.
Muchas personas viven hoy en día en ese mundo que es muy diferente a su vida real; es decir, tienen una vida en este mundo y otra en el imaginario. La vida imaginaria en el metaverso es solo una mentira; nada es real. Lo más triste de todo esto es que las generaciones futuras vivirán conectadas a esta falsa realidad. Hoy podemos ver esto en algunos youtubers que muestran una vida de mentira y engañan a muchos niños y jóvenes, mostrándoles que la mejor vida es tener muchos vehículos y motocicletas de alta gama, o una vida de lujo que, al final, es pura ilusión.
Muchos cristianos pueden vivir en un mundo de metaverso. Santiago lo define muy claramente en este versículo: «Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1:22). Vivimos una vida de engaño al no ser hacedores de la Palabra. Si llevamos una vida cristiana engañándonos a nosotros mismos, entonces Dios no existe y la fe tampoco existe. Entendamos la gravedad de no ser coherentes en nuestra vida cristiana, pues esto solo muestra que, al vivir como hipócritas, con una Biblia en la mano o levantando nuestras manos en oración y adoración, y no siendo hacedores de la Palabra de Dios, solo merecemos la muerte eterna. Esto nos convierte en ese hombre del que habla Santiago: «Es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es» (Santiago 1:23-24).
Hoy escuchamos con frecuencia a muchos decir que no siguen ninguna religión, que solo siguen a Cristo. Pero si la Biblia habla de religión, ¿por qué no podemos hablar de nuestra religión? La verdadera religión es ser seguidor de Cristo por la obra del Espíritu Santo, y esta religión nos enseña a reconocer nuestra vida de mentira y engaño, a ver cómo hemos llevado vidas que contradicen la Palabra de Dios y desobedecen al Dios Trino. Nuestro pecado en contra del primer, segundo y tercer mandamiento es evidente cuando usamos nuestra boca para maldecir, mentir, jurar falsamente, insultar a otros, arruinar la reputación del prójimo, ser egoístas y preocuparnos solo por nosotros mismos, sin ayudar a los débiles; cuando vivimos en borracheras, inmoralidad sexual, en indiferencia egoísta hacia la familia, codiciando, faltando el respeto y con violencia. Todo esto es un insulto a Dios, y por ello merecemos la muerte eterna en el infierno, por vivir vidas hipócritas al no ser hacedores de la Palabra de Dios.
Paremos, no más metaverso en nuestra vida cristiana. Santiago nos dice hoy: «Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (Santiago 1:21). Esta Palabra de Dios no la ganamos, ni la buscamos. El escritor sagrado dice que fue implantada en nuestra vida con el propósito de salvarnos. Es parte de la verdadera religión en la que vivimos; no es la Luterana Confesional, es la cristiana. Ser seguidor de Cristo significa que «veamos fija y atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla» (Santiago 1:25). La enseñanza de la Ley nos saca de este mundo de metaverso espiritual y nos trae a la realidad de nuestras vidas, mostrándonos que somos pecadores y que no podemos arreglar nuestra relación con Dios por nuestros propios medios. Esta ley, los mandamientos de Dios que son perfectos, nos dan verdadera libertad porque nos lleva a Cristo. La Palabra implantada en nuestra vida hace que nuestra vida sea real, que Dios sea real y que nuestra fe sea real.
Esta realidad que vivimos en un mundo lleno de pecado y maldad nos hace reconocer que Jesús vino a caminar en esta tierra. Siendo Dios, no le importó dejar su trono de Gloria para vivir como uno de nosotros. Jesús vivió una vida real; compartió con pecadores reales como nosotros para mostrar que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Notemos la palabra «Verdad». Jesús vino a este mundo a vivir cumpliendo perfectamente toda la Ley de Dios y ganó para nosotros la paz con el Padre en el cielo. Jesús es la Vida porque, con su muerte, nosotros recibimos vida espiritual y vida eterna. En su sufrimiento y sacrificio en la cruz, recibió toda la ira de Dios por amor a nosotros. Por esto, nuestro Señor es el Camino para estar en paz con el Dios Trino y asegurarnos una vida real que es eterna y en el cielo.
El Padre y el Hijo nos enviaron al Espíritu Santo para que nuestra vida de creyentes sea real. Esto solo sucede cuando estamos conectados con la Escritura y dejamos que el Espíritu Santo guíe nuestras vidas. Esta vida cristiana real que llevamos nos hace reconocer que en este mundo solo recibimos cosas buenas de parte de Dios: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación» (Santiago 1:17). La fidelidad de Dios en nuestra vida es tan evidente que vemos todos los regalos que nos ha dado, como la fe y la salvación. Esta fe, que es el medio por el cual confesamos la doble sustitución de Jesús hecha por nosotros, es una realidad que nos hace vivir conectados con el Padre de las luces, el Padre de la transparencia, quien nos hace vivir de manera transparente porque es por la Palabra de Verdad que nos hizo sus primicias.
Somos primicias de Dios y mostramos que somos hacedores de su Palabra al vivir como cristianos reales conectados a su Palabra. Esta nos enseña la manera de evitar muchos conflictos que vivimos en nuestras familias, matrimonios, congregación, trabajo y en la vida cotidiana, al aplicar estos versículos en nuestra vida: «Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia» (Santiago 1:19-21). Dejemos de pensar que tenemos la razón en todo. Un creyente que sabe escuchar en todo momento, aún en los más difíciles, evitará decir cosas de las que luego se arrepienta y evitará airarse, es decir, evitará pecar. Esto solo sucede por el poder del Evangelio. Nosotros somos lo que consumimos cada día, no solo en nuestra alimentación, sino en la información que damos a nuestra mente. Esta información necesita poner un freno al pecado y hacer la voluntad de Dios, conectada con el Evangelio. La palabra «desechar» es clave en nuestra vida real de creyentes porque la inmundicia y la maldad fueron derrotadas por Jesús, y el Espíritu Santo ha puesto en nosotros una vida de amor y agradecimiento donde nuestro primer pensamiento es amar a Dios. Esto nos lleva a amar al prójimo como a nosotros mismos.
Hermanos, esta es la verdadera religión, donde llevamos una vida real reconociendo nuestro pecado y una vida real siendo guiados por el Evangelio, que nos lleva a confesar en este día: Soy hacedor de la Palabra de Dios solo por el poder de esta Palabra. Amén.
Los Himnos:
Algunos himnos sugeridos:
Cantad al Señor:
26 El buen Jesús es mi pastor
27 ¡Cristo es mi alegría!
28 El profundo amor de Cristo
30 Jesús es la roca
31 Manos cariñosas
32 Oh Verbo humanado
33 Salvador, Jesús amado
49 Con el buen Jesús andemos
82 Bien sé en quien creo
83 Con qué paternal cariño
107 El Señor es mi luz
Culto Cristiano:
219 Roca de la eternidad
235 Como ovejas celebramos
239 El rey de amor es mi pastor
240 En Jesucristo se halla la paz
242 Jesús es mi pastor
243 Jesús, mi tesoro
245 Lejos de mi Padre Dios
246 Mi fe descansa en ti
251 Oh, que amigo nos es Cristo
253 A los pies de Jesucristo
404 Hosanna al Hijo de David
405 Jesús es mi rey soberano
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