El decimoséptimo domingo después de pentecostés
(Verde)
Tema del día: Dios nunca nos promete en su Palabra que nuestra vida en este mundo va a ser fácil. De hecho, nos dice que vamos a sufrir nuestras cruces, es decir, que sufriremos por causa de su nombre. Pero nosotros cargamos esas cruces de buena voluntad y con confianza, porque sabemos que ha hecho Dios por nosotros. Nunca nos dejará. “Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?”
La Colecta: Oh Dios, ya que sin tu ayuda no podemos agradarte: Concede misericordiosamente que tu Espíritu Santo ilumine y dirija nuestros corazones en todo; por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
La Primera Lectura: Isaías 50:4-10 Jesucristo, el Mesías aquí predicho por el profeta Isaías, sirve como nuestro ejemplo en los sufrimientos. Aguantaba burlas, dolor, hasta la muerte para cumplir con la voluntad de Dios. Como resultado de su sufrimiento, Dios lo resucitó de entre los muertos y lo exaltó hasta lo sumo. A nosotros, quienes andamos aquí en este mundo oscuro en que no podemos ver la salvación que nos espera, Dios nos anima a confiar en él, porque vendrá el día en que nosotros sí veremos nuestra salvación.
4Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. 5Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. 6Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos.
7Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado. 8Cercano está de mí el que me salva; ¿quién contenderá conmigo? Juntémonos. ¿Quién es el adversario de mi causa? Acérquese a mí. 9He aquí que Jehová el Señor me ayudará; ¿quién hay que me condene? He aquí que todos ellos se envejecerán como ropa de vestir, serán comidos por la polilla.
10¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios.
El Salmo del Día: Salmo 146
Aleluya.
1 Alaba, oh alma mía, a Jehová.
2 Alabaré a Jehová en mi vida;
Cantaré salmos a mi Dios mientras viva.
3 No confiéis en los príncipes,
Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.
4 Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra;
En ese mismo día perecen sus pensamientos.
5 Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
Cuya esperanza está en Jehová su Dios,
6 El cual hizo los cielos y la tierra,
El mar, y todo lo que en ellos hay;
Que guarda verdad para siempre,
7 Que hace justicia a los agraviados,
Que da pan a los hambrientos.
Jehová liberta a los cautivos;
8 Jehová abre los ojos a los ciegos;
Jehová levanta a los caídos;
Jehová ama a los justos.
9 Jehová guarda a los extranjeros;
Al huérfano y a la viuda sostiene,
Y el camino de los impíos trastorna.
10 Reinará Jehová para siempre;
Tu Dios, oh Sion, de generación en generación.
Aleluya.
La Segunda Lectura: Marcos 8:27-35 Tres grandes verdades se encuentran en el evangelio para esta mañana. Primero que la fe cristiana se basa en la confesión que Jesús es el Salvador prometido en el Antiguo Testamento, el Hijo de Dios. Segundo, que para ganar nuestra salvación fue necesario que Cristo sufriera y muriera en una cruz. Tercero, que el cristiano mientras que está aquí en este mundo pecaminoso va a sufrir por causa del nombre de Cristo.
27Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? 28Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. 29Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. 30Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno.
31Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. 32Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle. 33Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
34Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 35Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.
El Versículo: ¡Aleluya! ¡Aleluya! Todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza. ¡Aleluya!
El Evangelio: Santiago 2:1-5,8-10,14-18 Nosotros vamos al cielo porque Dios nos ha declarado inocente por los méritos de nuestro Señor Jesucristo. Recibimos esta justificación por medio de la fe y no por obras. Pero la verdad es que la fe naturalmente va a producir frutos para agradecer a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros. No existe fe que no produce obras. Uno de los frutos de nuestra fe es la obediencia a la segunda tabla de la ley: amar a nuestro prójimo. Para agradecer a Dios por el amor que nos ha mostrado, no haremos excepción de personas, sino aceptar a todos como Cristo sin excepción ha aceptado a nosotros.
1Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. 2Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, 3y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; 4¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? 5Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?
8Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; 9pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. 10Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.
14Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 15Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 16y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 17Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.
18Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.
LA FE GUIA NUESTRA VIDA
Cada año escuchamos frases como: “el conflicto del siglo”, “la pelea del siglo”, “el juego del siglo”. Estas expresiones se utilizan para describir guerras o situaciones políticas que afectan a los países, mientras que en los deportes se emplean para destacar que una actividad será la más importante que podamos presenciar. En la vida cotidiana, las usamos para indicar que algo tiene gran relevancia o énfasis en un momento dado. Hoy quiero hablarles, usando como ejemplo a Santiago, del conflicto que enfrentamos en nuestro mundo espiritual: «el conflicto de las obras».
Este conflicto es muy serio porque refleja varios pensamientos que el ser humano ha tenido respecto a su relación con Dios. La mayoría de nosotros crecimos recibiendo premios por nuestro buen comportamiento en el jardín de infantes, la guardería, la escuela, el colegio e incluso en la universidad. Estos premios también los encontramos en la vida laboral: comisiones por ventas, días de descanso por cumplir objetivos, ascensos por ser buenos trabajadores. En nuestra vida familiar implementamos lo mismo: premiamos a los hijos por su buen comportamiento y obediencia, y hasta hacemos fiestas para celebrar los triunfos de cualquier miembro de la familia. En verdad, somos expertos en premiar las obras.
Por eso, en la vida espiritual desarrollamos una fórmula: «si hago buenas obras, Dios me premia». Es lo que escuchamos en muchos púlpitos: si diezmas o siembras, Dios te recompensará; si ayunas, Dios te premiará; si das de comer a los hambrientos, Dios mantendrá tu mesa llena; si cuidas de los enfermos y oras por ellos, Dios nunca permitirá que te enfermes. Y así seguimos buscando ejemplos que refuerzan la idea de ganar recompensas de Dios. El premio mayor que escuchamos es: somos salvos por las obras que hacemos. Este sí es un verdadero conflicto. Es un conflicto que ha dado lugar a muchas denominaciones y ha causado divisiones en el mundo cristiano: el papel de las obras en la salvación.
Pero vamos al escritor sagrado, Santiago, para ver qué nos enseña sobre este tema de las obras: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Santiago 2:14). Este versículo nos muestra la relación entre la fe y las obras. Santiago, en este pasaje que escuchamos hoy, nos habla de lo que es la fe: “vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo” (Santiago 2:1). Esta fe está conectada con Jesús, quien vino a ser nuestro Salvador en este mundo. Ahora tenemos esta pregunta: ¿las obras nos salvan? Para responder, necesitamos un espejo para entender las verdaderas obras que Dios quiere que hagamos para salvarnos, y estas obras las marcan los Diez Mandamientos. Santiago nos da un resumen de esta ley real al escribir: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis” (Santiago 2:8). Sabemos que en estas palabras está resumida la segunda tabla de la ley, los mandamientos del cuarto al décimo. Pero el texto de hoy nos muestra, como un espejo, la manera en que hemos hecho acepción de personas: “Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores” (Santiago 2:9). Los ejemplos que presenta el escritor, como el favoritismo hacia los ricos y la falta de atención a las necesidades básicas de los hermanos en momentos de escasez, tal vez nos hagan pensar: «yo no soy así» o «yo siempre hago eso». Sin embargo, la misma Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos dice: Sed perfectos, como vuestro Padre en los cielos es perfecto. Esta es una exigencia de la Ley. En el pueblo del Antiguo Testamento, en Levítico 19:2, se pronunció esta frase, y Jesús la repitió en el Sermón del Monte, como lo registra Mateo 5:48. No es una opción para nosotros ser perfectos, pero, debido a nuestro pecado, no podemos lograrlo. Además, Santiago nos dice: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). Podemos hacer obras buenas a nuestro parecer, sí, pero estas obras, para Dios, no son buenas, porque están corrompidas por nuestros malos pensamientos, por nuestras acciones interesadas y por nuestra lengua, que se empeña en decir que somos mejores que otros. Todo esto revela un problema aún más grave: el infierno que merecemos por ir en contra de la voluntad de Dios. Hemos intentado manipular a Dios y su palabra con nuestras obras, pecando así contra el primer mandamiento, mereciendo como recompensa lo que nuestras obras realmente merecen: el infierno eterno.
Entonces, ¿cuál es el papel de las obras en nuestras vidas como cristianos? Aquí es donde necesitamos mirar más allá. El Espíritu Santo, que nos ha confrontado con la Ley, ahora nos lleva hacia aquel ser que sí es perfecto, aquella persona que cumplió perfectamente la Ley de Dios: Jesucristo. “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gálatas 4:4-5).
Jesús nació bajo la ley porque quiso guardar todos los mandamientos dados por Dios a su pueblo. Siempre vivió conforme a la voluntad de Dios. Siendo niño, fue presentado al Señor y circuncidado de acuerdo con la ley. En su juventud, honró a su padre y a su madre de acuerdo con el Cuarto Mandamiento. También escuchó y aprendió la palabra de Dios según el Tercer Mandamiento. Ya adulto, alivió el sufrimiento de muchos y atendió sus necesidades corporales, en consonancia con el Quinto Mandamiento. En dos ocasiones, cuando fue ungido y cuando se transfiguró, su Padre afirmó claramente: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17; 17:5). Su Padre se complació porque Jesús hizo lo que nosotros no podemos hacer: obedeció perfectamente los mandamientos de Dios. No tuvo ninguna palabra negligente, ningún pensamiento malo ni un solo acto pecaminoso. Todo esto lo atribuyó a nosotros, y por eso el Padre nos ve a través de la vida de Jesús como perfectos.
Pero Jesús no solo fue nuestro sustituto en su vida; sabía bien que la Ley nos condena a la muerte eterna, por lo que se hizo maldito en nuestro lugar: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13). El castigo que merecemos por no ser perfectos, Cristo lo recibió en la cruz y, por esto, nos redimió. Nos compró nuevamente para ser llamados hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Santiago 2:14). La fe es el medio por el cual confesamos la obra de Jesús en nuestras vidas, y esta fe produce en nosotros agradecimiento. Estas son las obras del creyente, las que hacemos para la gloria de Dios por medio de Jesucristo: nuestra manera de amar al prójimo sin hacer acepción de personas, nuestra preocupación por las necesidades de los demás, nuestra forma de predicar la Palabra de Dios y llevar a las personas a Jesús. Esto muestra que nuestra vida está conectada con la gracia. El perdón de los pecados produce en nosotros el uso de los mandamientos como guía, no para salvarnos, sino porque ya somos salvos. Hacemos obras no para ganar bendiciones de Dios porque estás son evidentes cada día dándonos el pan diario y manteniendonos en la fe, hacemos obras para agradecerle por su amor hacia nosotros en Jesús. Es el Espíritu Santo quien nos motiva a vivir impulsados por el evangelio; somos su templo, y nuestros pensamientos, palabras y acciones están cautivos de la Palabra de Dios. Somos salvos por la fe en Jesús, y nuestras obras, producidas por el Espíritu Santo en este mundo, son la evidencia de nuestra salvación. Por eso, terminamos este mensaje con dos versículos claves que ponen fin al conflicto del hombre y el papel de las obras: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8-10). Amén.
Los Himnos:
Algunos himnos sugeridos:
Cantad al Señor:
17 De tal manera Dios amó
47 A nadie amaré como a Cristo
48 Busca primero el reino de Dios
49 Con el buen Jesús andemos
51 Dios de gracia, Dios de gloria
53 Seguidme a mí, dice el Señor
90 ¡Oh Cristo de infinito amor!
Culto Cristiano:
202 Oí la voz del Salvador
254 Firmes y adelante
255 Qué mi vida entera esté
257 Mirad y ved
258 Sale a la lucha el Salvador
260 Un raudal de bendiciones
272 Me guía Cristo con su amor
403 Estad por Cristo firmes
406 Luchad, luchad por Cristo
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