Segundo domingo de Pascua

El testigo marcha victorioso sobre la moderación.

Tema del Día

La realidad de la Pascua se basa en el testimonio de testigos oculares que escribieron lo que vieron con sus propios ojos en beneficio de los que no lo vieron. Por eso, la buena noticia de la Pascua no puede encerrarse en un cajón, como tampoco puede encerrarse a Cristo en una tumba.

Oración del día

Señor resucitado, viniste a tus discípulos y les quitaste el miedo con tu palabra de paz. Ven también a nosotros por la Palabra y los sacramentos, y disipa nuestros temores con la seguridad consoladora de tu presencia permanente, porque tú vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre.

Primera lectura: Hechos 5:12,17-32

No todos estaban contentos con esta rápida difusión del mensaje pascual, y menos aún los saduceos. No sólo negaban la resurrección de entre los muertos, sino que se llenaron de celos al ver que el número de cristianos seguía creciendo. Después de que fracasara su primer intento de amordazar a los discípulos, intentaron frenar el ingenio de los apóstoles metiéndolos en la cárcel. Sin embargo, los saduceos empezaron a darse cuenta de que sus intentos de frenar la difusión del evangelio eran inútiles.

12Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.

17Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, se llenaron de celos; 18y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública. 19Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo: 20Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida. 21Habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban.

Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. 22Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso, 23diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. 24Cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello. 25Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo. 26Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.

27Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, 28diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre. 29Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. 30El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. 31A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. 32Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.

Salmo 150

La Iglesia canta el Salmo 150 en los servicios que animan al pueblo de Dios a proclamar su mensaje. El Salterio termina con una exuberante doxología. Martín Lutero dijo: «El Salmo 150 es un salmo de agradecimiento compuesto en primer lugar para que el pueblo de Israel lo utilizara para alabar a Dios. Utilizaban sus instrumentos de cuerda y sus voces para adorarlo en el santuario de Jerusalén. Hoy lo adoramos en todo el mundo con nuestros instrumentos de cuerda, es decir, con la predicación y el Evangelio.»

Aleluya.

1Alabad a Dios en su santuario;

Alabadle en la magnificencia de su firmamento.

2Alabadle por sus proezas;

Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza.

3Alabadle a son de bocina;

Alabadle con salterio y arpa.

4Alabadle con pandero y danza;

Alabadle con cuerdas y flautas.

5Alabadle con címbalos resonantes;

Alabadle con címbalos de júbilo.

6Todo lo que respira alabe a JAH.

Aleluya.

Segunda lectura: Apocalipsis 1:4-18

Cuando Jesús se apareció a Juan en aquella isla, no le mostró un día en el que esos intentos de frenar el evangelio llegarían a su fin. Cuando Juan se dirigió a los cristianos de esas siete ciudades de Asia, se refirió a sí mismo como su «compañero en el sufrimiento, en el reino y en la perseverancia que tenemos en unión con Jesús, estaba en la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.». La existencia del sufrimiento y la necesidad para la paciente resistencia entre los cristianos no moriría cuando lo hiciera el último de los apóstoles.

4Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono; 5y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre,

6y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. 7He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén.

8Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

9Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. 10Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, 11que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.

12Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; 15y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. 16Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.

17Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; 18y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.

Texto del Sermón, Evangelio: Juan 20:19-31

Podríamos apresurarnos a criticar a los discípulos en general por su miedo y a Tomás en particular por su duda. Deberíamos estar agradecidos, sin embargo, por el beneficio que hemos obtenido de ello. Le dio a Jesús la oportunidad de demostrar la naturaleza de nuestra fe pascual. Los discípulos, incluido Tomás, creyeron porque veían.

19Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. 20Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. 21Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. 22Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. 23A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.

24Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.

26Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 27Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! 29Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.

30Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.

¿QUÉ SIGNIFICA LA RESURRECCIÓN PARA NOSOTROS? ¡PAZ!

Hermanos en Cristo: ¿Cómo se sienten cuando llega la noche? Muchas veces, ¿es cierto que la noche nos deja con una sensación de desánimo? No terminamos lo que queríamos hacer. Nos sentimos tristes porque las cosas no salieron como esperábamos. Tenemos culpa y vergüenza por los pecados que cometimos. Tal vez tenemos miedo de lo que nos va a pasar mientras dormimos. La noche puede robarnos la paz.

            Los discípulos estaban en el mismo lugar cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana (v. 19). El viernes, todos habían abandonado a Jesús. Pedro había negado a Jesús. Judas lo había traicionado y luego suicidado. Y ellos habían visto a Jesús, el Hijo de Dios, muerto en una cruz. Su Señor, que había resucitado a otros de entre los muertos, estuvo muerto.

            Y aquel domingo, las mujeres vinieron diciendo que Jesús no estaba en el sepulcro. Pedro y Juan corrieron y vieron que de verdad el sepulcro estaba vacío. Los discípulos se estaban preguntando: ¿Qué significa esto? ¿Alguien lo ha robado? ¿Los judíos van a matarnos como mataron a Jesús? ¿O de verdad Jesús resucitó como lo había predicho? ¿Y si es así, debemos temer a Jesús por haberlo abandonado? ¿Jesús va a buscar nuevos discípulos en vez de nosotros? ¿Es posible ser perdonados por un pecado tan grave como eso?

Pensamientos como estos volaban por las mentes de los discípulos al llegar la noche de aquel domingo. Sentimientos de tristeza, culpa, vergüenza y miedo. Todo esto les causó esconderse detrás de las puertas cerradas.

Nosotros entendemos esta situación, ¿verdad? Nuestros pecados nos traen miedo. Y el miedo nos roba la paz. Y lo único que queremos es escondernos detrás de las puertas de nuestro pecado.

            Cuando nos encontramos aquí, ¿qué esperanza tenemos? Escuche lo que pasó a los discípulos: Cuando llegó la noche de aquel mismo día…estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros (v. 19) Jesús, quien de verdad resucitó, vino a los discípulos justo cuando más lo necesitaban. Jesús se puso en medio de ellos. No se quedó a un lado o en un rincón. Jesús—cuyo nombre, Emmanuel, significa “Dios con nosotros”— se puso en medio de ellos para mostrarles que, por su vida perfecta, muerte, y resurrección, ya no hay separación ente ellos y Dios.

Lo primero que Jesús les dice es: Paz a vosotros (v. 19). Y no sola una vez, sino 3 veces en nuestro texto. Jesús los ha perdonado. Él cumplió su misión: traer paz al mundo. Tal como en la noche de su nacimiento cuando los ángeles cantaron, “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz!” (Lucas 2:14), los discípulos tenían paz. Jesús continuó, mostrándoles las manos y el costado (v. 20). Las manos y el costado que llevaban las heridas de la crucifixión son las evidencias de nuestro perdón. Porque Jesús tomó nuestro lugar, tenemos paz.

Hermanos en Cristo: ¿Qué significa la resurrección para nosotros? ¡Paz! Nuestros pecados son perdonados. Y podemos perdonar a otros también. Jesús dice: A quienes remitiereis los pecados, les son remetidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos (v. 23). Esta paz del perdón lo cambia todo, damos gracias por esta enseñanza del oficio de las llaves, donde Jesús dio poder a la iglesia de abrir y cerrar el cielo. Sí, nuestros pecados nos traen miedo. Pero la paz del nuestro Señor resucitado nos quita ese miedo con su perdón, el reino de los cielos está abierto. La oscuridad de la noche ya no está. Jesús nos trae perdón. Jesús nos da paz.

            Pero había alguien que aún no había recibido esta paz: Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino (v. 24). Tomás es un personaje interesante. No sabemos mucho sobre él ni por qué no estuvo presente aquella noche. Pero hay dos pasajes que posiblemente nos pueden ayudar a entenderlo mejor.

En Juan 11, cuando Jesús decide ir a resucitar a Lázaro aunque eso implicaba acercarse a los judíos que querían matarlo, Tomás dice: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Juan 11:16). Y en Juan 14, cuando Jesús habla de ir al Padre y dice que los discípulos conocen el camino, Tomás responde: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:5). Estas respuestas suenan algo pesimistas, ¿no? Tal vez Tomás era una persona negativa que tendía ver el lado negativo en las cosas. Quizá había experimentado algo que lo hizo dudar del amor de Dios, como nosotros experimentos de vez en cuando en nuestras vidas.

En nuestro texto, vemos que Tomás tenía muchas dudas sobre la resurrección. Aunque los otros discípulos habían visto a Jesús resucitado, Tomás no quiso creerles. Él deseaba pruebas: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré (v. 25).

Es fácil criticar a Tomás por su falta de fe. “Si yo hubiera sido un discípulo y hubiera visto a Jesús con mis propios ojos”, pensamos, “seguro habría creído”. Pero debemos recordar que no solo Tomás dudó. El resto de los discípulos lo hicieron también. Ellos debían haber creído que Jesús iba a resucitar porque él lo había predicho muchas veces.  Este ejemplo de los discípulos (y especialmente Tomás) nos muestra que, por nosotros mismo, no podemos creer. Necesitamos que Dios cree esa fe en nosotros.

Me imagino que la semana siguiente fue difícil para Tomás. Por un lado, él había visto morir a Jesús. Y cómo Pablo dice: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Corintios 15:14). Pero por otro lado, había escuchado a los demás decir que Jesús estaba vivo. Vivir con dudas no es bueno. Especialmente dudas espirituales. Pero por alguna razón u otra, Tomás estaba presente la semana siguiente. No creo que él fuera incrédulo. Más bien, creo que su fe estaba débil, como nos pasa a nosotros muchas veces.

Cuando Tomás estaba cargado por sus dudas, Jesús se apareció de nuevo: Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio (v. 26). ¿Y qué les dijo? Paz a vosotros (v. 26). Jesús no vino para regañar a Tomás. Jesús vino para darle la paz de Dios que se encuentra en la verdad de que por Jesús, sus pecados son perdonados, incluso las dudas.

En su estado de exaltación, Jesús sabía exactamente el problema de Tomás. Él pasó a través de las puertas cerradas de nuevo para darle la evidencia que Tomás necesitaba: (Tomás,) pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente (v. 27). Tomás, viendo la verdad, no podía evitar alabar a su Salvador del pecado: ¡Señor mío, y Dios mío! (v. 28). En vez de dudas, Tomás tuvo certeza. En vez de miedo, Tomás tuvo paz. Esto es lo que significa la resurrección. ¡Tenemos paz!

Hermanos en Cristo, muchas veces nosotros también dudamos de Dios y de su palabra (3º mandamiento) tal como Tomás y los demás discípulos. Pensamos: ¿Puedo confiar en lo que dice la Biblia? ¿Cómo es posible que tenga perdón cuando sigo pecando día tras día? Tengo miedo de lo que me va a pasar después de la muerte. ¿De verdad iré al cielo?

Cuando estamos en lugares así, Jesús viene a nosotros para darnos paz. Esta paz nos quita nuestras dudas y nuestro miedo con la certeza de que nuestros pecados son perdonados. Y Jesús nos da la certeza de que podemos confiar en lo que dice la Biblia. De hecho, somos bendecidos al creer en ella: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron (v. 29). Hermanos en Cristo, aunque no hemos visto a Jesús con nuestros ojos físicos, somos bienaventurados por creer en Jesús como nuestro Salvador.

Podemos creer en Jesús como nuestro Salvador solo por el poder del Espíritu Santo. Y Jesús nos ha dado el Espíritu Santo tal como él se lo dio a los discípulos aquí en el texto. A través de la palabra el Espíritu Santo nos fortalece la fe en Jesús. Tenemos todo lo que necesitamos para la salvación. La palabra nos cuenta quién es Jesús y que tenemos vida eterna en su nombre. Como Juan explicó: Éstas (palabras) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre (v. 31).

Entonces, hermanos en Cristo, si sentimos culpa por nuestros pecados pasados, recordemos que Jesús nos ha perdonado por su vida perfecta y su muerte en la cruz. Si tenemos dudas de si vamos a resucitar después de la muerte, recordemos que porque Jesús resucitó y ahora vive, nosotros también viviremos (Juan 14:19). Si tenemos miedo de lo que va a pasarnos después de la muerte, recordemos que ya tenemos un lugar en el cielo (Juan 14:2). Tenemos esta certeza porque la Biblia lo dice, y éstas son las palabras que nos dan la vida eterna.  

Aunque no hemos visto a Jesús físicamente, lo vemos con los ojos de fe. Y un día lo veremos con nuestros propios ojos. Como Job dice: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro” (Job 19:25-27). En aquel día, alabaremos a Jesús, como Tomás, “¡Señor mío y Dios mío!”.

Hasta entonces, tenemos todo lo necesario para la salvación. Estas palabras en la Biblia se han escrito para que creamos que Jesús es el Cristo y tengamos vida eterna en su nombre (v. 31). La resurrección de Jesús nos asegura de que nuestros pecados son perdonados, sin dudas. Tenemos la esperanza de la resurrección y la vida eterna.

Entonces, hermanos en Cristo, con esta certeza, ¿Qué significa la resurrección para nosotros? ¡Paz! Amén.

× ¿Cómo podemos ayudarte?