QUINTO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

El amor centrado encuentra al prójimo en lugar de evitarlo

TEMA DEL DÍA

Como resultado de la Justificación, no sólo estamos libres de tener que centrarnos en nuestra propia justificación. También somos libres para una vida de aparente distracción. No importa el prójimo ni la necesidad, somos libres de actuar de un modo que parece insensato. Somos libres para buscar activamente al prójimo necesitado. Somos libres de asumir cualquier coste y recorrer cualquier distancia para satisfacer esa necesidad. Aparte de Cristo, las personas que han sido liberadas para amar a su prójimo parecen distraerse fácilmente. En realidad, se centran en la justificación que viene de Él, en lugar de la que ellos deben producir.

Oración del día

Dios de todo poder y fuerza, tú eres el dador de todo lo bueno. Ayúdanos a amarte con todo nuestro corazón, fortalécenos en la fe verdadera, provéenos de todo lo que necesitamos y mantennos a salvo bajo tu cuidado; por tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre.

Primera lectura: Gálatas 5:1,13-25

La libertad ganada por Cristo no sólo cambia nuestra relación con Dios. También cambia nuestra relación con el prójimo. Lejos de liberarnos para complacer a la carne, Cristo nos libera para una vida de humilde servicio y amor. Aunque nuestra carne siempre preferirá la esclavitud del servicio al yo, el hijo de Dios es guiado por el Espíritu de Dios. El Espíritu nos hace preferir la libertad del servicio a los demás. El produce fruto en nosotros que es evidencia de nuestra fe y beneficio para la gente que nos rodea.

1Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.

13Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. 14Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 15Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.

16Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. 17Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. 18Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. 19Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 20idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. 22Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.

25Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.

Salmo 25

En hebreo, este salmo es un acróstico del alfabeto, que ofrece peticiones y alabanzas de la A a la Z, con el último verso extendiéndose más allá del final del alfabeto. Martín Lutero dijo: «El Salmo 25 es una oración. El salmista ruega por la piedad y el perdón de Dios, y pide ser guardado y rescatado del pecado y la vergüenza, de los enemigos y de todo mal. El salmo trata de necesidades y circunstancias verdaderamente individuales. Incluye confesiones de pecado, lamentos por los enemigos y peticiones de sabiduría y justicia.»

Salmo de David.

1A ti, oh Jehová, levantaré mi alma.

2Dios mío, en ti confío;

No sea yo avergonzado,

No se alegren de mí mis enemigos.

3Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido;

Serán avergonzados los que se rebelan sin causa.

4Muéstrame, oh Jehová, tus caminos;

Enséñame tus sendas.

5Encamíname en tu verdad, y enséñame,

Porque tú eres el Dios de mi salvación;

En ti he esperado todo el día.

6Acuérdate, oh Jehová, de tus piedades y de tus misericordias,

Que son perpetuas.

7De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes;

Conforme a tu misericordia acuérdate de mí,

Por tu bondad, oh Jehová.

8Bueno y recto es Jehová;

Por tanto, él enseñará a los pecadores el camino.

9Encaminará a los humildes por el juicio,

Y enseñará a los mansos su carrera.

10Todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad,

Para los que guardan su pacto y sus testimonios.

11Por amor de tu nombre, oh Jehová,

Perdonarás también mi pecado, que es grande.

12¿Quién es el hombre que teme a Jehová?

El le enseñará el camino que ha de escoger.

13Gozará él de bienestar,

Y su descendencia heredará la tierra.

14La comunión íntima de Jehová es con los que le temen,

Y a ellos hará conocer su pacto.

15Mis ojos están siempre hacia Jehová,

Porque él sacará mis pies de la red.

16Mírame, y ten misericordia de mí,

Porque estoy solo y afligido.

17Las angustias de mi corazón se han aumentado;

Sácame de mis congojas.

18Mira mi aflicción y mi trabajo,

Y perdona todos mis pecados.

19Mira mis enemigos, cómo se han multiplicado,

Y con odio violento me aborrecen.

20Guarda mi alma, y líbrame;

No sea yo avergonzado, porque en ti confié.

21Integridad y rectitud me guarden,

Porque en ti he esperado.

22Redime, oh Dios, a Israel

De todas sus angustias.

Segunda Lectura Evangelio de Lucas 10:25-37

La parábola de Jesús nos deja preguntándonos de dónde viene este tipo de amor. Proviene de personas que poseen una sabiduría muy distinta de la que poseía este intérprete de la ley. Proviene de personas que saben que la ley no puede justificarlas, sino que las deja medio muertas y desamparadas, necesitadas de rescate. ¿Qué tipo de persona ha sido liberada para distraerse fácilmente por un prójimo necesitado? Como los lectores de Lucas acababan de oír decir a Jesús, «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque estas cosas las escondiste de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños.» (Lucas 10:21).

25Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? 26Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? 27Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. 28Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.

29Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? 30Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. 31Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. 32Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. 33Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; 34y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. 35Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. 36¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 37Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.

TEXTO SERMÓN: Rut 1:1-19ª

Independientemente de lo que Rut supiera del Señor cuando decidió seguir a Noemí, descubrió lo fiel y comprometido que era con su pueblo. De hecho, como recuerda a sus lectores el último versículo de Rut, Dios estaba actuando en Belén para preparar el terreno para el reinado del rey más grande de Israel y de su Hijo aún más grande (Rut 4:22).

1Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo hambre en la tierra. Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos. 2El nombre de aquel varón era Elimelec, y el de su mujer, Noemí; y los nombres de sus hijos eran Mahlón y Quelión, efrateos de Belén de Judá. Llegaron, pues, a los campos de Moab, y se quedaron allí.

3Y murió Elimelec, marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos, 4los cuales tomaron para sí mujeres moabitas; el nombre de una era Orfa, y el nombre de la otra, Rut; y habitaron allí unos diez años. 5Y murieron también los dos, Mahlón y Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos hijos y de su marido.

6Entonces se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan. 7Salió, pues, del lugar donde había estado, y con ella sus dos nueras, y comenzaron a caminar para volverse a la tierra de Judá. 8Y Noemí dijo a sus dos nueras: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo. 9Os conceda Jehová que halléis descanso, cada una en casa de su marido. Luego las besó, y ellas alzaron su voz y lloraron, 10y le dijeron: Ciertamente nosotras iremos contigo a tu pueblo.

11Y Noemí respondió: Volveos, hijas mías; ¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre, que puedan ser vuestros maridos? 12Volveos, hijas mías, e idos; porque yo ya soy vieja para tener marido. Y aunque dijese: Esperanza tengo, y esta noche estuviese con marido, y aun diese a luz hijos, 13¿habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar por amor a ellos? No, hijas mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí.

14Y ellas alzaron otra vez su voz y lloraron; y Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella. 15Y Noemí dijo: He aquí tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses; vuélvete tú tras ella.

16Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. 17Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos. 18Y viendo Noemí que estaba tan resuelta a ir con ella, no dijo más.

19Anduvieron, pues, ellas dos hasta que llegaron a Belén

EL AMOR DE DIOS ES PODEROSO

Hermanos en Cristo: Me pregunto cómo Noemí pensaba que su vida iba a pasar. ¿Cuáles sueños para la vida tenía ella al ser una niña? Probablemente soñaba de encontrar un buen esposo que temía a Dios y que iba a darle protección en la vida. Tal vez que tendría algunos hijos a quienes les enseñaría del verdadero Dios. Probablemente de vivir hasta que pudiera ver a sus nietos.

Pero cuando ella creció, su vida no salió así. Ella vivía en la aldea de Belén en los días que gobernaban los jueces (v. 1). Si ustedes recuerdan algo del libro de jueces, probablemente recuerdan esta frase: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 21:25). Era un tiempo horrible. Mucho pecado, mucha idolatría, mucho desorden.

Pero Dios le bendijo a Noemí con un esposo que temía a Dios. Se llamaba Elimelec, que significa en hebreo, “mi Dios es el rey”. En medio de tanta impiedad, ella había encontrado a un varón a quien le importaban las cosas de Dios. Dios también les bendijo con dos hijos y el privilegio de enseñarles de Jehová, el Dios de gracia y misericordia.

Sin embargo, había hambre en la tierra. Entonces decidieron mudarse a Moab, una tierra que había sido un enemigo de Israel en el pasado, una tierra llena de idolatría. Pero confiaban que Dios les iba a preservar y permitir que regresaran a Israel más adelante.

Pero mientras ellas estaban acostumbrándose a la vida en Moab, Elimelec murió. Imagínese la tristeza de Noemí, la confusión, el miedo de lo que le iba a pasar ya que no tenía a un proveedor ni protector.

No obstante, Dios siguió bendiciendo a la familia de Noemí. Sus hijos Mahlón y Quelión encontraron esposas de Moab, se llamaban Rut y Orfa, y les contaron de Jehová, el verdadero Dios de gracia y misericordia. Aunque ellos no pudieron tener hijos, Dios continuó dándoles bendiciones por diez años, permitiendo que ellos sobrevivir en una tierra extraña. A pesar de la muerte de su marido, Noemí estaba contenta por las bendiciones que Dios les concedía.

Hasta que otra tragedia les pasó. Mahlón y Quelión murieron. Sus dos hijos quienes habían traído mucho gozo a su vida, sus dos hijos que proveyeron para la familia se han ido. No solamente Noemí tenía que enfrentar su propia tristeza, sino también la tristeza de sus dos nueras. Ellas no tenían descendientes. Y ahora no tenían protectores.

Me pregunto lo que pensaba Noemí en ese momento. Tal vez algo así: “¿Estas bromeando conmigo, Dios? Primeramente, la impiedad en Israel durante los jueces. Después el hambre. Después nos mudamos a otra tierra. Después mi marido murió. Después mis hijos y sus nueras no pudieron tener hijos. Después mis hijos murieron. No tengo a quien proveer. No tengo nietos. Tengo que experimentar tragedia tras tragedia. ¿Qué quieres conmigo, Dios? ¿Qué tipo de Dios eres? Si tú eres Todopoderoso, ¿por qué permitiste que tanto sufrimiento nos pasara? Si tu nombre es Jehová, ¿dónde está tu gracia y misericordia?”

En su tristeza, Noemí dijo: No, hijas mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí” (v. 13). Noemí tenía sueños grandes para su vida, sueños en los que la mano de Dios le iba a bendecir. Pero ahora, la mano de Jehová estaba contra ella. Al menos a ella esto le pareció.

Hermanos en Cristo, ¿alguna vez usted se ha sentido así? ¿Alguna vez en su vida ha experimentado tanto sufrimiento que estaba convencido de que la mano de Dios estaba contra usted? Muchas veces el sufrimiento nos puede desafiar la fe. Tal vez empezamos a tener dudas de Dios. ¿Realmente me amas, Dios? ¿Realmente eres Todopoderoso? ¿Si lo eres, por qué a mí me ha pasado así? No es difícil que el sufrimiento nos tiente a dudar de las promesas de Dios y pecar contra el 1º y 3º mandamientos. Tal vez no dudamos tanto de Dios que queremos regresar a nuestra manera antigua de vivir en incredulidad, adorando a falsos dios, como vemos que Orfa lo hizo aquí.

Hemos considerado un poco la historia de Noemí, pero ahora vamos a meditar un poco sobre Rut. Similar a Noemí, me pregunto cómo Rut pensaba que su vida iba a pasar. ¿Cuáles sueños tenía ella al ser una niña? Tal vez sueños similares a los de Noemí: Un buen esposo, tener hijos, criarlos en una buena manera.

Y en su vida, ella recibió bendiciones. Ella conoció a un esposo de Israel quien le enseñaba del verdadero Dios, Jehová, el Dios de gracia y misericordia. Aunque no pudo tener hijos, por diez años vivía con su esposo, suegra, y cuñados y junto con ellos disfrutó una buena vida, al menos tan buena como pudiera ser en aquel tiempo difícil.

Pero un día su esposo murió. Y después el esposo de su cuñada, Orfa. Imagínese la tristeza de ella, el miedo. Ella observó también la tristeza de su cuñada y suegra. Tal vez tenía dudas de este Dios de Israel, Jehová: “Yo sé que Jehová es un Dios de gracia y amor, pero si lo es, ¿puede permitir que estas cosas malas nos pasen?”

Un día Rut, Orfa y Noemí escucharon que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan (v. 6). Noemí estaba planeando en regresar a su país. Por una costumbre, Rut y Orfa la acompañaron durante la primera parte de la salida. Un poco después Noemí les dijo: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo. Os conceda Jehová que halléis descanso, cada una en casa de su marido (v. 8-9). Noemí quería lo mejor para ellos. Fue difícil para las mujeres en aquel tiempo proveer para sí mismas, y Noemí sabía que iba a ser más difícil encontrar un esposo en Israel como una extranjera.

Aunque tanto Orfa como Rut querían continuar con Noemí a Israel, eventualmente Orfa decidió regresar a Moab y encontrar otro esposo allá. Pero a Rut Noemí no pudo convencer. ¿Por qué? ¿Qué cosa iba a causar a Rut tener tanto amor por Noemí que a ella no le importaría encontrar un esposo para proveer para ella? Sabemos la respuesta, hermanos en Cristo: Solo el amor de Dios. Porque sabemos que el amor de Dios es poderoso.

Me parece interesante cómo inmediatamente después de que Noemí explica como la mano de Dios ha salido contra ella, Rut dice que ella quería que este Dios, Jehová, fuera su Dios también: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos (v. 16-17).

Seguramente Rut había aprendido de Jehová de su esposo y de su suegra. Ella utiliza el nombre Jehová en su juramento. Ella creía que este Dios fue el verdadero Dios. Aunque ella había experimentado tanto sufrimiento en su vida, aunque sus sueños y los sueños de Noemí no habían sido cumplidos, aunque ella probablemente tenía muchas preguntas acerca de Jehová, ella creyó. En la profundidad de su corazón ella sabía que este Dios le amaba. Y por eso quería mostrar amor a Noemí y seguirla. Rut quería ser una bendición a Noemí no solamente en maneras físicas (como recoger comida, que ella haría en Israel) pero también espiritualmente a través del testimonio de su fe. Solo por el amor que Dios nos muestra podemos mostrar este mismo amor a los en nuestras vidas, solo porque el amor de Dios es poderoso.

Además, vemos que Dios utilizó a Rut en el plan de salvación. En Israel Dios siguió trabajando en su vida a fin de que ella encontrara a un hombre se llamaba Booz. Él fue un familiar de Elimelec que tenían un papel de ser un protector y redentor. Esto significaba que él podía asegurar que la propiedad de Elimelec continuara siendo una parte de la familia de Noemí. Él también podía proveer un descendiente por el hijo muerto de Noemí, o sea, el esposo de Rut. Y él lo hizo. Aunque había el riesgo de daño a su propia herencia, en amor inmerecida él redimió la propiedad de Noemí y se casó con Rut. El amor de Booz en ser un protector y redentor es un cuadro del amor inmerecido de Cristo. Más adelante Dios permitió que ellos tuvieran un hijo que se llamaba Obed. Él fue el padre de Isaí quien fue el padre del rey David, un antepasado del prometido Mesías.

Rut probablemente había escuchado de la profecía del Mesías, cómo Jehová iba a enviar a un Salvador del pecado para todo el mundo. Y ahora ella fue un antepasado del Mesías. En Belén, años después, Jesús nació y empezó su trabajo de redimir el mundo del pecado y el sufrimiento. Él siempre amaba a su prójimo perfectamente con un amor inmerecida. Y finalmente él llegó a la cruz para sufrir bastante, para que nosotros (a quienes nos toca el sufrimiento mucho en este mundo) no tuviéramos que sufrir para siempre en el infierno. Este amor de Jesús es el amor que Rut vio en Jehová, el Dios de gracia y misericordia. Y este amor le motivó a amar a su prójimo con un amor inmerecida.

Me pregunto lo que Noemí pensaba en los últimos años de su vida. Los sueños de su juventud no se cumplieron cómo imaginaba. Pero me imaginaría que ella no querría cambiar nada. Ella vio cómo Dios le proveyó y sustentó en la vida. Ella vio cómo Dios utilizó a Rut para ser una bendición en su vida cuando ella la necesitaba. Ella vio cómo Dios siempre estaba presente y usaba las dificultades de la vida para su bien. Aunque su vida fue difícil, ella veía el amor de Dios y entendió que el amor de Dios es poderoso.

Hermanos en Cristo, podemos ver el amor de Dios hacia nosotros también. Aunque es posible que no hayamos experimentado el mismo sufrimiento de Noemí ni Rut, podemos aprender de sus historias que Dios siempre está con nosotros y utiliza tribulaciones para fortalecernos la fe con la ayuda del Espíritu Santo. Nosotros “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).

Hemos visto el amor de Dios. Lo vemos en la obra de Jesús. Y también cuando tenemos mucha tristeza por el sufrimiento, Dios muchas veces utiliza a otros para ser bendiciones a nosotros. También entendemos que nosotros mismos podemos ser bendiciones a otros. El amor de Dios es poderoso y este amor nos motiva a amar a nuestro prójimo con un amor inmerecida, así como Rut y Booz lo hicieron. Como el apóstol Juan dice en su primera carta: “Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19, NVI). Hermanos en Cristo, el amor de Dios es poderoso, y debido a este amor queremos amar a los otros en nuestras vidas. Amén.

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