DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

La generosidad produce gratitud

Tema del Día:

Hoy veremos un retrato de fe, en la que se nos recuerda que la fe apela y luego responde a la generosidad inmerecida de Dios. Esta generosidad no está condicionada por nuestra reacción ante ella, ni se limita a unos mientras excluye a otros. Incluso los que parecen marginados nunca dejarán de encontrar un lugar a los pies de Jesús. La promesa de que la fe en Jesús salva se ofrece a todos.

Oración del día

Concede, Señor misericordioso, a tu pueblo fiel el perdón y la paz para que se purifique de todos sus pecados y te sirva con ánimo tranquilo; por tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre. Amén

Primera lectura: Génesis 8:15-22

Durante un año y diez días, la vida en la tierra pendió de un hilo. Cada ser humano, cada ave y cada animal sobre la faz de la tierra estaba en el arca. Noé al salir del arca demuestra confianza en que el Señor, que los había protegido mientras estaban en el arca, seguiría haciéndolo ahora que estaban fuera de ella. Expresa su gratitud por la inmerecida generosidad del Señor al preservarlos del diluvio ofreciendo un sacrificio.

15Entonces habló Dios a Noé, diciendo: 16Sal del arca tú, y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo. 17Todos los animales que están contigo de toda carne, de aves y de bestias y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, sacarás contigo; y vayan por la tierra, y fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra. 18Entonces salió Noé, y sus hijos, su mujer, y las mujeres de sus hijos con él. 19Todos los animales, y todo reptil y toda ave, todo lo que se mueve sobre la tierra según sus especies, salieron del arca.

20Y edificó Noé un altar a Jehová, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar. 21Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; ni volveré más a destruir todo ser viviente, como he hecho. 22Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.

Salmo 111

La Iglesia canta el Salmo 111 en los servicios en los que los cristianos se maravillan de la salvación de Dios. Emparejado con el Salmo 112, es un acróstico corto, e introduce una sección que concluye con el acróstico largo Salmo 119. Martín Lutero dijo: «El Salmo 111 es un salmo de acción de gracias. Aprendemos aquí a alabar y dar gracias a Dios en un canto fino y breve por todos sus milagros, especialmente su justicia, su alianza, su Palabra digna de confianza, la paz y la justicia, la ayuda y toda clase de gracia.»

Aleluya.

1Alabaré a Jehová con todo el corazón

En la compañía y congregación de los rectos.

2Grandes son las obras de Jehová,

Buscadas de todos los que las quieren.

3Gloria y hermosura es su obra,

Y su justicia permanece para siempre.

4Ha hecho memorables sus maravillas;

Clemente y misericordioso es Jehová.

5Ha dado alimento a los que le temen;

Para siempre se acordará de su pacto.

6El poder de sus obras manifestó a su pueblo,

Dándole la heredad de las naciones.

7Las obras de sus manos son verdad y juicio;

Fieles son todos sus mandamientos,

8Afirmados eternamente y para siempre,

Hechos en verdad y en rectitud.

9Redención ha enviado a su pueblo;

Para siempre ha ordenado su pacto;

Santo y temible es su nombre.

10El principio de la sabiduría es el temor de Jehová;

Buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos;

Su loor permanece para siempre.

Segunda lectura: 2 Corintios 9:10-15

Nuestra gratitud por la generosidad de Dios con nosotros incluirá naturalmente la voluntad de ser generosos con los demás. Estos versículos son la conclusión del largo llamamiento de Pablo a los corintios para que apoyen generosamente el donativo para los santos que luchan en Jerusalén

10Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, 11para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios. 12Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; 13pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos; 14asimismo en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros. 15¡Gracias a Dios por su don inefable!

Texto Sermón: Evangelio: Lucas 17:11-19

Es posible observar signos de fe entre los diez leprosos. Cuando Jesús pasó, los diez gritaron: «¡Jesús, Maestro, ¡ten compasión de nosotros!». Cuando Jesús dio su orden con su promesa implícita (versículo 14), los diez obedecieron. No esperaron a ser purificados antes de hacer el esfuerzo de ir a ver al sacerdote. No pidieron ninguna prueba de que el viaje valdría la pena. Los diez fueron. Sólo uno, sin embargo, vio la generosidad de Jesús por lo que era y respondió a ella adecuadamente.

11Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. 12Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos 13y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! 14Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. 15Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, 16y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. 17Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? 18¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? 19Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

Jesús Nos Acerca a Dios

Cerca de la isla de Santa Lucía, donde yo nací y crecí, hay otra isla. Es pequeñita, solo un kilómetro cuadrado. Es posible nadar de la isla principal hasta esta otra isla porque queda muy cerca. De hecho, una vez eso lo hice con unos amigos míos. Al llegar a la isla, hay una playa bonita en el mar caribe, árboles de coco y almendras, y toda la belleza de la naturaleza que se puede ver en el Caribe. Parece como un paraíso. Pero por muchos años fue lo opuesto. Fue un lugar de tormenta, tristeza, y enfermedad. Esa isla fue una colonia de leprosos. Todavía es posible ver las habitaciones donde vivían los enfermos. No hay un hospital, porque en esos días no había medicinas para los leprosos. La gente iba allá para esperar su muerte, separado de sus familias y hogares.

La separación es un tema de nuestra lectura de hoy. No había una isla en Samaria donde vivían los leprosos, pero tenían sus propios pueblos, construido a mano por sus habitantes. En la época de Jesús, recibir un diagnóstico de la lepra fue casi igual a recibir la pena de muerte. Pero tomaría un rato para el enfermo morir, y porque la enfermedad es contagiosa era necesario separar a los enfermos de los sanos. Salían de sus casas para vivir en separación y pobreza, objetos del odio de otros, sin esperanza de sanación. Esas personas eran posiblemente las más cerca a zombis que existen en la vida real. En unos casos, su piel y carne se pudrían cuando ya estaban vivos. Esa fue la condición que tenían los diez leprosos en la historia. Y eso fue nuestra condición también.

Obviamente, no estoy diciendo que todos nosotros tenemos lepra. Gracias a Dios, con los avances de medicina ya no es un problema como antes. No, estoy hablado sobre nuestra condición espiritual, que es somos desde la concepción muertos en pecado y separados de Dios. Podemos ver paralelos entre las vidas físicas de los leprosos y las vidas espirituales de toda gente. Como ellos estaban separados de la sociedad, nosotros estábamos separados de Dios. En la misma manera de que ellos no podían hacer nada para sanar a ellos mismos, no podíamos hacer nada por nuestra propia fuerza para acercarnos a Dios. Los leprosos sabían que necesitaban un milagro, y eso es lo que necesitábamos también.

Y según la voluntad de Dios, la única persona que podía ayudarlos llegó a su pueblo durante su viaje a Jerusalén. Vamos a escuchar un poco más sobre el viaje en unos momentos, pero ahora vemos la reacción de la llegada de Jesús, la única persona que tenía el poder de sanar a los enfermos. Dice el versículo 13, “se pararon de lejos 13y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” Se pararon de lejos porque

tenían que seguir las reglas de separación entre ellos y Jesús y los discípulos, pero sus voces desperadas todavía pudieron llevar su petición a Jesús. Pidieron misericordia.

Y eso me interesa un poco porque no pidieron específicamente buena salud o un milagro de sanación. Pidieron la misericordia de Jesús, con la certeza que él sabía lo que necesitaban mas en el mundo. Y por supuesto lo sabía. Pero no era exactamente lo que pensaban los leprosos. Querían recibir una vida nueva por sanar sus cuerpos, pero Jesús también daba la oferta de vida nueva por sus almas. Como salvador misericordioso, el respondió a sus necesidades físicas y espirituales. Dijo, “Id, mostraos a los sacerdotes.” En esos tiempos, era la ley para los leprosos que iban a los sacerdotes para afirmar que la lepra ha salido antes de podían entrar en la sociedad otra vez. La lepra era usada como nombre para muchas enfermedades de la piel, y era posible sanarse unos, y por eso existía esta regla.

Miren ustedes que todavía tenían los leprosos su enfermedad cuando Jesús dio esta orden. Entonces los leprosos tenían que tomar una decisión difícil de ir al templo antes de ser sanados. Todos esto lo hicieron, mostrando confianza en Jesús y sus mandatos. Esta historia pasa cerca del fin del ministerio de Jesús, y obviamente los leprosos han escuchado sobre sus otros milagros. Fueron a los sacerdotes. En su situación, no tenían nada para perder.

Y mientras iban, fueron limpiados. ¡Que milagro! Recibieron una nueva oportunidad vivir con sus familias y regresar a sus trabajos y entrar de nuevo en sus pueblos. Pero en medio de este milagro, hay una tragedia. Cuando nueve de los leprosos salieron para ir a los sacerdotes, salieron de la historia. Han recibido el regalo más enorme de sus vidas, pero no regresaron a Jesús para dar gracias. Posiblemente unos tenían en mente de volver a Jesús después de ver a los sacerdotes, o posiblemente al momento de sanación olvidaron totalmente sobre él lo que hizo el milagro. Eso no importa mucho, porque han mostrado sus prioridades. Estaban contentos recibir bendiciones de Dios sin hacer cambios en la vida de dar gracias a Dios.

¿Suena familiar? Si, conocemos gente así. Pero somos culpables de eso a veces también. La Biblia dice que Dios hace que la lluvia caiga en los buenos y los malos. Mucha gente va a recibir cosas buenas en esta vida sin pensar en Dios. ¿Recuerdan ustedes el hombre rico en la historia hace dos semanas? Él es un ejemplo. Pero aun cristianos pueden hacer la misma cosa. Es fácil ver a la historia y juzgar al grupo que no volvió, pero imagínense la situación. Todo ha cambiado para ellos, con un futuro nuevo. En esa alegría, sería fácil solo pensar en lo que iban a hacer.

Sin embargo, uno de estos hombres nuevos hizo algo diferente que el grupo. Volvió a Jesús. ¿Fue esta una instancia de desobediencia por la parte de este hombre contra el mandato de Jesús? Por supuesto no, porque tendría tiempo después de ir a los sacerdotes y ver sus amigos y familia. Para él en eso momento no había nada más importante que dar gracias a Dios por su misericordia en alta voz, un testigo orgulloso de compartir lo que ha hecho Dios para él. Ha encontrado la única cosa necesaria, y esa fue su prioridad. La reacción de este hombre es un buen ejemplo para nosotros, pero también algo que podría recordarnos de nuestras debilidades.

Lamento que no pueda decir que yo siempre he tenido el comportamiento del leproso sanado. Generalmente, estamos mucho más acostumbrados a pedir cosas a Dios que dar gracias a él después de recibir bendiciones. Podemos ser como un jefe malo que siempre espera buenas cosas y aunque un trabajador hace muchas cosas buenas, al momento que no hace exactamente lo que quiere el jefe, el jefe va a enojarse a pesar de todo lo bueno que el trabajador ha hecho. En mi experiencia, soy mucho más rápido de dudar o enojarme con Dios cuando no recibo lo que quiero que agradecer a Dios cuando recibo lo que pedí. Unas veces olvido totalmente dar gracias. Es muy fácil para nosotros ser como los otros nueve leprosos, pidiendo cosas de Dios y siguiendo en nuestros caminos cuando las recibimos, sin parar para dar gracias al dador. Porque Dios en tan bondadoso y misericordioso, es posible para nosotros empezar sentirnos como merecemos lo que recibimos y enojarnos muy fácilmente cuando la vida no pasa como queremos.

Por eso, les aconsejo que tengan una manera de recordar y orar sobre todas sus bendiciones. Puede ser un cuaderno en que escribes cada mañana, la aplicación de notas en su celular, o un amigo con quien comparte diariamente las cosas para cuales usted esta agradecido. Nosotros los seres humanos tenemos el hábito de dar por sentado lo que tenemos y es bueno encontrar una manera de recordar todo lo que ha dado Dios, por ejemplo, familia, casa, trabajo, y salud.

Por supuesto, hay un regalo más que Dios ha dado a todos nosotros, y es el mismo de que recibió el Samaritano leproso. No solo recibió su salud otra vez y un fin de la separación social, recibió una vida nueva por fe en Cristo. Su separación mortal de Dios ha sido cambiada en una conexión con su Padre Celestial por la obra de Jesucristo. Jesús dijo a él que su fe lo ha salvado. El no recibió esta bendición porque fue el único que regresó; su comportamiento agradecido fluyó de un corazón lleno de fe y la vida nueva en Cristo.

Y la declaración sobre fe que hizo Jesús está disponible para todos nosotros también. Me imagino que nadie aquí tiene lepra, pero todos de nosotros teníamos una enfermedad peor, el pecado. Y esto no necesariamente nos separa de la sociedad, pero seguramente nos separó del Creador Perfecto del mundo. Y por eso Jesús estaba en camino a Jerusalén.

El milagro de sanar a los leprosos fue increíble, pero Jesús tenía planes de hacer algo aún más increíble. El fue a la cruz para morir para dar nueva vida, no solo de enfermedades terrenales sino de la enfermedad que termina en la muerte eterna. En primera de Juan dice que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” Jesús dio su sangre para que nosotros sean limpios de pecado y no sigan siendo leprosos espirituales, separados de Dios.

Nuestro bautismo también es un sacramento que limpia nosotros de nuestros pecados. La imagen de Dios lavando las maldades es presente por toda la Biblia, del Salmo 51 donde David dice, “Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado,” hasta Isaías quien dice “si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” Esta idea del antiguo testamento fue cumplida en el sacramento de bautismo a través de que recibimos el perdón de pecados y la habilidad acercar a Dios.

¿Recuerdan ustedes la petición de los leprosos? ¡Ten misericordia! Y de hecho Jesús tuvo misericordia en ellos, pero en una manera más grande de que la mayoría dieron cuenta. En sus mentes, su separación física era su problema más grande, pero tenían una situación espiritual peor. El leproso Samaritano fue limpiado no solo de su enfermedad sino de todos sus pecados. Ahora no solo pudo entrar otra vez en su pueblo, pudo entrar en la familia de Dios. Como saben unos de ustedes, los lunes yo tengo el privilegio de hacer un estudio en los salmos en nuestra página de Facebook. Estudiamos el salmo cinco esta semana, que contiene un versículo yo creo es perfecto para terminar el sermón hoy. Salmo 5:7 dice, “Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa.” Jesús ha arreglado nuestro estado de separación. Con el leproso pedimos, Jesús ten misericordia en nosotros. Y con el Rey David el salmista confesamos, “Por la abundancia de tu misericordia entraremos tu casa.”

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