DIOS Y SU REVELACIÓN
  1. Creemos que hay solamente un Dios verdadero (Juan 17:3), que se ha dado a conocer como el Dios Trino, un Dios en tres personas. Esto es evidente cuando Jesús ordena a sus discípulos bautizar «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19). Todo aquel que no adora a este Dios, adora a un dios falso, un dios que no existe, porque Jesús dijo: «El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió» (Juan 5:23).
  2.  Creemos que Dios se ha revelado a sí mismo en la naturaleza, porque «los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1). «Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas» (Romanos 1:20). Así que no hay excusa para el ateo. No obstante, tenemos en la naturaleza sólo una revelación parcial de Dios, la que es del todo insuficiente para la salvación. Demonios creen Santiago 2:19
  3. Creemos que Dios nos ha dado la revelación plena de sí mismo en su Hijo, el Señor Jesucristo. «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que esta en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Juan 1:18). Particularmente Dios se ha revelado a sí mismo en Jesús como el Dios Salvador, que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
  4. Creemos que Dios nos ha dado las Sagradas Escrituras para proclamar su gracia en Cristo al hombre. En el Antiguo Testamento Dios prometió repetidamente a su pueblo, un divino Libertador del pecado, de la muerte y del infierno. El Nuevo Testamento proclama que este Libertador prometido ha venido en la persona de Jesús de Nazaret. Las Escrituras testifican acerca de Cristo. El mismo Jesús dice de las Escrituras: «Ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39).
  5. Creemos que Dios nos dio las Escrituras por medio de hombres a quienes escogió y usó con el lenguaje que ellos conocían y su propio estilo de escribir. Usó a Moisés y los Profetas para escribir el Antiguo Testamento en hebreo (algunas porciones en arameo) y a los Evangelistas y Apóstoles para escribir el Nuevo Testamento, en griego.
  6. Creemos que en forma milagrosa que sobrepasa toda investigación humana, Dios el Espíritu Santo inspiró a estos hombres a escribir su Palabra. Estos «santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21). Lo que dijeron fue hablado «no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu» (1 Corintios 2:13). Cada idea que ellos expresaron, cada palabra que usaron, les fue dada por el Espíritu Santo por inspiración. San Pablo escribió a Timoteo: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). Creemos por lo tanto en la inspiración verbal de las Escrituras, no en algún dictado mecánico, sino en una inspiración de palabra por palabra.
  7. Creemos que la Escritura es un todo unificado, verdadero y sin error en todo lo que dice, porque nuestro Salvador dijo: «La Escritura no puede ser quebrantada» (Juan 10:35). Creemos por tanto que ella es la autoridad infalible y guía para todo lo que creemos y hacemos. Creemos que es plenamente suficiente, que nos enseña con claridad todo lo que necesitamos saber para la salvación, haciéndonos sabios «para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús» (2 Timoteo 3:15) y preparándonos para cada buena obra (2 Timoteo 3: 17). No se esperan otras revelaciones.
  8. Creemos y aceptamos la Escritura en sus propios términos, aceptando como historia real lo que ella presenta como historia, reconociendo una metáfora en donde la misma Escritura la indica, y poesía declamatoria lo que es evidente como tal. Creemos que la Escritura debe interpretar a la Escritura, los pasajes claros iluminando aquellos que son entendidos con menos facilidad. Creemos que ninguna autoridad, sea la razón del hombre, la ciencia o la erudición, puede establecer juicio sobre la Escritura. La erudición sana investigará fielmente el significado verdadero de la Escritura, sin pretender hacer juicio sobre ella.
  9. Creemos que los tres credos ecuménicos, el de los Apóstoles, el Niceno y el de Atanasio, tanto como las Confesiones Luteranas contenidas en el Libro de la Concordia de 1580, dan expresión a las doctrinas verdaderas de la Escritura. Puesto que las doctrinas ahí confesadas han sido extraídas de la Escritura sola, nos sentimos obligados a ellas en nuestra fe y vida. Por tanto es preciso que toda predicación y enseñanza en nuestras iglesias y escuelas esté en armonía con estas confesiones.
  10. Rechazamos cualquier idea que haga Palabra de Dios sólo parte de la Escritura, que admita la posibilidad de error real en la Escritura, también en las llamadas materias no religiosas (por ejemplo, históricas, geográficas).
  11. Rechazamos todas las opiniones que dejen de reconocer a las Sagradas Escrituras como revelación y Palabra de Dios. Asimismo rechazamos todas las opiniones que ven en ellas meramente un registro humano de la revelación de Dios, como El encuentra al hombre en la historia, aparte de las Escrituras, y por consiguiente un registro sujeto a las imperfecciones humanas.
  12. Rechazamos el énfasis puesto sobre Jesús como la Palabra de Dios (Juan 1:1) hasta excluir las Escrituras como la Palabra de Dios.
  13. Rechazamos el intento de reducir las Confesiones contenidas en el Libro de la Concordia a documentos históricos que tienen únicamente significación confesional relativa para la Iglesia de hoy. De igual manera rechazamos cualquier afirmación de que la Iglesia está obligada solamente a las doctrinas de la Escritura que hayan encontrado expresión en estas Confesiones.

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a Dios y su Revelación. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

LA CREACIÓN, EL HOMBRE Y EL PECADO
  1. Creemos que el universo, el mundo y el hombre vinieron a existir en el principio, cuando Dios creó los cielos, la tierra y todas las criaturas (Génesis 1:1). Testimonio adicional de este suceso se encuentra en otros pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento (por ejemplo, Éxodo 20:11 y Hebreos 11:3). Todo esto se llevó a cabo en el curso de seis días normales por el poder de la Palabra omnipotente de Dios, cuando dijo El: «Sea.»
  2. Creemos que la Biblia presenta un relato histórico y verdadero de la Creación. 
  3. Creemos que Dios creó al hombre a su propia imagen (Génesis 1:26), esto es, santo y recto. Los pensamientos, deseos y voluntad del hombre estaban en plena armonía con Dios (Colosenses 3:10 y Efesios 4:24), y a él le fue dada la capacidad de señorear sobre la Creación de Dios (Génesis 1:28). 
  4. Creemos que el hombre perdió esta imagen divina cuando cedió a la tentación del diablo y desobedeció el mandamiento de Dios. Esto le atrajo el juicio de Dios, «Morirás» (Génesis 2:17). Desde ese tiempo la humanidad es concebida y nacida en pecado (Salmo 51:5), carne nacida de la carne (Juan 3:6) e inclinada a todo mal (Génesis 8:21). Estando muerto en pecado (Efesios 2:1), el hombre por sus propios esfuerzos o actos es incapaz de reconciliarse con Dios. 
  5. Rechazamos las teorías de la evolución como explicación del origen del universo y del hombre y todos los intentos de interpretar el relato bíblico de la Creación para que armonice con tales teorías. 
  6. Rechazamos las interpretaciones que reducen los primeros capítulos del Génesis a una narración de mitos simbólicos y a relaciones poéticas carentes de contenido histórico verdadero. 
  7. Rechazamos todas las opiniones que ven bondad inherente en el hombre, que consideran su propensión natural sólo una debilidad que no es pecaminosa, y que dejan de reconocer su completa depravación espiritual (Romanos 3:9-18). 

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a la Creación, el hombre y el pecado. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

CRISTO Y LA REDENCIÓN
  1. Creemos que Jesucristo es eterno Hijo de Dios que era con el Padre desde la eternidad (Juan 1:1-2). Venido el cumplimiento del tiempo, tomó una naturaleza humana real y completa (Gálatas 4:4), pero sin pecado, cuando fue concebido como un santo niño en la Virgen María, por medio de un milagro del Espíritu Santo. El ángel testificó: «Lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es» (Mateo 1:20). Jesús es aquella persona única en la cual el verdadero Dios y una verdadera naturaleza humana están unidos inseparablemente en uno, el santo Dios hombre, Emmanuel. 
  2. Creemos que El en todos los tiempos poseía la plenitud de la Deidad, todo el poder divino, sabiduría y gloria (Colosenses 2:9). Esto fue evidente a veces cuando ejecutó milagros (Juan 2:11). Pero mientras El vivía en la tierra, tomó la forma de un siervo, humillándose a sí mismo, haciendo a un lado el despliegue y uso continuo y pleno de sus características divinas. Durante este tiempo lo vemos viviendo como un hombre entre hombres, soportando el sufrimiento y humillándose a sí mismo hasta la muerte ignominiosa de la cruz (Filipenses 2:7-8). Creemos que se levantó del sepulcro con un cuerpo glorificado, ascendió y está exaltado en las alturas para regir con poder sobre el mundo, con gracia en su Iglesia, con gloria en la eternidad (Filipenses 2:9-11). 
  3. Creemos que Jesucristo, el Dios hombre, fue enviado por el Padre para humillarse a sí mismo por la redención de la humanidad, y que fue exaltado como evidencia de que su misión había sido cumplida. Jesús vino a cumplir la Ley perfectamente (Mateo 5:17), de modo que por su obediencia perfecta todos los hombres fueron contados como justos (Romanos 5:19). El vino a cargar el «pecado de todos nosotros» (Isaías 53:6), rescatándonos del pecado por su sacrificio, en el altar de la cruz (Mateo 20:28). Creemos que El es el Sustituto del hombre nombrado por Dios para todo esto. Su justicia es aceptada por el Padre como nuestra justicia, su muerte por el pecado como nuestra muerte por el pecado (2 Corintios 5:21). Creemos que su resurrección nos da plena seguridad de que Dios ha aceptado su expiación en favor nuestro (Romanos 4:25).  
  4. Creemos que en Cristo Dios estaba «reconciliando consigo al mundo» (2 Corintios 5:19), que Jesús es «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). La misericordia, la gracia de Dios, abrazan a todos. La reconciliación por medio de Cristo es universal; el perdón de los pecados ha sido logrado como un hecho consumado para todos los hombres. Por causa de la obra sustituta de Cristo, Dios ha justificado, esto es, ha pronunciado el veredicto de «no culpable» sobre toda la humanidad. Esto forma la base firme y objetiva de la seguridad de la salvación del pecador. 
  5. Rechazamos cualquier enseñanza que limite la obra de Cristo, ya sea en cuanto a su alcance o a su cumplimiento, dejando así de reconocer la universalidad de la redención o el pleno pago del rescate. 
  6. Rechazamos las opiniones que ven en el Evangelio relatos de la proclamación e interpretación de la Iglesia primitiva respecto a Jesucristo, en vez de una relación verdadera de lo que sucedió efectivamente en la historia. Rechazamos las tentativas de hacer que aparezca insignificante o aun dudosa la historicidad de sucesos en la vida de Cristo, tales como su nacimiento virginal, sus milagros o su resurrección corporal. Rechazamos los intentos de acentuar indebidamente un «encuentro presente con el Cristo viviente,» de tal modo que la obra redentora de Jesús, venido el cumplimiento del tiempo, como se registra en la Escritura, pierda su importancia.

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a Cristo y su redención. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE
  1. Creemos que Dios ha justificado, esto es, declarado justos ante sus ojos, a todos los pecadores por amor de Cristo. Este es el mensaje central de la Escritura, del cual depende la mismísima existencia de la Iglesia. Es un mensaje pertinente para los hombres de todos los tiempos y lugares, de todas las razas y estratos sociales, pues «por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres» (Romanos 5:18). Todos necesitan ser justificados, pues «por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida» (Romanos 5:1).
  2. Creemos que el individuo recibe este don gratuito de perdón por medio de Cristo, no por obras, sino únicamente por fe (Efesios 2:8-9). La fe justificante es una firme confianza en Cristo y en su obra redentora. Esta fe justifica, no por causa de alguna virtud inherente, sino únicamente por causa de la salvación preparada por Dios en Cristo, a la cual la fe se abraza (Romanos 3:28 y 4:5). Por otro lado, aunque Jesús murió por todos, la Escritura nos dice que «el que no creyere, será condenado» (Marcos 16:16). El incrédulo pierde el perdón ganado por Cristo. 
  3. Creemos que el hombre no puede obrar esta fe justificante, o confianza, en su propio corazón, porque «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura» (1 Corintios 2:14). De hecho, «los designios de la carne son enemistad contra Dios» (Romanos 8:7). Es el Espíritu Santo el que mueve el corazón confiadamente a reconocer que Jesús es el Señor (1 Corintios 12:3). Esto obra el Espíritu Santo por medio del Evangelio (Romanos 10:17). Creemos por tanto que la conversión del hombre es por entero la obra de la gracia de Dios. 
  4. Creemos que ya en la eternidad Dios escogió aquellos individuos a los que a tiempo convertiría por medio del Evangelio de Cristo y preservaría en la fe para la vida eterna (Efesios 1:4-6 y Romanos 8:29-30). Esta elección a fe y salvación de ninguna manera fue causada por algo en el hombre, sino muestra cómo la salvación por completo es nuestra por la sola gracia (Romanos 11:5-6). 
  5. Rechazamos toda enseñanza que haga al hombre de algún modo responsable de su salvación. Rechazamos todos los esfuerzos para presentar la fe como una condición que el hombre necesita llenar para completar su justificación. Asimismo rechazamos cualquier enseñanza que diga que no importa lo que uno crea, con tal que tenga fe. 
  6. Rechazamos cualquier sugestión de que la doctrina de la justificación por la fe no tiene ya significación para «el hombre moderno,» junto con todos los intentos del hombre a justificarse a sí mismo o su existencia ante Dios. 
  7. Rechazamos la conclusión falsa y blasfema de que aquellos que se pierden fueron electos por Dios para condenación, porque Dios «quiere que todos los hombres sean salvos» (1 Timoteo 2:4).

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a la justificación por la fe. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

LAS BUENAS OBRAS Y LA ORACIÓN
  1. Creemos que la fe en Jesucristo es una fuerza viva dentro del cristiano que debe  producir obras que sean agradables a Dios. «La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma» (Santiago 2:17). Un cristiano, como una rama en Cristo, la Vid, produce buen fruto (Juan 15:5). 
  2. Creemos que la fe no establece sus propias normas para determinar lo que es agradable a Dios (Mateo 15:9). La verdadera fe, dirigida por la Palabra de Dios, se deleita en hacer solamente aquello que se conforma a la santa voluntad de Dios. Reconoce que la voluntad de Dios encuentra su cumplimiento en el amor perfecto, porque «el cumplimiento de la ley es el amor» (Romanos 13:10).
  3. Creemos que estas obras, siendo frutos de la fe, deben distinguirse de las obras de justicia cívica realizadas por los incrédulos. Cuando los incrédulos ejecutan obras que exteriormente aparecen como buenas y probas ante los hombres, éstas no son buenas a la vista de Dios, porque «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). Aunque reconocemos el valor de la mera justicia cívica en la sociedad humana, sabemos, que el incrédulo por medio de sus obras de justicia cívica no puede siquiera comenzar a cumplir sus deberes para con Dios.
  4. Creemos que en este mundo aun las mejores obras de un cristiano se hallan todavía manchadas de pecado. La carne, el viejo Adán, todavía aflige al cristiano, de manera que deja de hacer el bien que quiere y hace el mal que no quiere (Romanos 7:19). El cristiano tiene que confesar que todas sus justicias son como trapos de inmundicia (Isaías 64:6). Por amor de Cristo, sin embargo, estos esfuerzos imperfectos de los cristianos son misericordiosamente considerados santos y aceptables por nuestro Padre celestial.
  5. Creemos que también una vida de oración es un fruto de la fe. Confiadamente por medio de la fe en su Salvador los cristianos se dirigen al Padre celestial en ruego y alabanza, presentando sus necesidades y dando gracias. Tales oraciones son una delicia a nuestro Dios y El responde a nuestras peticiones de acuerdo con su sabiduría.
  6. Rechazamos cualquier idea de que las buenas obras del cristiano contribuyen hacia el logro de la salvación. Efesios 2:8-10
  7. Rechazamos cualquier tentativa de abolir la incambiable Ley de Dios como norma absoluta por la cual se mide la conducta del hombre. 
  8. Rechazamos la «nueva moralidad» como un artificio satánico para destruir el conocimiento de la santa voluntad de Dios y socavar la conciencia del pecado.
  9. Rechazamos cualquier opinión que considere la oración como medio de gracia y que la mira provechosa sólo por razón de su efecto psicológico sobre el que ora.
  10. Rechazamos la opinión de que todas las oraciones son aceptas ante Dios, y afirmamos que las oraciones de todos aquellos que no conocen a Cristo son parloteos vanos dirigidos a dioses falsos. Proverbios 28:9

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a las buenas obras y la oración. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

LOS MEDIOS DE GRACIA
  1. Creemos que Dios otorga todas las bendiciones espirituales sobre los pecadores por medios especiales ordenados por El. Estos son los Medios de Gracia, el Evangelio en la Palabra y Sacramentos. 
  2. Creemos que a través del Evangelio del sacrificio expiatorio de Cristo por los pecadores el Espíritu Santo obra fe en el corazón del hombre, cuyo corazón  por naturaleza es enemistad contra Dios. «Así que la fe es por el oír; y el oír; por la palabra de Dios» (Romanos 10:17). Esta fe obrada por el Espíritu, o regeneración, efectúa una renovación en el hombre y le hace heredero de la salvación eterna.
  3. Creemos que también por medio del Bautismo el Espíritu Santo aplica el Evangelio al hombre pecaminoso, regenerándolo (Tito 3:5) y limpiándolo de toda iniquidad (Hechos 2:38). El Señor señala la bendición del Bautismo cuando promete: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo» (Marcos 16:16). Creemos que la bendición del Bautismo es para toda la gente (Mateo 28:19), incluyendo a los infantes, que son pecaminosos (Juan 3:6) y por lo tanto necesitan la regeneración efectuada por medio del Bautismo (Juan 3:5). 
  4. Creemos que todos los que participan del Sacramento de la Cena del Señor reciben el verdadero cuerpo y sangre de Cristo «en, con y bajo» el pan y el vino. Esto es verdad, porque cuando el Señor instituyó este Sacramento, dijo: «Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado… Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama» (Lucas 22:19-20). En cuanto participamos de este cuerpo y sangre, dado y derramada por nosotros, recibimos por fe el consuelo y seguridad de que nuestros pecados son realmente perdonados y que somos en verdad suyos.
  5. Creemos que el Señor dio su Palabra y Sacramentos a sus discípulos con un propósito. Les ordenó: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19). Es por estos medios que El preserva y extiende la Santa Iglesia Cristiana por todas partes del mundo. Debiéramos por tanto ser diligentes y fieles en el uso de estos Medios de Gracia ordenados divinamente, entre nosotros y en nuestras empresas misionales. Estos son los únicos medios a través de los cuales las almas inmortales son traídas a la fe y a la salvación. 
  6. Rechazamos todas las opiniones que buscan la revelación de la gracia de Dios y la salvación aparte del Evangelio como se halla en las Escrituras. Asimismo rechazamos las opiniones de que la Ley es un medio de gracia. 
  7. Rechazamos todas las enseñanzas que en el Sacramento del Altar no ven nada más que símbolos y señales para fe, negando en tal forma que el verdadero cuerpo y sangre de Cristo son recibidos en la Santa Cena. 
  8. Rechazamos la afirmación de que los incrédulos e hipócritas no reciben el verdadero cuerpo y sangre de Jesús en el Sacramento, tanto como la opinión de que comer el cuerpo de Cristo en el Sacramento no es más que recibir el cuerpo de Cristo espiritualmente por fe. Rechazamos la opinión de que el cuerpo y sangre de Cristo están presentes en el Sacramento por medio del acto de consagración como tal, aparte de la recepción de los elementos. 
  9. Rechazamos la enseñanza de que la real presencia del cuerpo y sangre de Jesús en el Sacramento meramente significa que la persona de Cristo se halla presente en su Cena, tal como El está presente en el Evangelio.

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a los Medios de Gracias. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

 

LA IGLESIA Y SU MINISTERIO
  1. Creemos que hay una Santa Iglesia Cristiana, la cual es el Templo de Dios (1 Corintios 3:16), el Cuerpo de Cristo (Efesios 1:23 y 4:12). Los miembros de ésta una Iglesia son todas las personas que son «hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gálatas 3:26). Toda persona que cree que Jesús fue entregado por su delito, y resucitado para su justificación (Romanos 4:25) pertenece a la Iglesia de Cristo. La Iglesia, pues, consta sólo de creyentes o santos, a quienes Dios acepta como justos por amor de la justicia imputada de Jesús (2 Corintios 5:21). Estos santos están esparcidos en todas partes del mundo. Cada verdadero creyente, no importa a qué nación, raza o cuerpo eclesiástico él pertenezca, es un miembro de la Santa Iglesia Cristiana. 
  2. Creemos que la Santa Iglesia Cristiana es una realidad, aunque no sea ninguna organización externa o visible. Puesto que «el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16:7), sólo «conoce el Señor a los que son suyos» (2 Timoteo 2:19). Los miembros de la Santa Iglesia Cristiana son conocidos solo por Dios; nosotros no podemos distinguir entre los verdaderos creyentes y los hipócritas. La Santa Iglesia Cristiana es por tanto invisible y no puede ser identificada con algún cuerpo eclesiástico o la suma total de todo ellos.
  3. No obstante, creemos que la presencia de la Santa Iglesia Cristiana puede ser reconocida. Dondequiera que el Evangelio es predicado y los Sacramentos administrados está presente la Santa Iglesia Cristiana, porque a través de los Medios de Gracia es producida y preservada la verdadera fe (Isaías 55:10,11). Además donde estos medios se usan, estamos seguros de que la Iglesia está presente, porque el Señor los ha confiado sólo a su Iglesia de creyentes (Mateo 28:19-20). Los Medios de Gracia son por tanto llamados las marcas externas de la Iglesia.
  4. Creemos que es la voluntad del Señor que los cristianos se congreguen para edificación mutua y crecimiento espiritual (Hebreos 10:24-25) y para llevar a cabo en su totalidad la comisión del Señor (Marcos 16:15). Cuando estas agrupaciones visibles (por ejemplo, congregaciones, sínodos) se adhieren a las marcas de la Iglesia y hacen uso de ellas, son llamadas iglesias. Llevan este nombre, sin embargo, únicamente por causa de los verdaderos creyentes presentes en ellas (1 Corintios 1:2).
  5. Creemos que la Santa Iglesia Cristiana es una, unida por una fe común, porque todos los verdaderos creyentes tienen «un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos» (Efesios 4:5,6). Puesto que esta es una unidad de fe en el corazón, es vista sólo por Dios.
  6. Creemos que Dios nos ordena que de nuestra parte reconozcamos la unicidad de fe entre los santos de Dios en la tierra, únicamente en cuanto ellos por palabra y hechos revelen (confiesen) la fe de sus corazones. Su unidad llega a ser evidente cuando ellos concuerdan en su confesión con la doctrina revelada en la Escritura. Creemos además que el individuo por medio de su feligresía en un cuerpo eclesiástico se adhiere a la doctrina y práctica de tal cuerpo. El afirmar que existe unidad donde no hay concordancia en la confesión es presumir que se mira dentro del corazón del hombre. Y esto solamente lo puede hacer Dios. No es necesario que todos concuerden en materias de ritual u organización eclesiástica. Respecto a esto nada establece el Nuevo Testamento.
  7. Creemos que aquellos que han llegado a estar evidentemente unidos en la fe darán reconocimiento de su compañerismo en Cristo y tratarán de expresarlo cuando la ocasión lo permita. Pueden expresar su compañerismo en la adoración unida, en la proclamación conjunta del Evangelio, uniéndose en la Santa Comunión, en la oración común y en el trabajo eclesiástico unido. Creemos que no podemos practicar compañerismo religioso con aquellos cuya confesión revela que se enseña, se tolera, se sostiene o se defiende el error. El Señor nos manda que nos apartemos de los empecinados en el error (Romanos 16:17,18).
  8. Creemos que cada cristiano es un sacerdote y rey delante de Dios (1 Pedro 2:9). Todos los creyentes tienen el mismo acceso directo al trono de la gracia a través de Jesucristo, nuestro Mediador (Efesios 2:18). A todos los creyentes Dios les ha dado para su uso los Medios de Gracia. A todos los cristianos les toca anunciar las virtudes de aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). En este sentido todos los cristianos son ministros del Evangelio.
  9. Creemos que es la voluntad de Dios que la Iglesia, en conformidad con el buen orden (1 Corintios 14:40), llame para el ministerio público hombres capacitados (1 Timoteo 3) que prediquen la Palabra y administren los Sacramentos públicamente, esto es, no meramente como individuos que poseen el sacerdocio universal, sino por orden y en el nombre de sus compañeros cristianos. Estos hombres son los llamados siervos de Cristo, ministros del Evangelio, y no señores sobre las heredades del Señor, sus creyentes (1 Pedro 5:3). A través de su llamamiento la Iglesia en su libertad cristiana designa el lugar, forma y alcance de servicio. Creemos que cuando la Iglesia llama hombres a su ministerio público, está el mismo Señor actuando por medio de la Iglesia (Hechos 20:28).
  10. Rechazamos cualquier intento de identificar la Santa Iglesia Cristiana con una organización externa y asimismo cualquier pretensión de que la Iglesia deba funcionar en el mundo por medio de formas específicas de organización.
  11. Rechazamos todas aquellas opiniones que vean en la Iglesia como el Cuerpo de Cristo una extensión de la encarnación de Cristo. 
  12. Rechazamos como falso ecumenismo las opiniones que busquen la verdadera unidad de la Iglesia en alguna forma de unión externa o de organización, así también nos oponemos a todas los movimientos tendientes a tal unión que se hagan a costa de la integridad confesional.

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a la Iglesia y su ministerio. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

LA IGLESIA Y EL ESTADO
  1. Creemos que no sólo la Iglesia sino también el Estado, que es toda autoridad gubernamental, ha sido instituida por Dios. «No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas» (Romanos 13:1). Por tanto los cristianos por causa de su conciencia serán obedientes al gobierno que los rige (Romanos 13:5), a menos que el gobierno ordene desobedecer a Dios (Hechos 5:29).
  2. Creemos que Dios ha dado sendas responsabilidades a la Iglesia y al Estado, y que no están en pugna entre ellas. A la Iglesia el Señor ha asignado la responsabilidad de llamar los pecadores al arrepentimiento, de proclamar el perdón por medio de la cruz de Cristo, de alentar a los creyentes en su vida cristiana. El objetivo es conducir a los escogidos de Dios mediante la fe en Cristo a la salvación eterna. Al Estado el Señor ha asignado la conservación del buen orden y la paz y el arreglo de todos los negocios civiles entre los hombres (Romanos 13:3,4). El propósito es que «vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad» (1 Timoteo 2:2).
  3. Creemos que los únicos medios que Dios ha dado a la Iglesia para llevar a cabo el propósito designado es su Palabra revelada en las Sagradas Escrituras (Marcos 16:15). Solamente predicando la Ley y el Evangelio, el pecado y la gracia, la ira de Dios contra el pecado y la misericordia de Dios en Cristo serán convertidos los hombres y hechos sabios para la salvación. Creemos que los medios dados al Estado para cumplir su función son la ley civil y la fuerza, establecidas y usadas a la luz de la razón (Romanos 13:4). La luz de la razón incluye también el conocimiento natural de Dios, la ley inscrita y la conciencia.
  4. Creemos que es preservada la relación adecuada entre la Iglesia y el Estado, y el bienestar de todos se logra apropiadamente, sólo cuando la Iglesia y el Estado respectivamente permanecen dentro de su esfera divinamente determinada y usan los medios que divinamente les han sido confiados. La Iglesia no está para ejercer autoridad civil ni para interferir con el Estado cuando el Estado lleva a cabo sus responsabilidades. Al Estado no le corresponde llegar a ser mensajero del Evangelio ni a interferir con la Iglesia en su misión de predicar. A la Iglesia no le corresponde intentar el uso de la ley civil y de la fuerza para conducir los hombres a Cristo. El Estado no está para tratar de gobernar por medio del Evangelio. Por otro lado, la Iglesia y el Estado pueden participar en una y la misma empresa, en tanto que cada uno permanezca dentro de su lugar asignado y use los medios que se le han confiado.
  5. Rechazamos todo intento de parte del Estado de restringir el libre ejercicio de la religión.
  6. Rechazamos las opiniones que pretendan que la Iglesia guíe e influya directamente sobre el Estado en la conducción de sus negocios.
  7. Rechazamos cualquier intento de parte de la Iglesia de buscar la ayuda económica del Estado para llevar a cabo su propósito salvador.
  8. Rechazamos toda opinión que sostenga que un ciudadano es libre para desobedecer las leyes del Estado, con las que no está de acuerdo sobre la base del juicio personal.

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto a la Iglesia y el Estado. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

EL RETORNO DE CRISTO Y EL JUICIO
  1. Creemos que Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, que se levantó de la muerte y ascendió a la diestra del Padre, vendrá otra vez. Regresará visiblemente así como los discípulos le vieron ir al cielo (Hechos 1:11). 
  2. Creemos que nadie puede saber el tiempo exacto del regreso de Jesús. Este conocimiento está oculto aun a los ángeles en el cielo (Mateo 24:36). No obstante, nuestro Señor nos ha proporcionado señales para mantenernos en constante expectación de su retorno. El nos ha dicho que estemos alerta y que vigilemos para que no venga ese día sobre nosotros cuando estemos desprevenidos (Lucas 21:34).
  3. Creemos que al regreso de Jesús este mundo presente tendrá su fin. «Esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia» (2 Pedro 3:13).
  4. Creemos que cuando Jesús retorne y se oiga su voz en todos los lugares de la tierra, todos los muertos se levantarán y, junto con aquellos que todavía vivan, comparecerán ante su trono de juicio. Los incrédulos serán condenados a una eternidad en el infierno. Aquellos que por fe hayan sido limpiados en la sangre de Cristo estarán con Jesús para siempre en la bienaventurada presencia de Dios en el cielo (Juan 5:28-29).
  5. Rechazamos toda forma de milenarismo, puesto que carece de base bíblica válida y lleva a los cristianos a poner sus esperanzas en el reino de Cristo como si fuera un reino terrenal. Asimismo rechazamos como antibíblico las esperanzas de que los judíos en masa serán convertidos en esos días finales, o que todos los hombres disfrutarán a la postre bendición eterna.
  6. Rechazamos toda negación de una resurrección corporal, y de la realidad del infierno.
  7. Rechazamos como contrarios a las claras revelaciones de la Escritura todos los intentos de interpretar pasajes escatológicos del Nuevo Testamento (aquellos que hablan del fin del mundo, de la segunda venida de Cristo y del juicio) simbólicamente, o de ver efectuarse estos sucesos escatológicos, no al fin de los tiempos sino concurrentemente con la historia.

 

Esto es lo que la Escritura enseña respecto al retorno de Jesús y el juicio. En esto creemos. Esto enseñamos y confesamos.

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